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Columnas y artículos de opinión
Lectura Profana.- Los últimos días (V)
Luciano Blanco González
6 de abril de 2023
alcalorpolitico.com
Aquel jueves era un día de ajetreo, los judíos toda la noche habían subido y bajado por todos los caminos que llegaban a Jerusalén, para llevar o traer los corderos que serían ofrendados en la cena de Pascua y que debían de ser sacrificados en el templo conforme a su costumbre.

Así es que los criados hacían gran fila en el lugar indicado, portando mantas para envolver el cordero pascual y luego retornar al hogar para prepararlo asado, mientras las mujeres disponían la mesa, preparaban el pan sin levadura, las hierbas amargas remojadas con agua salada, los rábanos y la lechuga y revisar la absoluta limpieza de la casa.

Todo era ceremonial pues aquel día celebraban la liberación del yugo egipcio que los mantuvo sometidos por 430 años, hasta que Moisés, con la ayuda de Dios logró su liberación con el envío de plagas fatales a aquel reino, que renuente se negaba a dejarlos partir hacia la tierra prometida, las plagas eran enviadas de manera sucesiva y la que no pudo soportar el faraón egipcio doblando su soberbia fue la última en que un ángel vengador recorrió todo el país dando muerte al primogénito de cada familia, menos a los hijos de los judíos a quienes ordenó que para no sufrir tal desgracia, debían de sacrificar un cordero y rociar su sangre en los lados y en la parte superior del marco de las puertas, para que el ángel vengador pase de largo y luego comer el cordero con hierbas amargas y pan sin levadura. Así sucedió y fue cuando el faraón ordenó su libertad y expulsión para evitar más quebranto a los suyos.


Por eso, en honor a aquella epopeya histórica, los judíos de las doce tribus de Israel recordaban tanto sufrimiento infligido a sus antepasados, consumían tan magra comida en la que las verduras remojadas en sal les recordaba las lágrimas derramadas por sus antepasados bajo el yugo egipcio, las hierbas amargas traían a su mente el cruel tormento y dolor de la esclavitud, la comen por tres veces y la degustan con vino por cuatro ocasiones, entonando en los espacios salmos, unos tristísimos con aflicción y otros victoriosos de alegría, todos glorificando y adorando a Dios, de agradecimiento, de rogación por el futuro y de la dicha infinita por la vida, entre otros.

Así fue también la última cena de Jesús y sus 12 discípulos, con el mismo menú, sin sahumerios perfumados, sin la campanita invocatoria de la iglesia moderna, tampoco fue en un lugar estrecho o necesariamente en una mesa larga en la que los discípulos parlotean entre sí.

Jesús ese día se encontraba guarecido fuera de la ciudad y mandó preparar lo necesario para celebrar la cena de Pascua, cuando le preguntaron ¿y dónde quieres que la preparemos? Contestándoles: cuando entren a la ciudad verán a un hombre que lleva un jarro de agua, síganlo hasta la casa donde entre y digan al dueño de la casa, «El maestro manda a decirte ¿Dónde está la pieza en que comeré la pascua con mis discípulos?» «Él les mostrará una sala grande y amueblada en el piso superior».


Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa (una mesa, ¿redonda? (¿cuadrada?) (¿larga?) y anunció de inicio que esta era la última vez que comería esa pascua, porque lo volvería a hacer hasta que sea la nueva y perfecta pascua en el reino de los cielos.

Se sirvió y se dispusieron los platillos ya reseñados, pero el ritual fue muy diferente a todos los vistos y por ver, en la decoración del lugar no había ningún símbolo, la cruz aparecería hasta el otro día en el Gólgota.

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos.


Y lo hizo sólo poniendo sus manos, bajó la barbilla en pose de imploración, luego extendió las manos con las que suavemente dibujó un semicírculo sobre el pan (no hizo la señal de la cruz con sus dedos, no trazó una cruz sobre su cuerpo, tampoco dibujo una cruz en el aire, les recuerdo que la cruz aparece en su crucifixión) y debe de haber pronunciado, en el nombre de mi Padre, del Espíritu Santo, y del mío, yo, Jesús el hijo de Dios, Bendigo este pan. Era un pan seco, sin levadura, lo repartió a todos sus discípulos a quienes dijo, este es mi cuerpo, que es entregado por ustedes, «Hagan esto en memoria mia».

Después de cenar, tomó una copa, dio gracias y se la pasó a todos los discípulos, diciendo «Beban todos de ella, esto es mi sangre, la sangre de la alianza que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de sus pecados».

Esta cena sería el pie de los ritos católicos la cena se repite en cada misa y en ella se recuerda que Jesús murió en la cruz y derramó su sangre bendita para el perdón de nuestros pecados.


Ya de noche, salieron al monte de los olivos distante 3 kilómetros de la ciudad, iban silenciosos, reflexionando sobre los misterios revelados, intrigados de por qué el maestro les había lavado los pies, y tratando de adivinar a quién de ellos se refería el señor, cuando dijo, uno de ustedes me va a traicionar.

La tarde, con su brisa fresca, anunciaba el intenso frío que haría más tarde, el camino era iluminado por la luna llena que siempre coincide con la Pascual Judía, ya que se rigen por el calendario lunar.

Judas ya no iba con ellos, él se retiró antes de terminar la cena, pues el hijo del hombre que lo quería con pasión, quizás su confidente, a quien le permitía que lo abrazara y que lo besara, gesto no concebible con nadie más, sin embargo, Judas hasta lo presumía, cundo pactó su entrega en el Sanedrín, «al que yo bese, ese es el que buscan».


Jesús, según el apóstol Juan, cuando se despidieron en la cena le dijo «lo que vas a hacer, hazlo pronto» y debió haber agregado vamos a estar en el monte de los Olivos, porque Judas fue directamente ahí, al frente de una muchedumbre armada de palos y espadas para detenerlo, como si de antemano supiera que ese era el lugar.

Llegaron al huerto y nuestro señor, que todos creemos iba resignado a que lo detuvieran y luego morir en la cruz fatalmente dispuesto a ello, parece no ser así, pues ahí en el huerto, mientras los discípulos dormían cansados, él se retiró a orar hasta por dos veces y en las dos repitió «Padre, Padre, si para ti todo es posible, aparta de mi esta copa, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Amaba la vida terrenal, pero era incapaz de revelarse, hágase tu voluntad y no la mia.
Lectura Profana.- Los últimos días (VI)

Apenas terminaba la invocación al padre para que si estaba en él y él quería le cambiara por ahora la copa amarga de la crucifixión, cuando escuchó el rumor de una muchedumbre que se acercaba al fuerte de ellos...

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