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Columnas y artículos de opinión
Lectura Profana.- Los últimos días (II)
Luciano Blanco González
1 de abril de 2023
alcalorpolitico.com
Para nosotros los legos de la antigua ley, es un misterio saber de las últimas actividades que realizó el Nazareno aquel sábado camino a su martirio en Jerusalén, los mismos apóstoles que refieren su peregrinar en el nuevo testamento no nos dicen nada, por ello es lógico que desconozcamos aquellas costumbres antiguas de un pueblo para nosotros extraño.

Pero tenemos que saber que para los judíos el sábado es un día sagrado, que ellos identifican como el séptimo día en que dios descansó después de hacer el mundo y por lo tanto es un día que debe de observarse religiosamente y al que denominan Shabat, descanso obligado, reservado para la plegaria, llamado también día del reposo.

Esta costumbre se remonta a miles de años antes de la llegada de Jesús, el Cristo, (el mesías) el sábado es el día en que ningún judío trabaja, aunque lo martiricen o azoten y no es por flojera o por desidia, no, no lo hacen porque hacerlo significa violar la íntima alianza que existe con Yahvé, su Dios.


Rabinos y maestros de la ley cuidaban celosamente el cumplimiento de este mandamiento contenido en la Tora, su libro sagrado, acatarlo es una obligación que se inicia desde el atardecer del viernes, es entonces cuando las señoras y sus criadas suspenden toda actividad, inclusive no cocinan, los hombres sean amos, sirvientes o peones se entregan al goce místico con su Dios.

Jesús era judío, los apóstoles reseñan su árbol genealógico hasta la casa de David, José y María sus progenitores terrenales eran judíos, luego entonces no habrá que creer que el galileo se escondió ese día para no ser hallado por los judíos que ya lo andaban buscando para matarlo. Máxime que ya había sido reprendido en el templo por curar a un paralítico en sábado. No, Jesús se guardó ese día seguramente para la oración, para un diálogo íntimo con su padre.

Lo cierto es que por la mañana del domingo, ya cerca de su destino, ordenó a sus discípulos que fueran ahí cerca por un asno, que lo pidieran y se lo llevaran, al regresar con el humilde animal de carga; trepó en él. ¿Cómo es posible que alguien que se va a anunciar como el mesías se montara en un asno?


Inconcebible que aquel que subió a un monte alto y lució radiante en su transfiguración, ante la presencia de Elías y Moisés con quienes habló, teniendo como testigos a sus discípulos, quienes admiraron su cara brillante como el sol y su ropa blanca como la luz, sorprendidos por una nube luminosa de cuyo interior emanó una voz que les dijo: ¡Este es mi hijo, el amado; este es mi hijo elegido!

El hijo de Dios todopoderoso, el amado, el elegido, como cualquier campesino humilde y ordinario montó en los lomos del borrico y retomó el camino, la multitud desde ese trayecto era bastante grande, eran miles que se habían congregado en Israel para la celebración de la Pascua, había gente de muchas naciones que iban a participar en la preparación de la fiesta y a pagar los impuestos al templo.

Debió de haber sido una estampa magistral ver a Jesús montar a un burro, arremangarse la túnica, pegarle un brinco, horquetearse sobre las mantas colocadas en el lomo y luego acomodar su vestido hasta donde alcanzara, que por más esfuerzo, seguro que no alcanzaba a tapar la pantorrilla, quedando éstas descubiertas, mostrando además sus canillas y sus sandalias, a menos que haya llevado otra vestimenta


Entre aquella multitud había gente que asistía para ver a Jesús porque sabían que iba a estar ahí y querían conocerle y escuchar sus palabras llenas de gracia, todos despejaban, abriendo camino al borrico y por donde iba a pasar arrojaban sus mantos, otros cortaban ramas y hojas de palma que colocaban en el camino por donde transitaba.

Su paso era solemne, imponía respeto con su penetrante mirada que no veía a nadie en particular pero veía a todos con ojos de aprobación, el pueblo poseído gritaba con ese acento escandaloso de los judíos, "¡hosanna, hosanna, bendito el rey que viene en nombre del señor. Paz en el cielo y gloria en las alturas!"

Las calles se encontraban rebosantes de peregrinos gozosos de ver la llegada majestuosa de un rey de reyes, la gente se apiñaba a su alrededor, los mercados se encontraban inundados de comerciantes y compradores que de todas partes venían.


Y los que no le conocían preguntaban, ¿Quién es ese? Es de Nazaret, el galileo y exclamaban bendito sea el señor, muchos sacerdotes y señores que enseñaban la ley judía también creían en la divinidad de Jesús, pero tenían miedo de decirlo por temor a ser echados de las sinagogas prefiriendo con ello la gloria terrenal de los hombres que la gloria del cielo.

La fanaticada judía, la extremista, no creían que el enviado de Dios pudiera entrar montado en un burro, imaginaban en sus mentes delirantes que el salvador llegaría en una nube brillante, montado en un carro de fuego jalado por briosos corceles, debía de ser poderoso para defenderlos y protegerlos de los enemigos y liberarlos del yugo romano al que estaban sometidos y cuyos latigazos, desprecio y malos tratos odiaban.

Ante aquella inmensa muchedumbre que alababa a Jesús con amor e idolatría, se asustaron los principales sacerdotes y los fariseos quienes con urgencia reunieron al concilio para ver qué hacían porque el nazareno estaba dando muchas señales y las multitudes le creían, abandonándolos.


Los judíos rabínicos estaban preocupados además, porque decían que si lo dejaban iba a dominar y entonces los ejércitos romanos destruirían el templo y a toda la nación, por ello el sumo sacerdote Caifás aconsejó que convenía más que un hombre muriera a que toda la nación se expusiera a perecer, acordando por esa razón darle muerte.

Caifás lo propuso así, quizás porque como sumo sacerdote, sabía que así tenía que ser para que se cumpliera lo profetizado y que, con su sangre bendita, congregara a los pueblos dispersos en la tierra y para que Jesús pasara de este mundo a sentarse al lado del padre. Pero dada las circunstancias prefirió salvaguardar los privilegios y consideraciones de la casta religiosa, que él representaba, si así fuera, a Caifás el sumo sacerdote, habría que darle el título de criminal y perverso.

El elegido entró al templo acompañado de un mundo de gente y debe de haberse puesto muy triste, al ver que aquella, la casa de Dios, los mercaderes y sacerdotes del templo la habían convertido en nido de ladrones que lucraban en nombre del padre.
 
El nazareno había llorado cuando, al entrar, vio a la ciudad y le habló, profetizando lleno de dolor y de angustia, vendrán días en que tus enemigos te rodearán y te derribarán a tierra y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra. No se sabe si triste o molesto, como ya anochecía salió del templo y se fue a Betania acompañado sólo de los 12 apóstoles.


Lectura Profana- Los últimos días (III)

 Por extraño que parezca aquel ser divino, víctima de la persecución judía, amaneció con hambre...

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