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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Comprensión para la convivialidad (I)

José Manuel Velasco Toro 17/02/2022

alcalorpolitico.com

Estoy convencido de que la comprensión es elemento esencial que debemos recuperar para restablecer las relaciones interpersonales para la convivialidad social. Para comprender al otro hay que escuchar y tratar de ir más allá de las palabras mencionadas. Leer las tonalidades, las expresiones del rostro, el brillo de los ojos, los ritmos de voz, la emoción que surge desde el interior, en fin, situarme en el lugar de la persona con la que se habla para poder establecer el diálogo, es decir, el acto de comunicación interpersonal. Tenemos capacidad para dialogar.

Sin embargo, ¿por qué no lo hacemos? Decimos “soy tolerante”, pero mantenemos ideas o creencias fijas que, en ocasiones, tratamos de inducirlas con suavidad o propiciando situaciones que permitan su introducción y aceptación. Siempre he creído que en esta corta vida hay que construir, proponer, avanzar hacia la creación de situaciones nuevas. Una mente estancada es como un charco maloliente al que secará el calor solar.

Una mente activa, pero que no propone ni participa de la creación, es una mente que poco a poco se marchitará y caerá en el abismo de la frustración. Tengo la certeza de que por poco que se haga en esta vida, ese poco es sustancial. La inmortalidad del ser humano está en sus obras, en sus acciones, en su posibilidad de creación. De ninguna manera en el amoroso epitafio de una tumba.



Los límites de la imaginación humana no existen, ni existirán mientras la humanidad permanezca viva. Sólo la muerte puede establecer un fin, y eso lo aprendió la humanidad desde hace miles de años cuando el hombre inició el culto a sus antepasados al tratar de conservar su memoria mediante sencillos o grandes monumentos funerarios. Sin embargo, en la sociedad cada vez más urbanizada y enajenada por la lógica de la economía del dinero en la que todo se convierte en mercancía, la muerte misma se ha dejado de ver como el necesario fin que permite la continuidad de la vida.

Pero volvamos a la comprensión, ese concepto que me ha generado toda esta disgregación. Dije que cuando escucho trato de entender lo que dice mi interlocutor. Y fíjense bien, dije entender, no comprender. ¿Por qué? Entender deviene del latín intellego, entenderse con alguien, tener idea clara de las cosas, pero no necesariamente conlleva a la comprensión, aunque ésta implica lo primero porque el entendimiento es principio de toda experiencia y permite formar una imagen de la realidad a través de categorías y conceptos a priori. Yo puedo entender por qué una persona está abrumada por un problema, formarme una idea clara, o al menos así la percibo, de cuál es la causa que provoca el malestar o la angustia, y por qué actúa de tal o cual manera, pero no necesariamente puedo adoptar una actitud de comprensión.

Si mi actitud es sólo de observador, por mucho que la entienda, acepte su posición y explique racionalmente la situación de mi interlocutor, no la estaré comprendiendo. ¿Por qué? Porque comprender simple y sencillamente precede al conocimiento. Al preceder al sentido, la inteligencia es, como dice Hannah Arendt, la base que da sentido a todo conocimiento. Si no comprendo, si no siento, no podré establecer ese puente, ese eslabón que conecta, que une el sentido con el conocimiento de algo o de alguien.



Conocer con sentido es ir más allá de la observación y de la descripción física. Conocer con sentido es tener la capacidad de generar sentido a la vida misma. Yo puedo percibir que un alumno carezca de motivación para aprender los contenidos que se imparten en tal o cual experiencia educativa. A priori puedo formarme un juicio y explicar que no tiene interés porque no le gusta lo que se enseña o porque su nivel de formación anterior es tan precario que poco o nada entiende lo que se explica. Pero ello no significa que comprenda qué es lo que le ocurre.

Para conocer lo que sucede debo establecer la comunicación, primer paso en una relación interpersonal, generar confianza y escuchar lo que me dice. Desde luego, si deseo comprenderlo debo despojarme de la creencia que construí, sólo así podré establecer condiciones propicias para iniciar el diálogo. Si no interrumpo mi reacción interna no podré darle la confianza necesaria para motivar su interés en expresar qué siente y qué piensa, y por tanto no lograré una idea de lo que sucede. Y lo que es peor, nunca lograré comprender sus razones, sus sentimientos y sus actitudes.

Mi creencia funcionaría como una barrera de niebla que sólo permitiría apreciar las formas de manera borrosa, sin darme oportunidad de apreciar con nitidez sus líneas y sus rasgos. Por tanto, no podría entender qué es con certeza lo que está frente a mí, provocándome una reacción de rechazo que desembocaría en el bloqueo de la imaginación y de la explicación.



Bajo esa condición lo escucharé, por cortesía o por obligación, y podré formarme una representación de su situación, pero no lo comprenderé, limitándome a darle algunos consejos o sugerencias, las más de las veces cargadas de advertencias por las consecuencias que puede acarrear su actitud, sin coadyuvar a superar el estado de cosas porque no las siento, y lo que es peor, le estaré negando mi atención incurriendo en una conducta nociva.

En cambio, si yo suspendo mi creencia empezaré a compartir con él opiniones y sentimientos. En otras palabras, sentar las bases de un intercambio de ideas que poco a poco nos conduzcan a establecer la relación interpersonal y compartir significados, valores y objetivos. Durante esta fase no se trata de cambiar nada, sino de ser conscientes de las similitudes y de las dificultades existentes para poder comprender los pensamientos y los conflictos que generan la actitud de indiferencia, que es una actitud de rechazo pasiva hacia lo que se trata de trasmitir.

Hay dos momentos en la acción de comprender: el primero refiere a la comprensión preliminar que es base de todo conocimiento; el segundo a la verdadera comprensión que lo trasciende. Ambos tienen en común dar sentido al conocimiento. Fundamento e hilo conector en esa malla de relaciones preliminares, es el sentido común. El sentido común es producto de la necesidad de dar solución a problemas particulares e implícitamente emplea el principio de causalidad que “identifica la causa exacta y simple al alcance de la mano - escribió Antonio Gramsci - y no se deja desviar por enredos y abstrucidades”.



En tanto aptitud cognitiva, el sentido común explica los hechos [aunque puede no establecer conexiones] y sirve de base para el conocimiento analítico y crítico. Y en tanto distinción política, presupone habilidades mentales compartidas por la mayoría de la gente y son parte de nuestro espíritu que armoniza la sabiduría heredada. Al ser parte de nuestro espíritu, el sentido común no puede ser sin la comprensión, como ésta no puede manifestarse de manera clara y consciente, sin dos principios fundamentales: humildad y el saber escuchar.

La humildad la entiendo no en el sentido de humilitas que la significa como condición o debilidad de carácter y en la que la sumió la visión escatológica de conocimiento de bajeza y miseria. Desde luego que no es en ese sentido como percibo el significado de la humildad. Si no en el sentido de conocer la verdad partiendo del principio de ver las cosas como son para poder tener una visión clara, si no es que correcta, de la realidad.

Y esta humildad implica una ética del sentido basada en la comprensión multiléctica de los contrarios (y por qué no decir amor), y no en su confrontación adialéctica. En otras palabras, no se trata de una humildad implicada como urdimbre de abatimiento; sino de una humildad explicativa, estructural de la realidad en el que vivir y existir es Inter vivir e Inter existir. Lo anterior implica saber escuchar, que es todo un arte. Escuchar no es sólo prestar atención a lo que se oye, sino comprender lo que se escucha.



Por ello es fundamental la actitud de humildad explicativa porque permite la concentración en lo que se escucha, abre la imaginación al Inter vivir, y genera la empatía para sentir como propia la vivencia del otro, para Inter existir. Sin esa capacidad de amar, no en la interpretación erótica, sino en “el sentido de entregarse sin miedo a perderse”, nos dice Erik Fromm, no es posible la comprensión. El sentido es relación (conexión), más que sustancia. Estos principios son fundamentales para ejercitar la capacidad de comprensión. Y en política, más.