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Sección: Estado de Veracruz

La búsqueda de su identidad, desde Austin Texas hasta Úrsulo Galván, Veracruz

- Registro Civil veracruzano, el de mayor rezago en subir actas al sistema central de la Secretaría de Gobernación

- Crónica de cómo hasta el último eslabón burocrático justifica su ineficacia

Héctor Domínguez Ruvalcaba 07/08/2023

alcalorpolitico.com

Y uno que pensaba ingenuamente que esas errancias burocráticas eran asunto del siglo pasado. La súbita carencia del documento primordial, el primero de mi vida, el acta de nacimiento, me llevó por un camino que hacía muchos años no había transitado. La computadora no respondió al llamado del CURP (10 veces cotejado) y no pude obtener el imperioso papel que certifica que nací vivo, muy pequeño y a deshoras de la noche. La semilla de toda la biografía de credenciales, pasaportes, identificaciones de acá y de acullá, se había quedado en alguno de esos trámites de renovación de pasaporte que exigen les dejes el preciado original con el único fin de sepultarlo en los archivos muertos. Fue así como empezó el periplo oficinero en busca del preciado documento donde se consta mi existencia.

Primera parada: Consulado General de México. Una amable funcionaria me condujo a la ventanilla correspondiente. El oficinista me ofreció un gesto de eficiencia y, sin embargo, me llevó a otra ventanilla donde la magia del CURP haría brotar el ansiado papel ornamentado con serpientes. El segundo oficinista tecleó el código con fuerza innecesaria. Lo intentó dos veces más. Nada pudo hacer y entonces me indicó que debía llamar a la Oficina del Registro Civil del Estado Libre y Soberano de Veracruz Llave. Anotó un par de números y un correo electrónico, mismos que corroboré en la página oficial de la dependencia. El presunto licenciado me aseguró que era un trámite muy simple, ensalzando las virtudes de la modernización administrativa y la absoluta ausencia de distancias cuando de sacar un acta de nacimiento se trataba.

Segunda parada: Oficina del Registro Civil de Estado de Veracruz Llave. Llamé a la oficina ubicada en Xalapa, y una mujer me respondió con un tono cansado y displicente. Le expliqué mi situación, le informé que llamaba desde el extranjero, antes de que me ordenara ir presurosamente a hacer acto de presencia. Me envió al Consulado General de México en Austin. Cuando empecé a explicarle cómo de dicho consulado me habían dirigido a ese teléfono la llamada se cortó de repente. Volví a marcar: nadie contestó. Dejé mensaje: nadie me llamó. Entonces envié un correo electrónico que nunca recibió respuesta. Supuse que eran tantos los casos que debían de atender que mi trámite se había quedado extraviado, traspapelado, reburujado, en los meandros inefables de la burocracia. Poco a poco, la historia del acta inaccesible iba tomando dimensiones míticas: era como buscar el Santo Grial, el vellocino de oro o el tesoro de Axayácatl. Franz Kafka hubiera consignado con maestría esos gestos estudiados del burócrata acostumbrado a negar servicio, justificar su inacción, presentarse ante la vista del ciudadano pedestre como un muro inescrutable donde tendrá que experimentar la crueldad de lo que el sociólogo argentino Javier Auyero llamó violencia burocrática. Como en las célebres novelas del escritor praguense, el usuario de las oficinas administrativas mexicanas vive una culpa inexplicable, originada en ese verse imposibilitado de mover la voluntad oficial a su favor.



Tercera parada: Representación del Estado de Veracruz en la Ciudad de México. Meses después de la cerrazón telefónica del Registro Civil estatal, en un viaje a la Ciudad de México llamé a la representación del Gobierno de Veracruz. El hombre que respondió el teléfono ensayó su mejor acento profesional para decirme que en esa representación ya no podían hacer lo mismo que 10 años antes se pudo a través de su oficina: obtener un acta de nacimiento. Con su entonación de licenciado ampuloso y cantinflesco me dio una explicación imposible de sostener: cada Secretario de Gobernación implementa un nuevo sistema de CURP y lo que seguramente había sucedido era que mi CURP fue actualizada por capricho de Olga Sánchez Cordero o Adán Augusto López o quién sabe si hasta Osorio Chong. Le agradecí amablemente su malabarismo explicativo. Concluyó disculpándose por no poder ayudarme y me sugirió que fuera a preguntar a la Secretaría de Gobernación en qué había quedado mi identidad o, en última instancia, que de una vez viajara al Honorable Ayuntamiento de Úrsulo Galván, del famoso estado donde hacen su nido las hordas del mal.

Cuarta Parada: Oficina Central del Registro Civil en la Ciudad de México, ventanilla de actas foráneas. Era ya hora de consultar con mis amigos los abogados. Uno de ellos me sugirió hacer una parada en la oficina del registro civil sito en la avenida Arcos de Belén de la capital del País. Las líneas eran extenuantes. Varias personas de la tercera edad, visiblemente adoloridas por permanecer de pie por tiempo prolongado, esperaban resignadas a que la línea avanzara a promedio de cinco metros por media hora. La paciencia nos mantenía expectantes frente al gentío que no estaba seguro de estar en la fila correcta, con el temor de que les faltara algún documento, las copias esenciales, el INE obligatorio. “¿Cree que me pidan el certificado del kínder?”, preguntó alguien con ironía. Hora y media después de esperar en la línea de la tercera edad, por fin estuve frente el enésimo burócrata con sonrisa impecable y modos modernos, despojado del cantinfleo de la oficina previa, quien me descubrió otro origen del problema: el Estado de Veracruz es el que tiene mayor rezago en subir las actas al sistema central de la Secretaría de Gobernación. A saber en qué punto de la perpleja red de licenciados alguien no está haciendo su trabajo. Ahora tendría que ir a la pequeña oficina rural donde hacía 6 décadas mi padre había ido a registrarme: ¡tanto gastar a causa de tamaña ineficiencia!

Quinta parada: Palacio Municipal de Úrsulo Galván, Veracruz. Una bochornosa mañana de julio de 2023, desde la ventanilla del Registro Civil una joven nos informó que habíamos llegado tarde para hacer la solicitud de acta certificada y soltó el clásico: “Venga usted mañana”. Al siguiente día, a primera hora, la misma joven nos indicó que volviéramos a la 2 de la tarde para recoger el documento y añadió con un falso convencimiento: “Ahora sí sin falta”. Al volver esa tarde, espetó otro clásico: “Fíjese que la licenciada no vino y, pues, ella tiene que firmarlo”. Al día siguiente, a las 10 de la mañana, como nos indicó, estuvimos presentes para escuchar el mantra que se repite una y otra vez a lo largo y ancho de las dependencias municipales, estatales y federales de Veracruz, donde existe la arraigada costumbre de licenciadas y licenciados de no estar para los ciudadanos que pagan puntualmente los impuestos de donde sale su salario. Nadie ha podido explicar suficientemente qué hacen los y las licenciadas cuando no están. Esta joven atinó a decir que la aludida no era irresponsable, pues ese ser inalcanzable y casi divino llamada licenciada tenía todo el derecho plenipotenciario de no estar debido a que hay actividades más importantes que venir a firmar una humilde acta de nacimiento, el más plebeyo de todos los documentos.



El Oficial Mayor del municipio, Clemente Herrera Bernal, confirmó que la licenciada Adriana Abdeljalek Lima se encontraba, en efecto, en un viaje de comisión en la Capital del Estado: otro clásico. Un grupo de personas se aglomeraba en la entrada del edificio de 2 plantas que llaman Palacio. Una pareja venía a casarse, otras personas estaban en trámites semejantes al mío. Ya casi a las 2 de la tarde apareció la licenciada con una sonrisa satisfecha de verse tan esperada. Minutos después, me llamaron a la ventanilla. Ella misma en persona ponderó lo importante que había sido que estuviera ausente pero no se explicó bien. Y juro que en ese momento me dieron muchísimas ganas de creerle.