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Columnas y artículos de opinión
Lectura Profana- Los últimos días (III)
Luciano Blanco González
3 de abril de 2023
alcalorpolitico.com
Por extraño que parezca aquel ser divino, víctima de la persecución judía, amaneció con hambre, andaba rumbo al templo y para su beneplácito a lo lejos vio una higuera y se acercó para ver si tenía algún fruto que le calmara la ansiedad de comida, al no encontrar nada más que hojas, molesto condenó a la higuera para que nadie nunca jamás comiera de sus frutos.

Seguramente iba irritado, quizás hasta colérico, pues reanudó su marcha hacia el templo a paso apresurado sin hablar con nadie, ¿A qué iba ahí?, a donde siempre que visitaba el sagrado lugar llegaba como el manso cordero de Dios, ¡qué había visto el día anterior!, o acaso se sentía afrentado porque los líderes rabinos no lo reconocían, no creían en él, a pesar de las múltiples señales que no lograron convencer a aquellos corazones duros y egoístas de que él era el hijo de Dios, por el contrario, lo cuestionaban, lo difamaban, lo perseguían, o acaso era orden del señor hacer lo que más adelante se refiere.

Habría que pensar que en la mente del galileo, palpitaba el enojo por los denigrantes abusos que los fariseos y saduceos cometían en contra de los devotos, recordaba que para participar en la fiesta primero había que pagar el impuesto del templo y luego purificarse, pero para ello había que ofrecer un tributo o sacrificio en el altar, que normalmente era un animal, podía ser un buey, una oveja o palomas, pero estos no debían de tener defecto alguno para que fuera aceptada para el sacrificio y grata por lo mismo al señor, entonces los mercaderes las vendían con un sobreprecio elevado que el pobre peregrino, que la mayoría de las veces venia de muy lejos, tenía que pagar para no correr el riesgo de ofrecer una ofrenda defectuosa; y para pagar el impuesto al templo debían de hacerlo con la moneda local, como venían de distintas regiones remotas con distinta moneda, para no batallar en el cambio los saduceos tenían establecidas cajas de cambio en el patio donde se hacia la operación obteniendo desde luego una jugosa ganancia para los cambistas.


En su cerebro bullía con indignación la imagen de los pudientes, que se sentaban en los lugares preferentes del templo y echaban ricas ofrendas en el arca especial, mientras la viuda pobre solo depositaba sus dos únicas monedas que le quedaban, En verdad os digo que esta mujer ha dado más que todos, pues mientras el rico solo ha dado lo que le sobra, esta mujer pobre hecho de su sustento todo lo que tenía.

Veía cómo los humildes loaban al que lo envió, allí en el camino polvoriento, mientras que allá en el templo, los escribas vestidos con largos ropajes salían a la plaza para que los reverenciaran, en su memoria tenia la ofensiva imagen de los ricos sentados en las primeras sillas de las sinagogas y de las cenas, al fariseo y al saduceo después de la ofrenda orar, proclamándose como hombre puro y cumplidor de todas las obligaciones. Mientras que en realidad despojaban a las viudas valiéndose de su poder y de su influencia, él, amaba al publicano, parado atrás sin reclamar privilegios, orando con fe y devoción sincera, farsantes, generación de víboras, hipócritas, eso son los rabinos y sacerdotes que lucran en nombre de mi padre se decía a sí mismo.

Cuando llegó al templo el dulce Jesús poseído de la fuerza divina, echó afuera a los que compraban y a los que vendían, procedió a volcar las mesas de los cambistas, rodando las monedas por el suelo, elaboró un fuete con cuerdas y sacó el ganado que había en la plaza y dijo con su recia y estruendosa voz a los espantados comerciantes, escrito está, mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho una cueva de ladrones, mientras esto hacía. Los muchachos lo aclamaban y decían ¡Hosanna al hijo de David!


Los principales sacerdotes y escribas estaban muy indignados, aquel revoltoso los había provocado en sus narices, estaban heridos en su dignidad pero verdaderamente impotentes porque el gentío que lo veía, en lugar de ausentarse o esconderse, coreaba al hijo de David y lo celebraba.
 
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