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Columnas y artículos de opinión
De Interés Público
Intransigencia
Emilio Cárdenas Escobosa
12 de julio de 2012
alcalorpolitico.com
Hoy en nuestro país se multiplican los intransigentes. Los que están convencidos de que la elección del 1 de julio fue transparente, pulcra, equitativa e inobjetable y que no hay razones válidas para cuestionar el triunfo del priista Enrique Peña Nieto. Y del otro lado, los que tienen la certeza de que fue una elección marcada por la compra de votos, donde el acarreo de gente pobre a las urnas, los operativos de coacción y amenazas a los votantes, la intromisión de las televisoras y sus encuestadoras en el proceso y la parálisis legalista de un Instituto Federal Electoral autocomplaciente ante todo lo anterior, demuestran la existencia de un fraude colosal que merece la anulación de la elección presidencial.

De intransigente a intransigente, ¿Con cuál se identifica usted? Desde luego que se puede optar por la comodidad de no involucrarse en disputas estériles, en discusiones desgastantes, en “pasar” de la política o retornar –si es que nunca se ha salido de ahí- a la comodidad de dejar que otros decidan por uno y luego quejarse sin hacer nada.

Creerle a Enrique Peña Nieto en su afirmación de que las denuncias mostradas en infinidad de videos y testimonios del ya famoso Sorianagate son “un montaje, una mofa y una burla al voto libre y razonado de los mexicanos”, donde, en sus palabras, “ningún actor o partido político tiene derecho a lastimar la unidad de los mexicanos y a polarizar aún más los ánimos, a poner en riesgo el clima de armonía, paz y unidad social que exige el país, sobre todo cuando las votaciones fueron históricas por su participación, legalidad y vigilancia”.


O creerle al candidato presidencial de las izquierdas Andrés Manuel López Obrador y a cientos o miles de testimonios, reportajes periodísticos y denuncias ciudadanas sobre una masiva operación de compra de votos por parte del PRI que implica, por decir lo menos, un rebase monumental al tope de gastos de campaña.

En este diferendo parece que no hay medias tintas. En el primer caso, si se identifica uno con el “nuevo PRI” de Peña Nieto, o ya por hartazgo del tema se decide dar la vuelta a la hoja y se acepta el discurso del priista, esto debe hacerse, sin más, como un acto de fe; mientras que en el segundo, si se tiene honestidad intelectual, aún sin militar en la izquierda o simpatizar con López Obrador, no se puede sino estar de acuerdo en la necesidad de que se indague la magnitud de los delitos electorales cometidos.

La última palabra la tiene el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, aunque ya podemos anticipar su fallo: Enrique Peña Nieto será presidente de México. Haya o no conflicto poselectoral, aunque rinda protesta como lo hiciera Calderón en medio del caos o por la puerta de atrás en el recinto legislativo o en la sede alterna que se escoja para ello.


El regreso del PRI a Los Pinos será un regreso sin gloria. La victoria, para muchos, para millones de mexicanos, dos terceras partes del electorado, y especialmente para los jóvenes, para los mexicanos más informados o con mayor nivel educativo, para los ojos del observador de otro país, el de Peña fue un triunfo comprado.

Será presidente por el poder del dinero, por el poder de Televisa, por la indolencia de legiones de pobres que terminaron vendiendo su voto, por la ignorancia de tantos, el conformismo de otros y el conservadurismo de muchos.

No ganó Peña Nieto. Ganó el bajísimo nivel educativo que lastra a la mayoría de los mexicanos. Ganó el miedo inoculado en un sexenio de violencia irracional. Ganaron nuestros atavismos culturales, el conformismo y la apatía. Fueron mayoría la pobreza ancestral, el analfabetismo funcional, la necesidad de una despensa. El telespectador venció al ciudadano.


Ganó sin convencer, sin celebraciones notorias de los suyos, sin mayor alharaca de sus huestes. Su triunfo deja un mal sabor de boca. Y más si nos detenemos a revisar cómo se ve hoy a México desde otras naciones. Da pena lo que se escribe y se comenta en la prensa internacional de los mexicanos. Causa malestar cómo nos observan y lo que piensan de quien será el próximo presidente.

El joven mexiquense ganará legalmente, una vez concluido el contencioso legal ante el tribunal electoral, pero tendrá graves problemas de legitimidad, iguales o peores que los que marcaron el sexenio de su mentor Carlos Salinas de Gortari o el del panista Felipe Calderón. Como ellos, Peña buscará legitimarse a partir de diciembre. No sabemos si lo hará al estilo salinista con un golpe quirúrgico a cacicazgos, liderazgos incómodos o personajes públicos candidatos a una orden de aprehensión o lo hará al estilo calderonista del “aquí mando yo”, y ya con el ejército en las calles y en el marco del estado policial que vivimos, su vía sea la del autoritarismo en contra de organizaciones que hoy lo cuestionan severamente, como las de los jóvenes del #YoSoy132, agrupaciones de izquierda o movimientos sociales que no encajan en la nueva pax priista y en el México de los privilegios, de los negocios al amparo del poder, de la corrupción y la impunidad, de los arreglos con el panismo que dobló las manos antes de que empezaran a contarse los votos o con la izquierda proclive a la negociación en lo oscurito.

El problema ahora es qué le decimos a los muchachos y muchachas que votaron por primera vez, los que entusiasmados acudieron a las urnas, los que no querían el regreso del PRI, los que marcharon y marchan por las calles, nuestra hijas e hijos que hoy nos dicen que los cambios que requiere nuestro país no se lograrán por la vía electoral, que está demostrado que los intereses creados no permitirán jamás la llegada de un gobierno que intente invertir las prioridades. ¿Qué les aconsejamos hoy, cuando exaltados nos dicen que no aceptarán la imposición de Peña Nieto, que seguirán movilizados?


Cómo llamarlos al orden, cómo explicarles que así es esto, que son las reglas del juego, que deben matizar su intransigencia y canalizar su decepción y frustración en una lucha de largo plazo, en volver a la escuela a seguirse preparando, a esperar otra oportunidad. ¿Hay que decirles que mejor prendan la televisión y retornen a la vida cotidiana, al deporte, al antro, a la fiesta con los amigos, al cine o a donde sea para olvidarse de cruzadas irrealizables, porque así es México?

Vaya problema, si usted, querido lector o lectora, se ha preocupado por formar hijos conscientes y críticos, pendientes de lo que pasa en su entorno, participativos y demandantes. En una palabra, ciudadanas y ciudadanos de los que hacen tanta falta en este país.

De intransigente a intransigente, definitivamente estos jóvenes idealistas y rebeldes, satanizados o ridiculizados por los medios afines al poder y por muchas voces instaladas en la abulia, el conformismo y en la defensa del statu quo, nos ponen hoy el ejemplo.


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