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Columnas y artículos de opinión
Lectura Profana.- Los últimos días (I)
Luciano Blanco González
31 de marzo de 2023
alcalorpolitico.com
Si creyéramos en la exactitud de los calendarios, en un día como hoy pero en el año 33 de la era cristiana, un contumaz agitador de las masas, embaucador, perturbador social que dividía al pueblo judío, entre los que creían en él y lo consideraban el hijo de Dios y los otros que lo tenían como farsante e impostor, aquel, el hijo del hombre, llamado Jesús, marchaba al frente de una multitud que lo seguía a todas partes, a donde fuera.

Este ser subversivo logró sembrar en el mundo la semilla de la redención, y con ella derrumbar en toda la tierra a grandes y poderosos imperios, reyes de toda calaña, dictadores omnipotentes, jefes tribales y grandes ejércitos con tan solo la fuerza de la palabra, que decía él, le venía de su padre.

Era viernes por la mañana y a pesar del sol ardiente, soplaba un fresco aire primaveral, esta vez caminaba con paso no muy lento de la provincia de Jericó a Jerusalén, no iba rodeado de sus discípulos como acostumbraba, esta vez iba como general, como líder, al frente de aquel contingente siempre ávido de escuchar sus sabios e inspirados pensamientos, con los que en forma de parábolas enseñaba al pueblo y a los discípulos los mensajes divinos que prometían un reino florido y eterno más allá de la vida terrenal para salvar el alma.


Sus palabras maravillaban y seducían al pueblo, que lo señalaba por sus palabras y por sus múltiples milagros de ser el hijo de Dios, lo que enojaba a los rabinos, a los ancianos, consejeros del Sanedrín y a los maestros de la ley dedicados al estudio y las prédicas del Rey Salomón, David, Abraham y Jacob conforme al antiguo testamento.

De entre todos se distinguían 12 individuos de corte y apariencia común, se dice que eran ordinarios y rústicos, antes de seguirlo eran pescadores, curtidores de pieles, pastores y un discípulo letrado que sí sabía leer, escribir y hacer cuentas, por su aptitud, el señor le encomendó la administración de los bienes que la gente agradecida les donaba por donde quiera que pasaba aquella extraña banda, cuyo líder hablaba a las multitudes que lo escuchaban y veían en él un aire de profeta.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados, felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el reino de los cielos. Felices los que lloran porque recibirán consuelo.


Caminaba con un paso que revelaba la urgencia de ir a cumplir un mandato que estaba escrito en las sagradas escrituras, ansiaba reunirse con el padre que está en los cielos. Esto decía sin que nadie le entendiera su misterioso lenguaje.

A pesar de la prisa y del barullo que hacía el gentío, en su rededor alcanzó a escuchar gritos de ayuda, provenían de dos ciegos que se encontraban sentados en la orilla del camino que, al enterarse de que quien pasaba era Jesús, comenzaron a gritar, ¡Señor, hijo de David, ten compasión de nosotros!, la gente que lo acompañaba les exigió que se callaran y que no molestaran al maestro, quien hizo que los trajeran a su presencia, devolviéndoles la vista, por su fe en el padre.

Todavía se musitaba entre los seguidores la lección que Jesús dio a un hombre importante que le preguntó: ¿Maestro qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?, y el maestro le contestó, después de recordarle los mandamientos, «vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres», lo que entristeció al rico e importante señor, al verlo Jesús dijo «¡qué difícil es entrar al reino de Dios para los que tienen riquezas!, es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios».


Este milagro de curar a los ciegos es quizás uno de los últimos milagros de Jesús que se conocen en su paso por este mundo, o cuando menos de los últimos documentados entre los miles de milagros y curaciones que refiere el nuevo testamento, de aquel que fue capaz de caminar sobre el agua, calmar la tormenta, enderezar a los chuecos y a los cojos, avivar a los tullidos, hacer que los sordos oyeran, que los ciegos vieran, curar a los leprosos, expulsar a los demonios del cuerpo de los poseídos, convertir el agua en vino, alimentar a miles de hambrientos multiplicando los panes y los peces y hasta revivir a los muertos como a su amigo Lázaro allá en Betania camino a Jerusalén.

Fue en este escarpado y polvoriento camino cuando el Señor Jesús, separó de las multitudes a sus doce discípulos para hacerles saber uno de los misterios de la pasión, diciéndoles «Ya estamos subiendo a Jerusalén, el hijo del hombre va a ser entregado al jefe de los sacerdotes, a los maestros de la ley que lo condenarán a muerte. Ellos lo entregarán a los extranjeros, que se burlarán de él, lo azotarán y lo crucificarán, pero resucitará al tercer día». Ninguno de aquellos entendió el mensaje.

El pasaje nos ilustra claramente sobre la sórdida visión que algunos puedan tener sobre la posibilidad de que Jesús, cuando fue aprehendido para darle muerte, pudo haber caído en una trampa por imprudencia al no dominar su pasión, por concurrir al templo en que sus antepasados oraron y creyeron, no, según la escritura, él sabía con claridad lo que iba a suceder porque así estaba dispuesto por el sumo creador y en cuyo drama, Judas Iscariote sólo fue instrumento para que se cumpliera, al escogerlo a él para que lo entregara.


Pues bien, llegando al pueblo referido, que fue seis días antes de la celebración de la Pascua judía en Jerusalén, (el Jueves Santo) sucedió que al llegar a Betania se fue a casa de Lázaro, el por milagro resucitado de entre los muertos, en donde cenó en compañía de los discípulos, hasta ahí concurrieron a verlo algunos sacerdotes judíos, que más que nada fueron a ver si era cierto que lázaro estaba vivo, al verlo sano y rozagante, decidieron que además de matar a Jesús debían de matar a Lázaro, pues como testimonio viviente, hacía que muchos adeptos los abandonaran a ellos para seguir a Jesús.

Ahí es en donde sucede una escena digna de la mayor admiración pues María, hermana de Lázaro, sacó una libra de un perfume muy caro, hecho de nardo puro, traído desde lejanas tierras, con él ungió sus pies y luego los secó con sus cabellos, mientras la casa se impregnaba de aquella exquisitez, esto lo reprochó Judas Iscariote, encargado de la bolsa común, criticando el derroche, Jesús intercedió diciendo, ¿Por qué molestan a esta mujer? Lo que ha hecho conmigo es realmente una buena obra, al derramar el perfume sobre mi cuerpo, ella preparaba mi entierro.

Jesús agradeció infinitamente el gesto amoroso de María, a quien, para agradar a su amigo y maestro, no le importó gastar una fortuna, pero además sin saberlo, lo estaba preparando para su viaje al más allá.


Lectura Profana.- Los últimos días (II)

Para nosotros los profanos de la antigua ley, es un misterio saber de las últimas actividades que realizó el Nazareno aquel sábado camino a su martirio en Jerusalén...

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