(14 de agosto de 1947, Japón - 11 de febrero de 2017, Japón)
Daremos un paseo por la vida de Yoichi, quien, tras más de 10 años de mudarse de su pueblo natal en busca de una vida, será sorprendido (o no) con la noticia de la muerte de su padre. Saliendo de la tradicional prosa, fue el turno de un manga – Japonés, naturalmente – y esque juega un papel importante aquel cliché de “no juzgues un libro por su portada” porque evidentemente, es un sesgo juzgar cualquier estilo de narrativa diferente al que normalmente leemos (recordemos a Foucault y su concepto normalidad). Así pues, lo que en apariencia parece ser una historia nipona sin más, se convierte en una historia narrativamente sencilla, pero con una gran carga psicológica y emocional detrás de la misma.
El argumento es simple, un viaje al pasado de Yoichi, pero, en realidad, es más que eso, es un viaje al pasado de cada lector que visite ese Japón, un viaje a nuestra niñez, nuestra infancia, a lo que, en palabras de James Joyce, es sin duda la mejor etapa de nuestras vidas, la infancia, la época escolar.
Una mezcla de emociones de toda naturaleza, ira, tristeza, felicidad, alegría, envidia, egoísmo, todo lo que integra a un ser humano, será lo que viviremos al adentrarnos en estas ilustradas páginas de un autor Japonés que sin duda, llegará a las fibras más profundas del lector, mismo que seguro verá reflejado ese pasado que pensó ya no significaba nada, hasta que lo recordamos y nos damos cuenta que la vida es tan fugaz que ni notamos la velocidad con la que pasa, pues nos obliga a seguir buscando nuevas ilusiones, sueños, metas y esperanzas, pero no debemos olvidar que los vínculos que creamos, son vitales en este paso terrenal. Por cierto, tras leer esta historia, uno no puede evitar pensar en el extranjero de Albert Camus.
Cierro con su siguiente aforismo: “Uno no vuelve a su tierra, sino que es la propia tierra la que, un día, regresa a los corazones de cada uno de nosotros”
Irving Romero