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Sección: Vía Correo Electrónico

La ciencia desde el Macuiltépetl

La ciencia, entre la heterotopía y lo indecible

Manuel Martínez Morales 19/06/2019

alcalorpolitico.com

Todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar; hasta es posible acomodar el jarrito dentro de sí mismo. Expresión similar a la antinomia o paradoja que surge cuando, en matemáticas se pregunta por la existencia del conjunto de los conjuntos que no forman parte de sí mismos (es decir, aquel conjunto que engloba a todos aquellos conjuntos que no están incluidos en sí mismos). Es este un bello ejemplo de la imaginación poética tras la matemática y toda otra ciencia.

¿O simple juego de palabras? ¿Cómo pensar un jarrito que se contiene a sí mismo?

A lo que M. Foucault responde: “Quizá porque entre sus surcos –de la imaginación poética- nació la sospecha de que hay un desorden peor que el de lo incongruente y el acercamiento de lo que no se conviene; sería el desorden que hace centellear los fragmentos de un gran número de posibles órdenes en la dimensión, sin ley ni geometría, de lo heteróclito; y es necesario entender este término lo más cerca de su etimología: las cosas están ahí "acostadas", "puestas", "dispuestas" en sitios a tal punto diferentes que es imposible encontrarles un lugar de acogimiento, definir más allá de unas y de otras un lugar común… Las heterotopias

inquietan, sin duda porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la "sintaxis" y no sólo la que construye las frases —aquella menos evidente que hace "mantenerse juntas" (unas al otro lado o frente de otras) a las palabras y a las cosas. Por ello, las utopías permiten las fábulas y los discursos: se encuentran en el filo recto del lenguaje, en la dimensión fundamental de la fábula; las heterotopias (como las que con tanta frecuencia se encuentran en Borges) secan el propósito, detienen las palabras en sí mismas, desafían, desde su raíz, toda posibilidad de gramática; desatan los mitos y envuelven en esterilidad el lirismo de las frases”.

¿Un jarrito dentro de sí mismo? Ocurrencia heterotópica de algún imaginativo científico.

Tal vez en el principio el tiempo y lo visible, inseparables hacedores de la distancia, llegaron juntos borrachos golpeando la puerta justo antes del amanecer, afirmó alguna vez John Berger. Probablemente lo dijo sin avizorar la dimensión poética

de la ciencia aludida en esta frase. Pues la ciencia, desde siempre, ha estado impregnada del tiempo y lo visible, sin haber conciliado estas piezas fundantes del pensamiento científico. La teoría de la relatividad y la física cuántica en vano han tratado de apaciguar a este par de borrachos escandalosos que golpean la puerta.

Entiendo a la ciencia como un viaje a la infancia, el diálogo con estratos remotos de nosotros mismos siempre está presente. Transportamos un determinado paisaje, unas coordenadas sensoriales que están abiertas al nomadismo de la percepción. En “Manifiesto de la mirada” (Antón Patiño, Fórcola ediciones, 2018) el autor esboza una teoría de la imagen y del proceso de creación. La vida de los sentidos es el principal patrimonio que tenemos. La cabeza de un artista es un país libre. El arte es un sexto sentido. Y yo digo que lo mismo ocurre con la ciencia. Soñamos con la ciencia mucho antes de conocerla.



A esta mirada soñadora que acompaña a toda ciencia debemos llamar una poética de la ciencia, una poetización de la ciencia y del conocimiento. Poetizar, nos dice Maria Moliner en su Diccionario del uso de Uso del Español, es comunicar poesía a las cosas, verlas en su aspecto poético o encontrarlas poéticas.

Paul Valéry, reflexionando sobre los momentos de creación científica, ha dicho: “No conozco nada tan realmente poético como esa modulación extraordinaria que permite a un ser recorrer, en el espacio de unas horas, los grados desconocidos de toda su potencia nerviosa y espiritual, desde la tensión de sus facultades de análisis, de crítica y de construcción hasta la embriaguez de la victoria o la explosión de orgullo al haber encontrado: después, la duda…”

En el principio fue la duda, o la fábula si se prefiere. La comprensión del mundo, su entendimiento, espera a que la realidad cierre los ojos; el conocimiento científico es sólo una de tantas puertas que llevan a la comprensión poética, La suprema finalidad de la poesía es el acto puro: crear el mundo perpetuamente. Esta gratuidad la entiendo como lo opuesto a lo previo y programático: es lo surgido con la máxima espontaneidad, distante de todo deliberado propósito ajeno a lo que no sea inevitable efusión poética, apunta Luis Cardoza y Aragón.
Paul Valéry, en sus incontables ensayos, hace ver la imposibilidad de entender las teorías científicas sin ejercitar la imaginación poética. El poeta se pregunta cómo puede entenderse la física atómica, la mecánica cuántica, en un ámbito en cual no puede proyectarse el cuerpo humano: “No existe ninguna razón para pensar que nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestra causalidad, conserven un sentido cualquiera allá donde nuestro cuerpo es

imposible…”

Quieres sólo bulbucir lo imposible de balbucir:/ los versos que circulan en muy pocos cielos, muy pocos versos,/ el espanto que sintió el antropoide al dejar de reptar/ y ver de frente la noche estrellada.(LCA).

El lector está en todo su derecho de seguir afianzado a la interpretación prevaleciente que considera el conocimiento científico completamente deslindado del oscuro pensamiento alquimista y de las densas nieblas de la poética y el chamanismo. En cuyo caso el mundo seguirá oculto y él continuará convencido de que en el principio fue el big bang y no la fábula.



Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.