icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Zeitgeist
Todo el mundo es un escenario
Armando Chama Tlaxcalteco
10 de octubre de 2012
alcalorpolitico.com
Es curioso que este 2012 que llega a su recta final, haya estado plagado de elecciones en muchos países, que según se dice, son democracias maduras, y que por lo tanto, esa madurez se tendría que reflejar en la mejora de las condiciones de sus respectivos pueblos. Elecciones en Finlandia, en Francia, en México, en Venezuela, en noviembre habrá en nuestro vecino del norte y en diciembre en Corea del Sur; elecciones por aquí, por allá y por acullá.

Elecciones vienen y elecciones van, parafraseando una estrofa. Sin embargo la “Democracia” por mucho que nos venda la idea, no ha podido liberarse, desde hace ya décadas, de su gran lastre: las penosísimas brechas de desigualdad social. En ese tenor podemos decir que para bien y para mal, la democracia también se ha vuelto un asunto de globalización. Tan simple como decir que las democracias del mundo están asociadas a las presuntas “bondades” de las economías de mercado, y éstas a su vez, se encuentran insertas al proceso globalizador.

Digo esto porque ya desde 1998 el extinto papa Juan Pablo II mencionaba en sus discursos, la necesidad de que el proceso de globalización antepusiera los sentidos de equidad y solidaridad, cosa que llama poderosamente la atención, pues, deja columbrar un cierto dejo de culpabilidad y temor por parte de la iglesia ante una sociedad polarizada y fragmentada. La culpa es por la inacción histórica, y el temor, por la fuga de feligresía.


Además de que la sociedad sufre y padece el monopolio de la violencia ejercida por el Estado y por los “enemigos” de éste, hoy, ya no es solo la violencia física sino también la violencia moral, por la situación de desesperanza a la que son llevados grandes sectores sociales por la acción o inacción del gobierno; por ello, paradójicamente, la desintegración familiar deja de ser un asunto solo de familia; el orden y el respeto se han devaluado en grado superlativo, todo, enmarcado por los apremios económicos, sin empleo, sin casa, sin alimentación, o como bien la llamaron los norteamericanos en 2008, la crisis “ninja”(*)1.

Las condiciones de injusticia social que dieron lugar al surgimiento de las ideas comunistas en el siglo XIX, aún siguen presentes; así que convendría preguntarse ¿de qué manera las democracias del siglo XXI darán respuesta al problema de la pobreza? pregunta muy incómoda pero nada ociosa. Al caer la URSS surge con fuerza ingente el neoliberalismo, precedido por experiencias como las de Thatcher y Reagan con enfoques monetarios, ajustados presupuestos públicos, y sobre todo, enarbolando la bandera de la democracia.

Sin embargo, en el mundo subdesarrollado se llevaron a cabo manifestaciones de un neoliberalismo <<sui géneris>> como el caso chileno con Pinochet, con fórmulas bastante alejadas de la filosofía liberal, sistemas autoritarios que limitaban las libertades individuales, pero que permitían un sistema económico donde la libertad debería ser el principal instrumento para la realización del individuo. Flagrante contradicción no objetada en su momento por las élites dominantes, pues se identificaba con sus intereses, pero que es una muestra del pragmatismo que opera en las relaciones económico-financieras internacionales.


Por lejanas que parezcan esas experiencias son mucho más cercanas de los que imaginamos. Es ese mismo credo, son esos mismos preceptos, es ese doble discurso que intenta acercarse pero solo de forma asintótica a la praxis, lo que determina las brechas cada vez más infranqueables entre los centros de poder y el resto del mundo. Se tiene por “malo” un nivel importante en gasto de gobierno, pero este deja de serlo cuando atiende las emergencias de un sistema financiero al borde del colapso, como sucedió en 2001 y 2008 en Estados Unidos y en 2011 en la Unión Europea, solo por citar ejemplos recientes.

Incrementar año con año el valor del Producto Interno Bruto es un reto, casi una ambición, aunque no represente mejoras crecientes en la calidad de vida; mantener un bajo índice de inflación y en general una “estabilidad macroeconómica”, es lo único que importa, pues dicha estabilidad asegura altas tasas de interés para provecho solo de los que más tienen. Lo notable es que el discurso ha logrado que la gente apoye al instrumento que condiciona la estabilidad, que es, a todas luces, su grillete a la pobreza estructural.

La igualdad de oportunidades es una frase hecha para el discurso político; las oportunidades están abiertas para los individuos en la misma proporción que la distribución de la riqueza. Así, los pobres carecen de futuro simplemente porque es lamentable que el presente por el que atraviesan no les brinde ninguna expectativa. Esa es la famosa democracia, esa es la famosa libertad, esa es la característica de la exclusión social.


De ahí que los ideales tal parece son solo una “curiosidad histórica”, manifestaciones aisladas de pequeños sectores con capacidad de reacción intelectual; atrás quedó el ideal manifestado durante la formación académica; además de ideales hechos jirones, se suma la consecuente pérdida de nuestra cultura, y esta hace que la “M” ya no sea de México sino de “Mcdonalds” y la “T” no sea de “Tamalli”(**) sino de “Televisa”. Así aprenden a leer ahora los niños, con una cultura que nos es de por si ajena, pero de la que hemos hecho una idolatría malsana.

Macario Schettino en 2006 publica un artículo en el periódico “El Universal” en el que hace alusión a que “el crecimiento neoliberal no es perverso por sí solo, sino que el problema radica en que no pagamos impuestos”; palabras más palabra menos dice que “no le busquemos más”, pues, el problema no está en la obstrucción del mercado que causan lo monopolios, sino que la verdadera laguna del modelo, es la raquítica recaudación fiscal por parte del gobierno, y que el viejo argumento de los detractores de la derecha respecto a que el modelo neoliberal es la causa del desastre del país, es falso y empíricamente insostenible, lo cual, en parte, solo en parte, lleva algo de razón.

Sin embargo otra ilustre académica por cierto de la misma casa (el ITAM), Denisse Dresser, dice categóricamente en 2007 en un evento de la COPARMEX en Cd. Juárez que, “cuando un gobierno consigue los recursos que necesita para sobrevivir vendiendo petróleo, no tiene que recaudar impuestos”; y cita lo que llama “la primera ley de la petropolítica” según la cual mientras mayor sea el precio del petróleo menor será el ímpetu reformista y el compromiso modernizador de un gobierno. En un ambiente así, “no importa como competir sino cuanto extraer, no importa como innovar sino donde perforar; donde no importa crear emprendedores sino proteger depredadores”.


Dado lo anterior y en el afán de ser al menos decente, es saludable decir que la verdadera falencia del modelo, al menos en México, es no haber procurado la eficiencia de las instituciones públicas, los monopolios han reemplazado el tutelaje del Estado, más aun, el mismo Estado ha potenciado la formación de tales emporios; paradójicamente Milton Friedman, tal vez el más ilustre exponente de las ideas neoliberales, llegó a decir que “ la combinación entre poder económico y poder político es el camino perfecto hacia la tiranía”; así que por lo demás, el poder de tales monopolios hace inviable la verdadera justicia social.


(*) No Income No Job Access
(**) Una palabra en la hermosa lengua totonaca que se alteró y pasó al castellano como “tamal” y que según la tradición de este pueblo, uno se come su propia sepultura. De ahí que los mexicanos veamos en la muerte una festividad y no algo macabro y tenebroso como los norteamericanos y su Halloween.