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Columnas y artículos de opinión
Lectura Profana.- Los últimos días (VI)
Luciano Blanco González
7 de abril de 2023
alcalorpolitico.com
Apenas terminaba la invocación rogándole al padre para que, si estaba en él, y él quería le cambiara por ahora la copa amarga de la crucifixión cuando escuchó el rumor de una muchedumbre que se acercaba, al frente de ella iban sacerdotes, escribas y maestros de la ley guiados por Judas Iscariote, quien al verlo se abalanzó sobre él, le cogió del hombro y le dio aquel beso perverso y sucio que el maestro compungido recibió seguramente con desagrado, hasta ese momento confiaba en el manto protector del altísimo, pero la presencia de sus captores le indicó que el plan de Dios continuaría como estaba trazado y él perecería crucificado como estaba escrito.

Habéis venido a mí como contra un ladrón, habéis salido con espadas y palos habiendo estado con ustedes cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí, más, esta es vuestra hora y la potestad de las tinieblas.

En tanto amanecía, Jesús era custodiado por hombres de la chusma que lo habían detenido, estos insolentes y rabiosos, porque consideraban que con su prédica Jesús renegaba de su religión, se burlaban de él, lo insultaban y se regocijaban golpeándolo por todas partes a la manera de quien tiene domada una peligrosa fiera que les ha hecho daño, le vendaron los ojos y le decían: profetiza.


El nazareno no se quejaba, no pedía perdón a pesar de los golpes que le propinaban y eso enardecía más a aquellos rufianes irreverentes.

Apenas amanecía, ya estaban reunidos los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas, ante ellos llevaron a Jesús, a quien le escurría sangre de la boca, su túnica lleva manchas sanguinolentas por todas partes, en la cara y en los brazos se le veían profusos moretones por los golpes recibidos. Presentes los juzgadores, el acusado y una nube de acusadores, todos falsos testigos, que le atribuían violar sus escrituras, con sus mensajes subversivos, estaba todo para iniciar el juicio menos la defensa, el mismo reo no se defendía pues permanecería callado, los testimonios no concordaban, los testigos eran torpes, los principales no hacían señalamientos, el consejo desesperaba, fue entonces cuando el sumo sacerdote Caifás, decidió interrogar directamente al detenido, diciéndole conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el hijo de Dios y Jesús le respondió «tú lo has dicho y además os digo que desde ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder de Dios». Eso era lo que quería oír Caifás, pegó un grito, se rasgó las vestiduras fingiendo cólera y dijo ¡ha blasfemado!, qué más quieren, para qué queremos testigos y el consejo contestó ¡es reo de muerte!

Los judíos eran súbditos romanos de quienes tenían autorización para regirse conforme a sus leyes y costumbres, pero no tenían jurisdicción para aplicar las leyes en delitos mayores.


Así que ellos no podían derramar sangre, de ahí fueron y se lo entregaron a Poncio Pilatos, el gobernador Romano, ante quien fue conducido por una muchedumbre que lo llevaba atado mientras lo injuriaba, mientras el discípulo renegado, martirizado por su arrepentimiento, se daba muerte a sí mismo ahorcándose, el destino fue más generoso con él, que con aquellos que murieron difundiendo la doctrina como apóstoles de Jesús en tierras lejanas, todos cruelmente torturados por su Fé, Marcos murió en Alejandría arrastrado por veloces caballos, Lucas fue ahorcado en Grecia, Pedro fue crucificado en Roma con la cruz invertida y con la cabeza para abajo, Santiago fue decapitado, Tomás fue apuñalado con una lanza en la India, solo Juan murió en la ancianidad, no sin antes en varias ocasiones ser perseguido y torturado. Todos por su Fé y hasta Judas por su arrepentimiento están en el reino de los cielos.

Llegaron ante el gobernador Poncio Pilatos y le entregaron al reo, acusándole de rebeldía y que con su lenguaje pervertía a la nación, incitando al pueblo a que no pagara tributo al César y diciendo que él mismo era un rey, metiendo la insidia y la mentira en el sentido de que, si incitaba a no pagar el tributo, estaba en contra del César.

Pilato conocía a los judíos y sabia de la envidia y del odio que le tenían a Jesús, pero intrigado le pregunta: es cierto que eres el rey de los judíos, tú lo dices, respondió sin inmutarse; y siendo acusado nuevamente con ira por parte de los sacerdotes principales que deseaban un fallo determinante, Jesús permaneció callado, Poncio le volvió a decir, ¿nada respondes?, mira de cuantas cosas te acusan, aquello parecía un monólogo, los dos estaban resguardados adentro, los judíos no habían entrado porque, según sus costumbres, aquel palacio era de gente abominable y por lo tanto impuro, ellos tenían temor a contaminarse, siendo esto razón para no participar en la pascua.


 ¿De dónde eres tú?, y Jesús no le respondió. Pilato, que realmente no tenía nada contra él y tenía noticias de sus milagros, tratando de conminarlo para que le respondiera ¿a mí no me hablas?, ¿no sabes que tengo autoridad para crucificarte y que tengo autoridad para soltarte?, Jesús lo miró sereno, como no importándole lo que seguro era una advertencia «Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no fuese dada de arriba, por tanto, el que a mí me ha entregado, mayor pecado tiene». Poncio Pilato estaba convencido de que aquel ser era inocente e hizo que le acompañara frente a la turba a quien trató de disuadir, pero los gritos de la azuzada muchedumbre frenética le pedía que lo crucificara, pensó Pilatos en ablandarles el corazón, ofreciéndoles el sacrificio de Barrabás que tenía fama de ser un hombre violento, que participaba en motines y asaltos y que dejaran a Jesús que era un hombre justo y que ningún mal había hecho, pero no, nada los convenció y pidieron la crucifixión del Cristo, entonces tomó agua y se lavó las manos, y con un gesto malhumorado ante tanta perversidad de un pueblo que se decía santo, puso en libertad a Barrabas y resignado les dijo, allá ustedes.

La fatal decisión de Poncio Pilatos para condenar a muerte a un justo de lo que el mismo gobernador de Jerusalén estaba convencido, es uno de los atropellos más conocidos en la historia y, como es costumbre, los análisis artificiales lo culpan de la cruel ejecución del Cristo, pero verdaderamente si aquellos no lo hubieran presentado, simplemente no pasa nada, Poncio Pilato no sería parte central de aquel capítulo.

Lo cierto es que este acto ha sido un inagotable manantial de odio contra el pueblo judío, aun cuando no fue toda la etnia o la nación entera, sino más bien la clase privilegiada, para salvaguardar sus privilegios amenazados por el enviado de Dios.


Cosas peores pasaron cuando, conforme a su ley, antes de ejecutarlo debían de azotarlo, los soldados romanos se ensañaron con él, lo desnudaron, le lanzaron escupitajos, lo golpearon sin piedad por todo el cuerpo con sus puños y con sus botas, se burlaron de él, se escarnecieron y el nazareno no lloraba, no renegaba y no pedía piedad.

En dónde estaba Dios en ese momento de sufrimiento, ¿acaso estaba probando la fortaleza espiritual de su hijo que atravesaba por el peor instante de su pasión dolorosa?, ¿acaso no pudo enviar una legión de ángeles armados con rayos fulminantes para castigar a los impíos?, ¿acaso no pudo proveer a su hijo de una armadura de acero que lo protegiera de los terribles latigazos que desgarraban su piel?, ¿o mandarle un yelmo que le protegiera la cabeza?, no sabemos, pero el Cristo estaba abandonado.

A pesar de todo, Jerusalén lucia tranquilo, aunque en todas partes se sabía lo que estaba sucediendo, los más que era el pueblo esperaban milagros, esperaban señales, creían que algo iba a suceder, que algo increíble iba a suceder, posiblemente que Dios mismo bajara del cielo en un nube para llevarse a su hijo y rescatarlo de las manos romanas, otros que se iba a abrir la tierra o que se iba a salir el mar de su cauce, algunos que podía derrumbarse el templo, quien sabe qué, pero algo tenía que suceder. Sin embargo, aquel era un viernes normal, nada extraordinario sucedió.


Ya por la tarde, hubo tinieblas por toda la tierra, el sol se oscureció y fue la hora en que Jesús, clamando a gran voz «Padre en tus manos encomiendo mi espíritu, y habiendo dicho esto expiró» y entonces la tierra tembló y las rocas se partieron, se abrieron los sepulcros y los cuerpos de santos, que habían dormido se levantaron.

Así sucedió, desde entonces han caído reyes, dictadores, altos generales, ciento de generaciones de pobres y ricos, de ateos y creyentes, de belicosos y pacifistas, todos han perecido, pero la palabra de Jesús perdura ahora y siempre de los Siglos por los Siglos. Amén

Es saludable que pensemos en lo que Jesús quería, de quienes creen y quieren vivir en él, a ellos o a nosotros nos pide que no seamos como los interesados fariseos, hipócritas que rezamos en el templo por largas horas y nos damos golpes de pecho, pero que no hacemos lo que por él está dicho, porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me diste de beber, fui forastero y no me recogisteis, estuve desnudo y no me cubriste, enfermo y en la cárcel y no me visitaste, los discípulos le replicaron ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel y no te servimos?, y él les respondió «de cierto os digo, que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mi lo hicisteis». De ahí pues que sigamos su palabra que nos lleva al cristo vivo, que está con nosotros ahora y siempre, de los siglos por los siglos.

Así sea.


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