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Universidad Anahuac

Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

El pecado original y la Inmaculada Concepción

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 05/12/2022

alcalorpolitico.com

La reflexión teológica y la abrumadora evidencia de pruebas señalan la existencia del pecado original. De la manzana podemos pasar ahora a los albaricoques y las peras, para reflexionar sobre este tema complejo que sigue generando controversia y resistencia.

Pasados los años, el Cardenal Newman visitó el pueblo de Ham (que en tiempos modernos ha sido absorbido por la gran urbe londinense) donde había pasado los primeros años de su vida.

Recordó, entre otras cosas que, poco después de mudarse a otra casa, su padre, su hermano y él habían pasado por allí y, el jardinero, amablemente, les había ofrecido

tres albaricoques. El padre de Newman le dejó elegir a él, ya que era el más pequeño, y el futuro santo tomó uno y se lo comió.

Al hacer memoria de aquellos tres albaricoques, medio siglo después, Newman comentó: “elegí el más grande, algo que aún me sigue inquietando cuando pienso en ello”.

Puede parecer una simpleza el hecho de haberse aprovechado para tomar el albaricoque más grande y dejar los más pequeños a su padre y su hermano, pero no había olvidado ese incidente que todavía le causaba inquietud al haber actuado mal en aquella ocasión.



De los albaricoques podemos pasar al affaire de las peras de San Agustín. El santo de Hipona cuenta en sus Confesiones cómo, unos treinta años antes, siendo un adolescente, había entrado por la noche con sus amigos en el huerto de un vecino para robar peras, no para comerlas sino para deleitarse en el mal.

Por supuesto que se trató de una falta, aunque pudiera quedar como una cosa secundaria, en comparación con la vida licenciosa que llevó y las graves faltas que cometió hasta antes de su conversión que sucedió muchos años después.

De hecho, en varios de sus escritos se explaya en sus graves pecados y da testimonio de las distintas formas en que se alejó de Dios, pero como Newman con los albaricoques, el recuerdo de aquellas peras robadas le seguía pesando, como lo da a conocer en las Confesiones: no había actuado por necesidad, sino por “fastidio de la justicia y abundancia de iniquidad”, que había sido “gratuitamente malo” y que su maldad no había tenido “más causa que la maldad” y buscar la “ignominia misma” (Libro II, IV, 9).



Además de la vasta y erudita literatura teológica que tenemos, estas experiencias particulares de los santos nos ayudan a entender las consecuencias que ha dejado en nuestra vida el pecado original.

No se trata únicamente de la concupiscencia que ha quedado en la naturaleza humana. Más bien se pueden señalar seis consecuencias que, según la reflexión bíblica y la enseñanza de la Iglesia, constituyen el estado del hombre caído: la pérdida de la amistad con Dios y la consiguiente culpa; la conflictualidad entre los mismos hombres; la introducción de la muerte y del sufrimiento en el mundo; una cierta esclavitud al demonio, por cuya instigación el hombre pecó; el daño hecho al hombre entero, alma y cuerpo, intelecto y voluntad; y una inclinación habitual al pecado, llamada concupiscencia.

Hay abundantes pruebas para constatar la existencia de este pecado. En primera persona podemos reconocer el daño que ha provocado y las maneras como se manifiesta. Por eso, la cuestión del pecado original se impone hasta por razones empíricas. Chesterton escribió, con cierta ironía, que “algunos nuevos teólogos niegan el pecado original, que es la única parte de la teología cristiana que puede de verdad ser probada”.



Por su parte, Benedicto XVI reflexionaba sobre esta cuestión: “Por desgracia, la existencia de lo que la Iglesia llama «pecado original» es de una evidencia aplastante: basta mirar nuestro entorno y sobre todo dentro de nosotros mismos. En efecto, la experiencia del mal es tan consistente, que se impone por sí misma y suscita en nosotros la pregunta: ¿de dónde procede? Especialmente para un creyente, el interrogante es aún más profundo: si Dios, que es Bondad absoluta, lo ha creado todo, ¿de dónde viene el mal? Las primeras páginas de la Biblia (Gen 1-3) responden precisamente a esta pregunta fundamental, que interpela a cada generación humana, con el relato de la creación y de la caída de nuestros primeros padres: Dios creó todo para que exista; en particular, creó al hombre a su propia imagen; no creó la muerte, sino que ésta entró en el mundo por envidia del diablo (cfr. Sab 1, 13-14; 2, 23-24), el cual, rebelándose contra Dios, engañó también a los hombres, induciéndolos a la rebelión. Es el drama de la libertad, que Dios acepta hasta el fondo por amor, pero prometiendo que habrá un hijo de mujer que aplastará la cabeza de la antigua serpiente (Gen 3,15)” (Ángelus, 8-XII-2008).

Por lo tanto, en el protoevangelio (Gen 3, 15) aparece la mención de una mujer y de su Hijo, de quien vendrá la salvación. Dios inició el rescate del género humano a través de una mujer.

Por supuesto, María es creatura como nosotros, pero es la Inmaculada Concepción. Nuestra Madre Santísima fue preservada del pecado original. A diferencia de nosotros que hemos sido alcanzados por este pecado, María ha sido liberada de la lógica del mal y no está herida por las consecuencias del pecado original.



En atención al rescate del género humano Dios pensó en María y la preservó para que a través de Ella viniera el Salvador del mundo. Lo podemos explicar mejor con la figura del mar embravecido. Si estamos a punto de hundirnos, arrollados por las olas del mar, necesitamos una barca para poder ser rescatados.

Pero se requiere que alguien esté en la barca para que se aproxime hasta nosotros y nos sujete para subirnos y rescatarnos. Precisamente para que todos pudiéramos salvarnos Dios preservó a María de estar en el agua como todos los hombres y de ser zarandeada por las embravecidas olas del mar. Dios ha puesto a María sobre la barca para que nos alcance, nos ofrezca un refugio seguro y así no sucumbamos por el pecado que quiere hundirnos y destruirnos.

Como en la vida no se trata solamente de albaricoques y de peras, sino de situaciones verdaderamente graves que nos llevan a cometer injusticias, lastimar a los demás, hacer el mal y apartarnos de Dios, por eso necesitamos del auxilio de la gracia que Dios concede a través de los sacramentos y de María, la llena de gracia.



Ella nos ha dado a Jesús el Salvador del mundo que triunfó sobre la muerte y el pecado. Y por medio de la Inmaculada recibimos la gracia para luchar contra las consecuencias del pecado original.

Lo que sentimos por María quedó bien plasmado en los versos de Dante Alighieri en el Paraíso, de la Divina Comedia (XXXIII, 12), cuando dice:

Mujer, eres tan grande y tanto vales
que si alguien busca gracia sin tu ayuda
son un volar sin alas sus afanes…
Pues Tú con gran bondad no sólo cuidas
de quien te pide: con generosidad
te adelantas y das antes que acuda.