De repente la palabra humanismo se puso en boga en boca de la clase política y, cual corifeo, se empezó a repetir como consigna sin mediar una clara definición de qué es el humanismo y mucho menos el humanismo mexicano. En una búsqueda rápida por Internet, nos encontramos con una definición que remite a la cualidad educativa como experiencia y proyecto mediante los cuales se logran aprendizajes vivenciales con sentido y se considera a los alumnos como individuos únicos y diferentes a los demás.
En otra explicación se indica qué es y cuáles son los principios de ese humanismo: el impulso de políticas públicas basadas en el bienestar compartido; redistribución equitativa de la riqueza de manera justa con miras a eliminar la injusticia y las brechas económicas en nuestra sociedad; combate a la corrupción; así como soberanía y defensa de los recursos naturales con base en los principios del nacionalismo mexicano.
Frente a esta definición del humanismo mexicano lo que se observa es, más que nada, principios de política pública cuya base moral se sostiene en la dimensión de equidad, justicia, protección, participación, paz, democracia y libertad para sí y para los otros, pilares fundamentales y prioritarios que son necesarios para un relanzamiento nacional hacia el progreso conjunto y equilibrado.
El progreso siempre es un mejoramiento de la humanidad frente a situaciones que varían en cada momento de la historia. Señalo esto porque en estricto sentido el humanismo occidental que nació como rebelión cognitiva en la Italia del siglo XV, brotó como un concepto que define la identidad cultural occidental y lo hizo como afirmación de la libertad y la capacidad humana para actuar.
Así, el humanismo emancipa al ser humano de la dependencia de la idea de Dios como guía de un destino para abrir las puertas a la acción de los humanos como hacedores de su futuro. El humanismo es una visión de lo humano de hoy y del futuro, cuya dimensión ontológica permite reflexionar sobre la esencia humana y sus actos; pero lo humano no es idéntico a la visión humanística puesto que esta concepción se redefine constantemente en la medida de los cambios generacionales y el progreso cognitivo y tecnológico.
Así pues, para hablar de humanismo mexicano implica, primero, revisar y explicar cuál es la visión humana de lo mexicano y, en paralelo, establecer la empresa cultural y política que encamine el pensar humanístico hacia la libertad y el cultivo de la potencialidad humana para actuar en beneficio colectivo que destierre la inequidad social y económica; ponga freno al abuso del poder cualquiera que sea; supere el rezago científico y tecnológico que nos somete a un colonialismo tecnocientífico extranjero; imponga la paz como derecho a la vida y condición necesaria para el progreso; establezca el orden de la justicia sin parámetros condicionantes ni recovecos contrarios a los derechos humanos; destierre ideas, creencias y conductas milenarias que denigran a la mujer como ser humano y persona; sentir y asumir con convicción el ser nacional pluricultural que caracteriza nuestra realidad histórica y social; superar nuestra dependencia emocional con el pasado para promover una visión de futuro libre de mezquindades y lúgubres conductas; establecer una nueva perspectiva de bienestar y solidaridad social ante un mercado global que instaura competencias sin fronteras; crear, fomentar y fortalecer una democracia cognitiva en la que la autonomía del intelecto de las personas se despliegue en inteligencia colectiva y solidaridad social capaz de generar resultados útiles a largo plazo en un movimiento hacia lo futuro como realización posible de una democracia sólida.
Estos parámetros, y otros más, son fundamentales para impulsar el pensamiento libre que hace potencial la libertad y la autonomía del ser, la responsabilidad como constante de la acción humana y la reconfiguración del sentido humano como seres biosociales integrantes de la naturaleza. Pensamientos utópicos, tal vez, pero en la historia de la humanidad resalta la propensión muy fuerte hacia ellos porque la historia humana es la historia de la lucha por la libertad, inclinación natural que ha demostrado que los cambios no son resultado de una persona, sino de la acción colectiva de quienes poseen el convencimiento, como lo creyó José María Luis Mora, padre del liberalismo mexicano, que la felicidad de uno es la felicidad de todos.