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Columnas y artículos de opinión
Lectura Profana.- Los últimos días (IV)
Luciano Blanco González
4 de abril de 2023
alcalorpolitico.com
La guerra religiosa estaba declarada, era inadmisible que el hijo de un carpintero, un vil mortal con padre, madre y hermanos de carne y hueso, conocidos por todos, tuviera la osadía de exhibirlos a ellos que eran los maestros, les molestaba más que viniera a romper con sus discursos fogosos toda una estructura de creencias, ritos y costumbres que habían construido por siglos y que es la razón verdadera que los mantiene unidos, los miembros del Sanedrín estaban sedientos de sangre, había que matar al subversivo para salvar a la nación judía.

Querían detenerlo para juzgarle y someterlo a severos interrogatorios sobre sus leyes religiosas y al primer error que consideraran grave, darle muerte por blasfemo, pero tenían temor de que aquello les provocara una revuelta incontrolable entre las muchedumbres de publicanos y otros judíos ganados por su causa.

Jesús se retiró a Betania y al otro día muy temprano se dirigió al templo, al pasar por aquella higuera a la que condenó el día anterior a no dar fruto, estaba seca, lo que admiró a los discípulos, ¿Cómo pudo secarse la higuera y tan rápido? Preguntaron al maestro, quien los reprendió y les afirmó que ellos podían hacer eso y más si tenian una fe firme, entonces pueden decir a ese cerro ¡quítate de ahí y échate al mar! y así sucederá.


Al llegar el manso Cordero, ya lo esperaban los sumos sacerdotes y las autoridades judías, irritados le preguntaron que con qué derecho hacía todas esas cosas y que quién se lo había encargado; sereno, les respondió que primero ellos tenían que responderle algunas preguntas y luego les contestaría.

A cada pregunta los judíos titubeaban pues así como ellos le ponían trampas, el iluminado era más audaz, les hizo varias preguntas entre ellas la del bautismo de Juan Bautista, preguntándoles de donde provenía, si de Dios o si del hombre, los judíos reflexionaron, si le decimos que de Dios, nos dirá ¿entonces por qué no creyeron? Si le decimos que del hombre, el pueblo nos apedreará, pues tiene al bautista como profeta. No lo sabemos, contestaron, el Mesías les respondió “En el camino al reino de los cielos, los publicanos y las prostitutas andan mejor que ustedes porque creyeron; ustedes fueron testigos, pero ni con esto se arrepintieron, ni creyeron”.

Con su enigmático lenguaje atontaba y confundía a los mismos maestros de la ley que a decir verdad le tenían miedo y respeto, preguntaba con citas capciosas pero bien preparadas, con otra parábola los ilustró sobre quienes entrarán al cielo en donde muchos serán llamados pero pocos los elegidos.


Los fariseos convencieron a Herodes para que sus agentes encubiertos lo interrogaran sobre el pago de los impuestos, y así éstos le preguntaron qué pensaba sobre el pago de los impuestos y él les pidió una moneda y les preguntó de quien es esta cara y el nombre que lleva escrito, contestaron: Del César. Devuelvan pues las cosas que son, del César al César y a Dios lo que es de Dios.

Y así llegaron también los saduceos a quienes pasmó con respuestas que parecía que Dios las ponía en su boca por lo acertado que era al responder, quedándose callados y por lo mismo aceptando que tenía razón.

Entonces comenzó a hablarle al pueblo y a sus discípulos diciéndoles, ustedes hagan lo que dicen los maestros de la ley y los fariseos pero no los imiten, ellos enseñan y no practican, preparan pesadas cargas y las echan sobre sus espaldas, ellos no levantan ni un dedo para moverlas, son unos hipócritas que con sus prédicas, no dejan entrar a la gente al reino de los cielos, hipócritas, andan buscando a los paganos por todas partes cuando los encuentran y los convierten, los transforman en hijos del demonio.


Y continuó: ¡guías de ciegos¡ maestros de la ley y fariseos, hipócritas, torpes y ciegos que incitan al juramento sobre las cosas sagradas de Dios. Hipócritas que pagan el diezmo, pero no cumplen la ley, con lo que verdaderamente vale, como la práctica de la justicia, la misericordia y la fe. Los maestros de la ley son como los sepulcros bien pintados, que se ven maravillosos, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre, aparentan ser muy correctos, pero en su interior están llenos de falsedad. ¡Serpientes, raza de víboras!

Tal era el cisma que aquel agitador celestial había provocado con la palabra divina y con las maravillas que hacía contra el demonio, la maldad, las enfermedades, las injusticias, tanto celebraba a la muchedumbre que los desaliñados y humildes campesinos, los rústicos talladores de pieles, los sufridos y valientes pescadores, las mujeres puras e impuras, los olvidados, los peregrinos, los hambrientos todos se sentían ya en el reino del cielo que el Mesías les prometía con la sola condición de creer y tener fe. Cómo no creer si era más poderoso que la muerte a la que vencía reviviendo a los difuntos, verdaderamente era el hijo de Dios.

Solo los obtusos maestros de la ley, los solemnes rabinos, los vanidosos escribas, los codiciosos fariseos y los ciegos judíos rabínicos, lo querían desaparecer de la tierra, asesinarlo porque era un peligro a sus jugosos negocios en el templo comerciando con la fe, lo que les daba dominio y superioridad en aquel ámbito social de los privilegios que les daban los puestos que ostentaban.


En este tiempo se ubica la reunión que tuvieron en casa del sumo sacerdote Caifás, con las autoridades eclesiásticas (rabinos) los maestros de la ley y los ancianos, ahí se pusieron de acuerdo para detener a Jesús como fuera, pero sin causar alboroto, uno de los principales ante lo escurridizo que era el Señor y lo difícil que era dar con su paradero, pues se hospedaba en casas de sus seguidores, tuvo la idea de contactar a uno de los discípulos que no era de Galilea como todos los demás, llamado Judas Iscariote, llamado así por ser de Iscariot, ubicada al sur de Judea, aunque la palabra Iscariote se parece más a la denominación griega Sikarios (asesino a sueldo), como haya sido, lo convencieron en el Sanedrín de que fuera él quien se los entregara, a cambio de una recompensa, la cual previo regateo se acordó en la cantidad de 30 denarios, a cambio de entregarlo.
 
Lectura Profana.- Los últimos días (V)

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