Se trata de una pregunta actual e inquietante; se la han planteado prácticamente todas las generaciones y a pesar de que aparece desde los tiempos antiguos sigue siendo una pregunta actual. Se acumulan situaciones que llegan a generar impotencia e indignación, puntos de partida de esta gran pregunta que acompaña la conciencia de la humanidad.
El panorama desolador, el sufrimiento de los niños, las injusticias, las guerras, la muerte, las enfermedades, la pobreza y otras desgracias nos hacen clamar al cielo, provocan la pregunta que ha venido acompañando el caminar de la humanidad: ¿dónde está Dios?
No se trata simplemente de una pregunta que tenga motivaciones filosóficas y académicas, aunque haya pensadores que intentan responder al problema del mal desde la comodidad y el bienestar del que se escandaliza ante el sufrimiento sólo porque amenaza su estado de confort, del que se rasga las vestiduras porque puede ser alcanzado y afectado en su bienestar.
Pero la pregunta se plantea no como parte de una tertulia sino de manera muy personal cuando nos alcanza en carne propia el misterio del mal. La desesperanza y el pesimismo nos llevan incluso a sugerir una respuesta: “Dios está muy lejos de nosotros”, “Dios es indiferente a lo que estamos enfrentando”. Agarrados a la fuente del mal podemos también nosotros responder desde la frustración y el desaliento que provoca la experiencia del mal.
La Palabra de Dios en distintos momentos se refiere a esta realidad desgarradora y nos infunde fortaleza y esperanza frente a la constatación del mal. Vamos viendo en la Biblia que la respuesta definitiva al problema del mal que hay en el mundo es la cruz, la muerte y la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero hay otras reflexiones que hace la Palabra de Dios para responder a esta pregunta. En este caso se destaca la paciencia de Dios. El Señor tiene paciencia con la humanidad y espera a que el pecador se arrepienta.
Por eso, cada vez que consideramos que Dios no hace nada, cuando nos llegamos a ofender porque pensamos que Dios permanece pasivo ante las injusticias, habría que pensar en la propia realidad personal. Dios también es paciente conmigo, Dios no ha intervenido con intolerancia en mi propio caso porque también tiene paciencia conmigo y pone las condiciones para que caiga en la cuenta de las cosas que debo cambiar en mi vida.
Y quizá el caso personal puede ser más delicado porque reconocemos que hemos sido bendecidos y asistidos por la gracia de Dios, se nos ha concedido mucho y no hemos producido el ciento por uno.
La Palabra de Dios también ilumina esta cuestión explicando que el corazón del hombre es como la tierra donde crece la buena semilla pero también la cizaña. Por eso nos toca dejarle el juicio a Dios porque en nuestro afán de hacer justicia podemos faltar a la caridad y no ser objetivos.
Basta reconocer cómo somos implacables para juzgar las acciones de los demás y muy libertinos para pasar por alto nuestras propias miserias; somos duros para juzgar al otro y muy laxos para justificar nuestras propias faltas.
Nos hace falta valorar más la paciencia de Dios y confiar que la buena semilla que se ha sembrado en el corazón de los hombres termine por imponerse frente a la cizaña que impide el crecimiento de tantas cosas buenas que se han sembrado en nuestro corazón.
Cuando me desborda la pregunta y me hace responder desde la impotencia y la frustración que Dios no hace nada es necesario ver más de cerca mi realidad personal para agradecer y valorar la paciencia de Dios.