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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Josefina: fin al ciclo de la fantasía mexicana
Francisco Montfort Guillén
9 de febrero de 2012
alcalorpolitico.com
La situación de la mujer en la idealizada democracia griega hoy nos sería intolerable. Por supuesto, las mujeres no tenían derecho al voto. Eran confinadas a los trabajos manuales útiles para el hogar, condenadas al analfabetismo y sus cualidades mejor valoradas eran la sumisión y el silencio. Un verso de Sófocles dice: «En la mujer, el silencio es un factor de belleza» (Michel Onfray, Cinismos, 1993). Formaba parte de una transacción comercial, el matrimonio, y en el contrato su condición mercantil la obligaba a procrear linajes. Onfray cita a el Pseudo Demóstenes: «Tenemos esposas para perpetuar nuestro nombre, concubinas para que nos cuiden y cortesanas para divertirnos». Misoginia que perdura en la sociedad contemporánea como expresión del temor de los hombres frente a las cualidades de las mujeres, que ellos viven como riesgo a su dominio basado en la fuerza física y miedo a perder la tranquilidad del espíritu. Añade el filósofo francés: «¿Eran más libres (las mujeres) en aquella época en el burdel que en casa… que venderse para toda la vida en el matrimonio? A veces la casa de placer parece un progreso ético en comparación con el hogar burgués, donde florece como una planta en un invernadero la mujer sometida a disposición de su banquero».
 
En las sociedades modernas, o que aspiran a serlo, como la mexicana, la democracia ha creado condiciones para que ellas luchen y consigan, por méritos propios, un lugar de pares con los hombres. Es una lucha permanente, con altibajos, con franjas enormes en la vida social colectiva por donde transitan actos de barbarie y exclusión en su contra por el simple hecho de… ser mujeres.
 
Las mayorías en México creen que la democracia es exclusivamente un asunto colectivo, responsabilidad de los otros, o de entes del anonimato: del Estado, de los políticos, del pueblo, de las masas. La realidad es que significa todo lo contrario. La verdadera democracia descansa sobre la construcción de la voluntad individual, es decir, sobre la formación de la voluntad de cada persona, sirviéndose de su capacidad de entendimiento: la soberanía individual que a su vez es dependiente de las condiciones que permiten su formación.
 
México enfrenta un doble desafío en orden a su existencia: uno, la contención y superación de la barbarie en tanto agresión primitiva que está haciendo desaparecer nuestra convivencia en armonía. Dos, la superación de toda idolatría, la adoración de la idea de Redención, convertida en el eterno todavía no político, que significa la espera del nuevo Mesías, el que nos va a redimir, a salvar, porque somos incapaces de asumir nuestra soberanía personal.
 
En este marco de incertidumbre y desánimo puede aparecer la posibilidad de desterrar el círculo vicioso que envuelve al país desde hace décadas. Podemos romper con el círculo de la fantasía: de nuestros sueños de grandeza sin hacer esfuerzos, a la seducción partidista y mesiánica del líder salvador que hará posible esa grandeza, y de ahí a la idealización del futuro y la sublime realidad que nos ofrecen los presidenciables, ciclo que nos ha provocado la ilusión pública y alucinatoria de creernos nuestros deseos de grandeza, de bienestar, de progreso y reconocimiento mundial.
 
Marcela Lombardo, Rosario Ibarra, Cecilia Soto, Patricia Mercado representan ejemplos nobles de las luchas de las mexicanas por construirse un lugar preponderante en la política y el gobierno de México. Las circunstancias históricas de sus candidaturas presidenciales impidieron que su actuación fuera más allá del testimonio de un deseo de cambio.
 
Josefina Vázquez Mota será la candidata del Partido Acción Nacional a la Presidencia de la República. Su aparición rebasa la simple presencia testimonial de la mujer mexicana en la política. Su candidatura sí es un ejemplo de las virtudes culturales de la democracia y de que una nueva etapa de civilización es posible. Su presencia viene a romper un fuerte eslabón del ciclo de las fantasías públicas mexicanas. La deteriorada transición democrática del país nos ofrece ahora un fruto inesperado, una mujer alejada de las realidades de la idealizada democracia de la Grecia clásica; una mujer realista alejada también de los estereotipos culturales de la nuestra. Una candidata que representa una verdadera ruptura con la cultura misógina en el mundo masculino de los machos políticos. Es una realidad, no un deseo ni una ilusión.
 
La candidatura de Josefina Vázquez Mota representa también una contradicción (toda realidad la conlleva, de la mano de la complementariedad). Surge en un partido tildado por sus adversarios como «La Reacción», además calificado de conservador, católico y derechista. Dejémoslo así. Pero Josefina nunca ha recibido en su partido el trato que en el PRI le han propinado a muchas de sus brillantes militantes, sometidas a la humillación y al desprecio (trato del que no se ha salvado la notable Beatriz Paredes), e inclusive a los golpes, como a la osada precandidata a la dirigencia de su partido en el Distrito Federal. Tampoco ha vivido el trato revolucionario-democrático que les dieron a Rosario Robles y de Amalia García en el PRD. Vamos, no la trataron como una simple «juanita» ecologista.
 
Destaco centralmente el hecho sociológico y político, es decir cultural, de la candidatura de Josefina. Puede ser un recomienzo en un proceso de transición distorsionado por los pleitos entre los muy machos líderes políticos que hicieron prisioneros de sus caprichos al IFE, al TEPJF, a la FEPADE y manipulan los partidos a su antojo, por sus muy mexicanas pistolas. Este reinicio no equivale a la idealización de la política, ni de la candidatura panista, mucho menos de la misma Josefina, pues sería una forma más de discriminación, de minusvalía a su persona. La ubico como una emergencia, es decir, una cualidad que emerge porque han sido creadas las organizaciones pertinentes y las posibilidades de su aparición, no como deseo ni fantasía, sino como parte de una realidad en muchos aspectos desastrosa.
 
Su responsabilidad es mayor a la de sus adversarios, porque conlleva la reafirmación de la dignidad del mayor número de ciudadanos y de votantes que existen en el país (las mujeres), en un ambiente todavía muy envenenado por la misoginia. Deberá ser evaluada con rigor por los votantes, como los otros dos candidatos. No sabemos si ganará la elección. Por el bien del país deberá construirse una candidatura realmente competitiva, a la altura de los desafíos que enfrenta nuestra sociedad. Como sea, ya es una real competidora. Su presencia me alegra por México, por las mujeres de mi país que merecen mejor suerte, por la persona llamada Josefina, con todos sus defectos y cualidades, que venció en buena lid a sus contrincantes dentro de su partido.

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