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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Concupiscencia y fundamentalismo

José Manuel Velasco Toro 29/10/2020

alcalorpolitico.com

En la “Carta Encíclica Fratelli Tutti del Santo Padre Francisco”, se habla que la concupiscencia es la “inclinación del ser humano a encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de sus intereses mezquinos”, tras los cuales las personas utilizan “las realidades materiales”, las organizaciones para su servicio y el poder de su grupo (p. 44). Cuando esto sucede, se deja de atender a la letra de las normas y al espíritu de éstas, por lo que se cae en la tentación de reinterpretar la doctrina profesada con carácter absoluto tendiéndose hacia la intolerancia, el desprecio y la agresividad contra quien no comparte la misma visión del mundo que es reducción de su mundo. Esta conducta es fundamentalismo, actitud de intolerancia que inicia teñida por la agresividad y termina con el conflicto abierto contra el otro y los otros, sea del lado que sea. Generalmente, por la experiencia histórica conocida, relacionamos el fundamentalismo con el ámbito de lo religioso, cuando el fundamentalismo también se manifiesta en el terreno de lo económico con el libre mercado excluyente y desigual, en expresiones de orden social que traducen ideologías racistas o de otro corte, en los espacios académicos donde se distorsiona la teoría reduciéndola a postura ideológica que se busca imponer pero, sobre todo, en la actividad política cuando bajo un signo ideológico el poder se pone al servicio de una concepción personal y se manipula la presencia del pueblo para la consecución de tal fin, por encima del bien común. Esto es “concupiscencia” fundamentalista, conducta que, peligrosamente, conduce a la tentación de incurrir en concepciones y posturas dogmáticas, pues la doctrina jurídica e institucional es manipulada sin atender a su espíritu esencial. Cuando esto ocurre, se otorga carácter dominante a una idea, creencia, ideología o a un personal punto de vista, que, anclado en el poder, eleva a incontrovertible lo que se considera como verdad, su verdad esencial. Al llegarse a este nivel, se abre el camino hacia la intolerancia, actitud mental que bloquea cualquier información o argumento que contradiga lo creído. Y con la intolerancia se engendra el desprecio hacia lo otro, lo que propicia incomunicabilidad derivada del monólogo del “yo creo”, patrón de agresividad en reacción hacia aquello o aquel que no concuerda con “mi verdad esencial”. Y así, en cadena secuencial, los opuestos terminan descalificándose mutuamente sin comprender nada uno del otro.

Por eso es que actitudes fundamentalistas las encontramos en la conducta social instituida por la competencia materialista del mercado y en las relaciones cotidianas de las personas, cuando se cree que nuestro pensar y nuestro sentir debe ser el pensar y el sentir de los demás; en la imposición moralista que conlleva agresión bajo la sentencia de “es por tú bien”; en la intransigencia “academicista” que condena teorías y explicaciones intelectuales que analizan la realidad desde perspectivas diferentes o en la manera política que discurre que su actuar y su verdad es la única forma de actuar y de creer. Actitudes que, frecuentemente, tratan de ocultarse bajo el desgastado concepto de “debatir”, concepto contrario al diálogo, pues proviene de los vocablos de y batir, raíces que significan altercar, contender, discutir, combatir. Sentimientos que se alejan de la tolerancia porque es el combate de mi idea sobre tú idea, del respeto porque se parte de la subvaloración del otro, de la comunicación porque sólo escucho mi voz y no la del otro, del entendimiento porque se cierra la mente a los datos de la realidad y a la convivialidad porque al atropellar la dignidad de los otros se corroe la base de la democracia. Para ser fundamentalista no necesariamente se necesita profesar una religión a ciegas, como comúnmente se cree. Basta con poseer la semilla de la intolerancia para que esta germine y crezca en el campo fértil de la negación, la descalificación, la acción violenta y el exterminio del uno por el otro. Algo que sucede no sólo en los campos de batalla, sino en la cotidianeidad de las redes sociales y en las relaciones políticas cuando las personas creen que su pensar y su sentir debe ser el pensar y el sentir de los demás. No reconocer y respetar la diferencia, es no aceptar la posibilidad de la libertad y rechazar la esencia del amor como fundamento de lo social. Fenómeno, parafraseando a Paul Valéry, que refleja el descarrilamiento de la mente humana que hace que pierda la capacidad intelectual para observar y reflexionar sobre nuestras propias acciones y valores, pero, sobre todo, para comprender, dialogar y aprender del otro en la acción de convivir.

En lo político, el fundamentalismo actúa sobre las “masas” que, dijo José Ortega y Gasset, no reflexionan, no ejercen el lenguaje de la razón ante la realidad vivida y no desean la molestia de comparar los valores espirituales que dan sentido de vida. “Masas” que marchan movidas por lo trivial, lo superfluo que impone “el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera”, por la creencia mesiánica de que algo o alguien les guiará y, al final, terminan siendo campo fértil para la demagogia populista, sea de la corriente ideológica que sea. Esa actitud siembra desesperanza porque arrastra hacia el deseo de “dominar y de avanzar sin límites”. “Hoy en muchos países - nos dice contundente el Santo Padre Francisco en Fratelli Tutti - se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se recurre a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de ese modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz” (p. 5). Hemos olvidado que los grandes saltos en la historia de la humanidad se han dado cuando existe colaboración no confrontación, cuando se da participación antes que competencia, cuando la inclusión supera a la exclusión, cuando predomina el sentido de la responsabilidad que hace a un lado la insensatez y en el momento en que la interdependencia se hace presente por encima de la dependencia. Reflexionar qué proyecto de vida queremos para el porvenir, es el reto que debemos asumir. ¿Estamos dispuestos para hacerlo?