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Ignorancia y miseria, los peores enemigos de la democracia: Savater

Edgar Onofre Xalapa, Ver. 13/09/2005

alcalorpolitico.com

Los mayores problemas que enfrenta la democracia son la ignorancia y la miseria, son sus peores enemigos: no es posible la democracia sin ciudadanos capaces de entender y valerse de sus instituciones, derechos y obligaciones, aseguró el filósofo y escritor español Fernando Savater, durante su participación en el Foro Internacional Educación, Política y Democracia de la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) 2005.

Enlazado a la Universidad Veracruzana (UV) desde Madrid mediante sistema de videoconferencias, el autor de títulos como Ética para Amador, Política para Amador y Las Preguntas de la Vida aseguró que sólo la educación permite conformar la democracia: “La democracia exige preparación. En ella todos somos gobernantes, de cada uno de los ciudadanos depende el gobierno de todos. Se necesita, pues, de la educación porque la democracia no es algo natural, sino una obra de arte social”, explicó.

Sin embargo, advirtió que la democracia es apenas una herramienta para la convivencia social y no “la panacea que resuelve automáticamente todos los problemas. La democracia no es en sí misma un acto mágico” y añadió: “Tampoco la educación es la solución milagrosa ni todos nuestros problemas se resuelven con ella, aunque también hay que decir que en la solución de cualquier problema hay un elemento de educación. La educación, pues, debe buscar que las personas participen de manera razonada en la vida social”.

Savater, quien se consideró a sí mismo un educador antes que filósofo o escritor, agregó que “el mayor miedo de la democracia es la influencia de los ignorantes. Pero la ignorancia peligrosa es la de las personas incapaces de hacer inteligibles sus demandas, de argumentar, de comprender a los demás. Las democracias funcionan cuando los ciudadanos se escuchan unos a otros y, entonces, la educación lo que debe generar son personas capaces de aceptar las razones de los demás sin sentirse humillados frente a la razón del otro”.

Además, dijo que la educación para la democracia debe ser crítica y no para la transmisión dogmática de ideas. “La educación no equivale a decir que todas las ideas son válidas, sino que educar es seleccionar de la cultura aquello que queremos perpetuar porque es bueno y esto implica que primero tendríamos que acordar que es lo que buscamos perpetuar, porque, por ejemplo, la antropofagia no es una variante culinaria como las demás”.

Asimismo, Savater hizo una distinción entre la educación para lo racional y la educación para lo razonable: “Los datos concretos de las capitales del mundo se olvidan con el tiempo, lo que debemos es aprender a buscar esos datos. La educación racional no enseña a relacionarnos con los objetos que nos rodean, mientras que la educación para lo razonable significa saber relacionarnos entre sujetos.

Respecto del papel del Estado en la educación, el filósofo explicó que la máxima preocupación de los países debe ser que la educación llegue a todos, aunque también adelantó que la sociedad debe responsabilizarse de la educación que se administra: “La educación es el instrumento para luchar contra la fatalidad social (que provoca que los pobres sigan siendo pobres) y respecto de la orientación ideológica que los estados pueden imprimir a su educación, añadió que “el estado puede suscitar el debate, pero no zanjarlo” e hizo un llamado para, en materia de historia, “educar para construir el futuro y no para vengar el pasado”.

Por su parte, Francisco Gil Villegas, especialista en ética del Colegio de México, llamó a no defender a la democracia de manera fundamentalista, sino a educar para la comprensión de que la democracia supone derechos pero también obligaciones a los ciudadanos y que “nuestros puntos de vista pueden estar equivocados”, además de que aseguró que gobernantes y gobernados deben tener una “ética de la responsabilidad”.

Experto en la obra del filósofo alemán Max Weber, Gil Villegas también dijo que la educación debe enseñar a tratar a los seres humanos no como un medio, sino como un fin en sí mismos y a ejercer la ética de manera cotidiana, “y no me refiero únicamente a asuntos políticos”.