La costumbre de comer doce uvas durante el último minuto del año que concluye proviene, hasta donde sé, de Francia, país del que pasó a España hacia mediados del siglo XIX para, de ahí, dar el salto a Latinoamérica. Cada uva que se ingiere representa un mes del año nuevo y, al comerla, la persona imagina aquello que desea del porvenir. Doce deseos, uno por cada mes del año, que proyecta ilusiones, esperanza, propósitos, deseos que se espera conceda el destino, la suerte o la divinidad, denotando la persistencia de nuestro pensamiento mágico que se forja hacia un hecho o acontecimiento futuro.
Este año que acaba de concluir, no realicé ese ritual que en familia y con amistades resulta divertido, jocoso por la manera en que cada miembro prácticamente devora cada una de las uvas que transitan de la mesa a su mano, de su mano a su boca para ser deglutidas con rapidez, pues las campanadas del reloj en el imaginario no dan tregua de tiempo y, si se desea que el pase mágico sea efectivo, entonces hay que cumplir con las reglas que impone la ritualidad. Tras comer las uvas sigue otro ritual que es practicado por muchas personas en familia o con amistades, incluso en solitario. Desechar, sacando fuera de la casa aquellos objetos, ropa o utensilios viejos que se desea cambiar o renovar con la esperanza de que el año que se inicia traiga los recursos que se requieren para su logro. Pensamiento mágico que en momentos de crisis alivia la tensión y brinda sensación de bienestar pues la ilusión, como bien dice el dicho popular “es lo último que muere”.
Cada año que inicia esperamos mejores oportunidades que nos brinden la ocasión de mejorar en nuestra situación personal, familiar, laboral, social, económica o de salud; y cada año que se va nos deja gratos momentos o sinsabores variados que pocas veces, o casi nunca reflexionamos para valorar aciertos derivados de nuestros actos y decisiones, errores cometidos en nuestro actuar y que brindan enseñanza cuando se saben analizar para aprender de ellos, de las circunstancias vividas en interacción social experimentada de manera positiva o negativa. En fin, nuestro pensamiento mágico actúa viendo hacia adelante, hacia el futuro inmediato y olvida que la realidad presente se construyó a partir de decisiones tomadas y acciones derivadas que ocurrieron en el pasado lindante y que éstas, queramos o no, inciden en el curso de los tiempos por venir con resultados propicios o desventajosos, benéficos o dañosos, alentadores o descorazonadores, prósperos o desfavorables. Escenario pasado que pareciera onírico y el durmiente quiere despertar para olvidar, mediante el pase mágico de los rituales de fin de año, fijando en su mente esperanzas o deseos por venir. La realidad no funciona así, pero brinda en la persona un sentimiento de esperanza que es benéfica por su extravagante ensoñación.
Ensoñación, anhelo improbable que se realice, pero en el que se piensa con placer. Placebo, al fin y al cabo, cuyo posible efecto terapéutico contribuye a una sensación esperanzadora de logro o realización. Más, sin embargo, reflexionar los pasos dados en el pasado para valorar firmeza o tropiezos, saltos o torceduras, es, más que una ensoñación, un ejercicio necesario que requiere valor moral, claridad de pensamiento, reflexión constructiva y decisión para reorientar el hacer con el fin de mejorar y diseñar un proyecto realizable para una situación futura que sea progresiva y proporcione, ya no ilusiones, sino bases reales para una mejor situación de vida. La esperanza es ingrediente fundamental en el deseo de mejorar, pero para que sea necesariamente útil requiere de voluntad de acción con sentido reflexivo y constructivo.
El creer no conduce al hacer; más para hacer se necesita creer en lo que se hace con convicción propositiva, pues la trama de un sueño necesita de la proeza del protagonista que actúa en congruencia con aquello que se busca construir. Las doce dulces uvas o los cacharros expulsados de casa, van cargados de ilusiones que emanan de creencias mágicas enraizadas en el subconsciente colectivo; pero lo que realmente hace posible que aquello que nuestra mente proyecta hacia el destino pueda tener visos de hacerse realidad, es la convicción y firme decisión de actuar en consecuencia para crear condiciones propiciatorias que nos permitan alcanzar metas establecidas, aunado a la capacidad autocrítica de reflexión para evaluar pasos con fin de sopesar si se tiene buen ritmo o corregirlo cuando tropezamos o caemos, como personas y como humanidad.
Más si se trata de deseos esperanzadores, entonces podemos formular algunos en los que desde la acción personal sea posible incidir en el entorno social o más allá de éste. No hay un orden preestablecido pues todos ellos se entrelazan:
Que la humanidad adquiera consciencia de que la actividad económica fundada en la quema de combustibles fósiles es uno de los factores que están incidiendo en la alteración de las condiciones climáticas que propician el calentamiento planetario, lo que pone en riesgo la sobrevivencia humana.
Que en consecuencia se reconvierta la actividad productiva hacia una economía sustentable soportada en la generación de energía más limpia como la eólica, solar y geotérmica.
Que se frene drásticamente la deforestación de bosques y selvas sobrevivientes e impulse la reforestación de espacios cada vez mayores.
Que se aliente una cultura del agua para frenar la contaminación de las fuentes superficiales y subterráneas, propiciar captura de agua de lluvia para consumo urbano, reforestar laderas y pendientes para evitar que los escurrimientos pluviales se pierdan e introducir sistemas de riego agrícola eficientes.
Que se realicen con efectividad las acciones para recobrar, proteger y acrecentar los entornos y biodiversidad ecológica terrestre y marina.
Que la educación se transforme para sincronizarla con la dinámica y demanda laboral de la sociedad del conocimiento fundando bases para la democracia cognitiva.
Que institucionalidad y justicia se sustenten en el respeto a la dignidad y los derechos humanos.
Que el sistema de salud pública sea eficiente, eficaz, gratuito y universal.
Que el ejercicio de la democracia se fortalezca como forma de gobierno.
Que la actividad de investigación científica y humanística sea prioridad nacional, se eleve a rango constitucional e incida en la educación, la economía y la sociedad.
Que la cultura sea, al igual que la ciencia, prioridad nacional y sustento de progreso social.
Que se respete y apoye con igualdad, equidad y de manera efectiva, el desarrollo autonómico de las naciones originarias a quienes la nación les debe justicia social en todos los órdenes.
Doce deseos, doce esperanzadores ideales. ¿realizables? Sí, siempre y cuando tomemos consciencia y actuemos en consecuencia.