La ciencia desde el Macuitépetl
FRAUDE CIENTÍFICO Y CIENCIA A DESTAJO
Según el diccionario, fraude es “una acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete”. Si hablamos de fraude científico, entonces estamos hablando de acciones, contrarias a la verdad y a la rectitud, que perjudican a la ciencia, sus instituciones, a los científicos y a la sociedad en su conjunto. Aún cuando se otorga a la ciencia y los científicos una gran credibilidad, el fraude científico, lamentablemente, es más frecuente de lo que se piensa. Tanto así que en los Estados Unidos existe, desde 1992, la Oficina Para la Integridad Científica (United States Office of Research Integrity: ORI); fundada por el Departamento de Salud de aquella nación con el objeto de prevenir, detectar y sancionar el fraude científico, particularmente en las ciencias de la salud y la investigación biomédica.
Para comprender en qué consiste el fraude científico, consideremos una de sus modalidades más comunes: la falsificación de datos. En el número más reciente del boletín publicado por la ORI, se presenta el caso de Jennifer N. Arriaga, de la Universidad Central del Caribe en Puerto Rico, de quien se descubrió que intencionalmente inventó los resultados de 17 entrevistas y falsificó 10 recibos de pago a voluntarios, relacionados con la investigación “Terapia familiar estratégica para drogadictos adolescentes”. En la misma publicación se describen otros casos, como el de Zhong Bin Deng, del Medical College of Georgia, y el de Norma Couvertier de la Fundación APT en Connecticut.
Los costos de tales imposturas son evidentes, incluyen no sólo los recursos inútilmente invertidos en la investigación, sino también el desprestigio para la institución y el impacto que tienen en otros investigadores que dan los resultados por buenos, sin olvidar el efecto desastroso que pueden tener en la sociedad, si alguien decide hacer una aplicación de los mismos.
En mi práctica como estadístico me he encontrado con casos parecidos, y en el ambiente académico circulan anécdotas sobre distintas clases de fraudes, que van de la falsificación de datos, hasta el plagio de artículos completos. Dado que en México no existe algo semejante a la ORI, el alcance del fraude científico no está documentado en nuestro país. Debe aclararse que, si bien el fraude es la excepción y no la norma, su incidencia es preocupante.
Sobre las posibles causas que orillan a un investigador a incurrir en el fraude, creo que puedo distinguir al menos una de ellas: el pago a destajo por el trabajo científico. El trabajo a destajo es aquel por el cual no se recibe un pago fijo por jornada, pagándose en proporción a la cantidad de piezas producidas el trabajador.
Hace poco más de 25 años se instituyó en México una variante de este modo de compensar el trabajo, como una forma de evadir el otorgamiento de salarios justos a los investigadores –y las consiguientes prestaciones- creando el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y los Programas de Productividad en las universidades públicas y los centros de investigación nacionales. Así, sucede que entre un 30 y un 50 por ciento del ingreso de muchos investigadores depende de su “productividad” (pago a destajo: más publicaciones, más tesis dirigidas, más cursos, más conferencias, etcétera, se traduce en un mayor ingreso).
En el esfuerzo por alcanzar un nivel de ingreso decoroso, muchas veces se dejan atrás los valores éticos que deben acompañar la práctica científica, y el investigador se ve tentado a incurrir en el fraude.
En un reciente Congreso convocado por el SNI, René Drucker, coordinador de divulgación científica de la UNAM, sostuvo que el SNI “en su momento profesionalizó la actividad científica en el país, pero ahora es un sistema perverso. A lo único que se dedican los investigadores es a tratar de juntar los puntos necesarios para permanecer en el nivel alcanzado, que representa un ingreso económico considerable en proporción al salario”. En la misma UNAM se han realizado estudios puntuales sobre el impacto negativo de esta competencia sin sentido, reflejado en la decreciente calidad de las tesis de posgrado y en la proliferación de publicaciones “patito”.
Además de pagar salarios justos a los investigadores, el fraude científico podría combatirse –como la ORI recomienda- incluyendo cursos de ética en la formación de investigadores, recurriendo al auxilio de la filosofía, lo que ratifica una vez más la pertinencia de vincular ciencias y humanidades.
Hay que reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.