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Universidad Anahuac

Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

El Espíritu Santo nos lleva al desierto, pero el espíritu no-santo intenta sacarnos de él

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 07/03/2022

alcalorpolitico.com

Había vivido el Señor Jesús hasta los 30 años en Nazareth, su primera escuela, su primer desierto para llenarse de Dios y del amor de sus padres. Siempre tuvo conciencia de lo que representaba su misión, de lo que tendría que enfrentar, de lo que habría que hacer, y por eso se llenó del amor de Dios y del cariño de su familia.

Una vez que inició su vida pública, y después del bautismo en el Jordán, el Espíritu lo llevó al desierto. Para hacer bien las cosas hay que buscar a Dios, hay que estar en su presencia, llenarnos de su luz y de su gracia, porque el camino que nos espera es largo y fatigoso.

Una vida como la que soñamos, una misión como la que empezamos a vislumbrar, requiere del encuentro íntimo con Dios, vivir volcados en su presencia, como lo que hace Jesús durante toda su vida y, particularmente, dedicando cuarenta días de oración y ayuno en el desierto.



Desde ese momento vienen los ataques, las provocaciones, las tentaciones del enemigo. Desde que nos decidimos por Dios, cuando tomamos la decisión de hacer bien las cosas; cuando queremos sellar en la presencia de Dios nuestro compromiso vienen las tentaciones.

Se puede tratar de una experiencia que nos desconcierte. ¿Cómo ahora que estoy cerca de Dios y alejado del pecado, de los malos hábitos, me siento provocado a retroceder, a vivir como antes, a dejar las cosas como estaban, a rebajar los ideales que alberga el corazón? Tendríamos que estar completamente seguros en la presencia de Dios -eso pensamos- y, sin embargo, es el momento del ataque frontal del enemigo que nos quiere arrancar de su presencia.

Jesús apenas había sido bautizado en el Jordán y fue conducido al desierto donde fue tentado por Satanás. Cuando estamos en la presencia de Dios, cuando acudimos a Él para pedir su bendición y ser ungidos por el Espíritu, viene la tentación. Aunque parezca paradójico porque estar con Dios nos genera seguridad, cuando más cerca estamos de Dios es cuando el enemigo despliega todo su poder seductor para alejarnos y cortar abruptamente la relación con Él. Intenta incluso no sólo cortar la relación con Él sino llegar a desconocerlo.



Jesús será tentado en otros momentos de su vida, pero también tiene que luchar contra las tentaciones del enemigo estando en oración en el desierto. El Espíritu Santo nos lleva al desierto para conocer nuestra verdad más profunda, para tomar conciencia de nuestra condición filial y para sentirnos, como hijos, amados por Dios. Pero para llegar a eso tenemos primero que descubrir las fuerzas malignas que nos habitan a fin de combatirlas, cortar las cadenas de la esclavitud y liberarnos de ellas.

Para llevar a cabo este combate nos lleva el Espíritu Santo al desierto, aunque el espíritu no-santo intenta inmediatamente sacarnos de él. Evita que descubramos la presencia de Dios en el corazón y que miremos nuestra verdad más profunda, nuestras verdaderas posibilidades.

La finalidad del tentador es impedir que entremos en el desierto cuaresmal porque es una experiencia que nos pone en contacto con el hambre y la carencia verdaderas que sólo Dios puede saciar, que sólo Él puede colmar. Satanás ofrece una vía de escape, una forma de huir y cortar abruptamente este momento de encuentro con uno mismo y con Dios.



A Jesús lo intentó convencer de que no se puede desobedecer la propia hambre, que da satisfacción tener el mundo en las propias manos y que el culmen de la libertad es controlar todo hasta el mismo Dios.

Pero Jesús venció las tentaciones señalando que ser hijos se demuestra en el saber decir no al hambre propia, a la tentación de gobernar el mundo y a la osadía de poner a prueba al mismo Dios.

También a nosotros el Espíritu nos ha traído al desierto cuaresmal. Aquí nos ha convocado el Señor, por lo que será necesario defender este espacio de encuentro con Dios para recibir la gracia que nos fortalezca para enfrentar y desenmascarar las trampas del enemigo. Que tengamos presente, como dice Benedicto XVI, que: “La cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquel que es la fuente de la misericordia”.