En el contexto del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, las historias de exclusión siguen siendo la constante en lugar de la excepción. Aunque la fecha invita a reconocer la riqueza cultural de los pueblos originarios, en la práctica muchas personas indígenas siguen enfrentando obstáculos para ejercer derechos fundamentales, como el acceso al trabajo.
Manuela Francisca, mujer nahua originaria de Ixhuatlancillo, lleva años dedicándose a la elaboración de artesanías, cultivo de flores y preparación de medicina tradicional. Sin embargo, su esfuerzo y conocimientos no encuentran un lugar legítimo en el espacio público.
“No me dejan vender en el centro. Hago mis venados, mis flores, mis nochebuenas… y si me ven, me lo quitan todo. También mi medicina. Entonces, ¿qué hago? ¿Nos vamos a quedar así?”, expresa con frustración la artesana, que por años ha luchado por mantener sus saberes y tradiciones.
La falta de oportunidades para comercializar sus productos no responde a una cuestión de competencia o calidad, sino a restricciones municipales y a la aplicación discrecional de reglamentos que muchas veces terminan por criminalizar la economía indígena informal, aun cuando ésta representa el único sustento de cientos de familias.
“La discriminación no siempre se grita, a veces simplemente se regula”, señaló por su parte el luchador social Jorge González Rojas, quien subrayó que impedirles a las personas indígenas vender sus productos artesanales o medicinales constituye una violación directa al derecho al trabajo, protegido tanto en leyes nacionales como en tratados internacionales.
Para González Rojas, es preocupante que estas restricciones sigan ocurriendo, especialmente en ciudades como Orizaba, que por un lado celebran su pasado indígena con discursos y eventos, pero por otro no garantizan el ejercicio libre y digno de los derechos económicos de sus habitantes originarios.
“No basta con conmemorar el 9 de agosto. Hay que dejar de usar a los pueblos indígenas como imagen decorativa y empezar a reconocerlos como ciudadanos con derechos plenos. El derecho a trabajar, a vender lo que producen, no debería ser negociable”, afirmó.
Mientras tanto, Manuela continúa su labor. En silencio, desde su casa en Ixhuatlancillo, sigue moldeando con sus manos figuras tradicionales, recolectando hierbas medicinales y cultivando flores que pocas veces llegan a los mercados de la ciudad.
Su historia no es única, pero sí representa con claridad cómo, para muchas personas indígenas, la exclusión no es sólo una cuestión histórica, sino una práctica institucionalizada que persiste día con día, disfrazada de normas, permisos o reglamentos.