icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
De Interés Público
¿Y después del 1 de julio?
Emilio Cárdenas Escobosa
25 de junio de 2012
alcalorpolitico.com
Estamos a unos días de la elección presidencial más competida de la historia. Hasta hoy, objetivamente, si nos atenemos a lo que se expresa en la calle, en los encuentros familiares o con amigos, en la oficina o la escuela, en cualquier sitio de reunión, a lo que se escucha en el taxi o en el transporte público, lo que se lee en las redes sociales, a lo que dicta el sentido común al ver la maquinaria tricolor desbordada en operativos de coacción y compra de votos, en la intensidad de la guerra sucia del PAN, en los misiles mediáticos en contra del abanderado de la izquierda, no es fácil anticipar un ganador, por más que se intente establecerlo cual profecía a partir de las encuestas, convertidas para demerito de la estadística en mero instrumento de propaganda del PRI.

Se vislumbra un final de película entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, que representan dos proyectos de nación distintos y contrapuestos. En el camino se fue quedando la abanderada del PAN, Josefina Vázquez Mota, abandonada a su suerte por el presidente Felipe Calderón, atrapada entre el saldo negativo de la administración federal panista, con la sangría brutal a cuestas de la batida contra el crimen organizado y las luchas entre bandas rivales, pero sobre todo por una estrategia de campaña errática, que denostando desde el primer momento al candidato del PRI, exhibiendo los pasivos de su administración en el Estado de México y el lado impresentable de este partido, hizo el trabajo sucio para que el izquierdista la rebasara por la derecha. Mientras que, el cuarto pasajero de este estrambótico viaje, el candidato de Nueva Alianza, Gabriel Quadri, solo tiene una participación testimonial en el proceso y su presencia en la arena electoral se orienta exclusivamente a que este partido mantenga su registro oficial.

A lo largo de los casi tres meses de las campañas el tono de confrontación ha ido en aumento. A partir de la aparición de las protestas juveniles en contra del candidato del PRI, nucleadas en el movimiento “YoSoy132”, con la abierta intromisión de Televisa, su aparato mediático y sus voceros en defensa de su candidato Peña Nieto, con la guerra a todo lo que da en las redes sociales, con el fantasma del fraude electoral invocado por López Obrador, y con un IFE sujeto por las lagunas de la ley electoral que hacen que, por ejemplo, se rebasen por mucho los topes de gastos de campaña y no pase nada, se acrediten “observadores electorales” en masa por agrupaciones o sindicatos de un partido político o se exhiban pruebas de operativos de compra de votos, de bodegas repletas de artículos promocionales del PRI, de un sinnúmero de hechos que desde ya ponen en duda que estemos ante un proceso electoral equitativo y con la calidad democrática que todos queremos.


Es preocupante en la víspera de la elección federal el tono agresivo e infamante de las campañas, que ha llegado al extremo de ubicar al adversario como un enemigo al que se quisiera exterminar. Invocar los miedos colectivos para intentar allegarse simpatías es atizar la hoguera de los enconos y de los afanes de revancha. Sugerir la peligrosidad de López Obrador por plantear la urgencia de poner freno a la corrupción gubernamental o mostrar a Peña Nieto únicamente como producto de la televisión, defensor de los ricos y explotadores, protector de gobernantes corruptos o aliados de narcotraficantes lleva, sin duda, a exacerbar la polarización de nuestra sociedad.

En esta lucha sin cuartel los contendientes parecen olvidar que sea quien sea el triunfador de los comicios tendrá que gobernar con el otro, desde la oposición en el Congreso de la Unión, en los gobiernos y congresos estatales y en los ayuntamientos. El próximo Presidente de la República, llámese como se llame, no podrá gobernar sin sus odiados rivales de hoy. Y no podrá hacerlo porque, si creemos en los datos de las encuestas, el triunfador de la elección no tendrá el apoyo de dos terceras partes de los votantes. Así de simple. Y por más que haya prometido en la campaña no podrá cumplir lo ofrecido sin lograr acuerdos con el Poder Legislativo, esto es, con las bancadas de sus archirrivales de los partidos tan denostados al fragor de la contienda electoral.

Más allá de que se imponga la cordura y prevalezca la normalidad democrática tras la oficialización de los resultados por parte del Instituto Federal Electoral y el desahogo del contencioso electoral en los tribunales, el país seguirá su marcha. México no se acaba ni renacerá el 1 de julio. Eso debemos tenerlo claro todos, por más que nos quieran calentar la cabeza y arrastrar a la descarnada y procaz lucha por el poder que protagonizan los candidatos, sus partidos y los poderes fácticos, con Televisa y sus adláteres en primer lugar.


Con unas campañas tan sucias como las que se desarrollan, cuando se habla ya de que se habrá de imponer al costo que sea al abanderado del PRI y con una oposición de izquierda y amplios sectores de jóvenes dispuestos a la movilización y la protesta, la jornada electoral y los días siguientes se prevén muy complicados.

No obstante, tras la tempestad, sea de la dimensión que sea, habrá relevo del Poder Ejecutivo el 1 de diciembre y, les guste o no, el camino que sigue es el de los acuerdos, el de los pactos, el de la convivencia cercana e incluso estrecha entre las distintas fuerzas políticas. Porque esa es la esencia de todo régimen democrático.

Pero los antecedentes del trato entre los adversarios políticos y la franca animadversión y encono que se prodigan profusamente Peña Nieto, López Obrador y Josefina Vázquez Mota y sus respectivos seguidores, gobernadores, políticos, dirigentes partidistas, líderes sociales y periodistas incluidos, no dejan mucho espacio al optimismo sobre la manera en que se pueden reconstruir los puentes dinamitados spot tras spot, en cada filtración mediática y tronante declaración, en las críticas o burlas que se intercambian los bandos en pugna.


Ese es el reto más importante que tienen frente a sí quien resulte vencedor el 1 de julio, el que solo podrá resolver haciendo uso de las armas de la política.

La sociedad está cansada de violencia, de enfrentamientos y estridencias. Si bien el escándalo es la materia prima por excelencia de los contenidos televisivos y es lo que vende periódicos, no podemos continuar adentrándonos en un terreno minado que tarde o temprano puede reventar. Los pendientes en la agenda política y de desarrollo nacional, los problemas cotidianos de la gente, su hartazgo ante tanta violencia y a vivir con miedo, están a la espera de que la clase política se baje del ring.

Y más vale que lo haga a tiempo, antes de que el ciudadano decida prescindir de las vías institucionales para la resolución de los conflictos, y eso, en una nación que lamentablemente ha ido perdiendo la capacidad de asombro ante la violencia, las pilas de cadáveres, las ejecuciones, los enfrentamientos armados, los patrullajes militares, los retenes y la macabra realidad cotidiana que nos asola, es, a no dudarlo, veneno puro para el país.
Por eso se debe abrir, por obvia y urgente necesidad, espacio a la mesura. Para poder construir una nueva agenda para la política mexicana una vez que se supere el litigio electoral, porque no podemos permitir que los desencuentros y las fobias de los políticos o las prioridades de los grupos de poder reacios a perder privilegios, sean la coartada para posponer la atención y resolución de las asignaturas que tiene México, con un tejido social desgarrado, una fuerte polarizado en lo económico y con la paciencia de amplias capas de la población al límite.


Ese es el mayor dilema al que nos enfrentamos, el que no se resolverá con visiones maniqueas, por más apasionados que estemos en esta guerra sin cuartel. Porque, en buena lid, al adversario político se le confronta y se le puede ganar con razones y respaldo popular, mientras que al enemigo lo único que se busca es exterminarlo.

Si se impone la visión del enemigo, el riesgo para México es enorme. El 1 de julio es la última llamada.

[email protected]