De entre las relecturas realizadas en estos días de cuarentena, se encuentra el libro de Ervin Laszlo,
La gran bifurcación (Gedisa, 1997). Una de las diversas obras de este autor de origen húngaro que ha sido profesor en la Universidad de La Sorbona (Paris), Universidades de Yale y Princenton (EUU) y, junto con otros científicos de diversas nacionalidades, fundó el Grupo de Investigación de Evolución General, cuyo interés gira en torno al estudio del adelanto de la consciencia y los valores humanos. Físico, Filósofo de la Ciencia y Teórico de Sistemas Complejos, postula la existencia del campo de información en el vacío cuántico y el origen de las manifestaciones físicas y psíquicas en el cerebro humano; perspectiva desde la cual realiza, en esta obra, una profunda reflexión histórica del proceso civilizatorio humano para mostrar los momentos en los que ocurrió una bifurcación que aceleró el proceso evolutivo, por ejemplo, el descubrimiento de cómo producir y controlar el fuego hace mil quinientos millones de años, la invención de técnicas para labrar la piedra y hacer instrumentos con ella, el surgimiento de la agricultura, en fin, momentos en el que el camino se bifurcó conduciendo a un desenlace nuevo que se presentó abierto a otras alternativas que dependieron de la inteligencia y el aprendizaje para un confiable ejercicio futuro. Al respecto, Laszlo escribió: “la inteligencia es una facultad que no se ejerce necesariamente de manera confiable. Una especie inteligente puede hacer elecciones deliberadas y, por ello, también puede hacer elecciones erróneas. Las elecciones correctas favorecen la vida. Algunas son meramente irritantes; otras pueden ser fatales para el individuo que las hace. Pero otras pueden ser fatales para toda la especie y hasta para la biosfera en que esa especie se ha desarrollado” (p. 26).
Laszlo nos dice que en la historia hay lecciones que aprender y hechos ocurridos sobre los cuales reflexionar con miras al futuro. Sí bien no es algo nuevo, sí es necesario recordarlo para aprender, en especial en el tiempo aciago que estamos viviendo. Él escribió su libro al final de la década de los años ochenta y vislumbró que la última década del siglo XX sería un momento de bifurcación en la dinámica histórica mundial. No se equivocó. El fin de la Guerra Fría, simbolizada con la caída del Muro de Berlín (1991, treinta años después de su construcción), relanzó la dinámica capitalista hacia una racionalidad económica en la que el valor de todo, incluyendo al ser humano y el conocimiento, se podía calcular en dinero. Ésta fue una elección que parecía inteligente pero la realidad vivida actualmente demuestra lo contrario: se afectó y se puso en riesgo la salud de la biosfera derivado de la intensa actividad humana de corte consumista, a la par de que se acentuó la inequidad y la desigualdad social, creciendo enormemente la pobreza y la exclusión. Él, como otros científicos e intelectuales, insistieron en que la nueva bifurcación requería de una ciencia prospectiva que viera al futuro. No en el sentido de ser una “bola de cristal” que predijera lo que sucedería, no. Sino una ciencia que estuviera atenta a dos factores esenciales: una que pertenece a la naturaleza de los seres humanos; la otra, a la naturaleza de la sociedad. La primera biológica y la segunda sociológica. Ambas se entretejen en un orden complejo pero cuando éste se ve alterado, la sociedad entra en un estado caótico. Y ¿qué estamos viviendo hoy? Un estado caótico que no acertamos a comprender porque esa inteligencia que poseemos no la hemos, ni estamos ejerciendo de manera adecuada para responder a la abrupta alteración de la cotidianeidad ocasionada por el desencadenamiento, a partir de un elemento emergente, de muchos otros factores relacionales que nos tienen al borde del caos, demostrando lo frágil que es la sociedad humana, inmersa en la euforia del consumo eco-destructivo. Un microscópico virus (COVID-19) se convirtió en el “aleteo de la mariposa” que sumió a la humanidad en un estado caótico. El aleteo ocurrió en una persona contagiada por el emergente virus y se fue expandiendo hasta alterar la salud mundial. Los teóricos de sistemas complejos han estado insistiendo, desde hace más de cuatro décadas, de la fragilidad del equilibrio dinámico en el entretejido de la naturaleza con respecto a la sociedad humana y de ésta hacia su interior; pero, claro, la sociedad de consumo los ignora, los intereses corporativos los denigran y la sociedad los ve como curiosos idealistas. Y qué decir de los que tienen y han tenido el valor de luchar para el logro de un cambio en la relación humano-naturaleza: los matan. Y hoy, un organismo que no vemos pero sí sentimos su agresiva acción, nos está matando.
Pero no todo es negativo. Toda bifurcación produce un estado caótico pero todo caos conlleva a un nuevo estado de equilibrio dinámico. La historia de la Tierra que es también nuestra historia porque somos sistemas moleculares vivos y existimos como especie en el sistema complejo de la naturaleza, nos lo demuestra a lo largo de los millones de años que lleva evolucionando. Pero claro, no lo queremos aceptar. Al sentirnos y actuar como superiores a ella, lo único que hacemos es continuar alterando el equilibrio del sistema del que somos parte. La Tierra con su naturaleza y su biosfera protectora es nuestro hogar (palabra que alude a ese pasado en que se dio la bifurcación al aprender a producir y controlar el fuego, pues su raíz proviene del latín
focus que significa hoguera, centro que proporciona calor, refugio, espacio de vida) y del cual depende la sobrevivencia humana como especie biológica y como cultura. Ahora la cuestión es si nosotros, los seres humanos, seremos capaces de dar un salto evolutivo que, cimentado en el conocimiento científico y la habilidad tecnológica desarrollada, nos conduzca hacia una apertura espiritual fundada en la humildad que implica la unión en equilibrio con la naturaleza de la que somos parte; dar el salto hacia una democracia cognitiva donde el aprendizaje continuo en colaboración supere los estados de ignorancia persistentes que arrastran hacia el pantano de la barbarie; de actuar (en el sentido de la palabra, comenzar, guiar, llevar a buen fin) para limitar los desequilibrios y superar la inequidad que nos ahoga al establecer un mundo libre y responsable; de transitar hacia una proporción participativa entre libertad individual y libertad colectiva; de lograr una sociedad en intercambio que no tenga como deidad el consumismo, sino como principio la economía fundada en la sobriedad de la autolimitación individual y colectiva; de reinventar y fortalecer las instituciones de gobernanza como factor de libertad, paz, justicia y equidad. Como tejido social tenemos que reflexionar que la libertad, la autonomía individual, la justicia y la equidad social son valores perpetuos de la vida y la coexistencia pero que los mecanismos políticos, sociales y económicos actuales ya no garantizan el interés común, pues se han convertido en instrumentos de búsqueda de poder que obstruye la libertad cuando deben preservar la paz en el ejercicio de los derechos universales, individuales y colectivos, de la humanidad.
Laszlo propuso, en la obra mencionada, lo cual sigue siendo vigente a pesar de haberlo reflexionado en los años ochenta, la necesidad de reducir la complejidad de las actuales estructuras sociales mediante,
grosso modo, acabar con la centralización burocrática e ideológica de la toma de decisiones para moderar el poder de los políticos y transitar hacia la medida de las interacciones políticas en comunidad organizada; desincorporar las estructuras de producción regulando el crecimiento de los agentes económicos que han conducido al oligopolio centralizador; reducir la escala de los complejos urbanos y establecer un crecimiento controlado en equilibrio ecológico; en el campo, tender hacia la organización de comunidades agrícolas y pecuarias autosuficientes y abastecedoras en lo local y regional; impulsar la educación, cultura científica e innovación tecnológica; y algo que hoy es más urgente que nunca, unir conocimientos y fuerzas para lograr una nueva concordancia de cooperación ambiental. Es claro que el COVID-19 nos ha mostrado que la humanidad debe reorientar el espíritu de su ser y reinventar su hacer cultural. Para superar el problema inmediato de la salud pública y económica, se debe actuar asumiendo la responsabilidad que en este momento tenemos y, de ninguna manera, distribuyendo culpas. Concluyo este breve alterado escrito con estos versos de William Blake:
Aquel que se ata a una alegría/la alada vida destruye;/aquel que besa la alegría según vuela/vive en la aurora de la eternidad.”
Reflexionemos y actuemos.