Aquí en Tehuipango, donde se mezcla el colorido con el olor a incienzo, copal, mole y aguardiente, más de 10 mil personas llenan el camposanto para despedir desde las alturas a sus deudos, que partieron al más allá.
El color amarillo de flor de cempasúchil y el morado del moco de pavo, es lo que más luce en cada una de las tumbas. Los familiares caminan largas distancias hasta llegar al camposanto –que se ubica en lo más alto de estas montañas — cargando su agua bendita, flores, las coronas que cambian por aquellas que perduraron un año. Claro, sin faltar la comida que degustarán junto a sus difuntos.
Aquí nadie puede faltar a la misa que se celebra muy temprano en este panteón; para la gente —a pesar de no tener altos grados de estudio — el respeto a sus semejantes es lo primero; todos se saludan. “Buenos días, buenas tardes, en su lengua madre”, dice Martín, guía para este reportaje.
No hay un espacio para caminar entre las tumbas, es un ir y venir. Algunos limpian la tumba, le rezan a su deudo; otros cambian las coronas, pintan las cruces y, más allá, sacan la comida. Ese rico mole o el tezmole de patas de chivo, que va cargado con ejotes, frijol de enredadera y hierbas de olor, bien picoso, que hace al sudor brotar por la frente de esta gente humilde, pero que, con gran devoción, mantiene viva su creencia de que los muertos vienen de visita cada año.
En Zongolica hay más modernidad, la gente llega en automóvil o en las camionetas del servicio Mixto Rural. Su vestimenta ya es como en las zonas urbanas de las grandes ciudades, aunque aún queda uno que otro que llega vestido con calzón de manta y las mujeres, con trenzas y reboso.
El camposanto también se encuentra en lo más alto de Zongolica, donde no existe un orden en las tumbas; cada quien entierra a su deudo donde hay un espacio, debido a que es una zona serrana y pedregosa.
Aquí sí hay música norteña y mariachis que contratan para cantar la música que más le gusto a su familiar en vida. Llega gente de toda la República Mexicana y otros de Estados Unidos, que traen dólares para pagar no solo una hora de música, sino las que sean, con tal de convivir con sus muertos.
En esta despedida de sus muertos no puede faltar el alcohol, pues al recordar a sus familiares, los visitantes se toman una, otra y otra copa más, pero siempre teniendo presente sus costumbres y creencias del culto a sus muertos.