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Sección: V?a Correo Electr?nico

Espacio Ciudadano

La ciencia y los dinámicos alumnos

Jorge E. Lara de la Fraga 17/06/2014

alcalorpolitico.com

“Es más asombroso y conmovedor conocer cómo funciona la naturaleza, que darlo todo como un hecho sobrenatural y mágico…”

Me hago a la idea que algo positivo arroje la controvertida reforma educativa; que como producto de esos afanes modernizadores se tomen en especial consideración las potencialidades de los escolares y además los docentes se respalden en la ciencia para que los infantes y adolescentes comprendan mejor el mundo que les rodea. Sobre el entendido de que los niños son curiosos por naturaleza, bien vale inyectarles una buena dosis de escepticismo e impulsarlos de manera inteligente para que pongan en práctica aptitudes para la resolución de problemas, además de iniciarlos en labores relativas a las técnicas de la investigación. En lugar de que el profesor prosiga operando como el excelente opositor o de que el libro resuelva todas las interrogantes de los educandos, dejemos que éstos se zambullan en la realidad y encuentren las respuestas a cuestiones inherentes a las ciencias naturales, a los procesos biológicos y a los fenómenos físicos o químicos.

Preocupa que la escuela no fomente el proceso de investigación en los infantes, pues adquirir una buena formación científica tiene sus ventajas. Entre los beneficios se enlistan los siguientes: auxilia a los renuevos a valorar el mundo en que viven, a entender la naturaleza y a mensurar la interdependencia de los seres vivos y su entorno; asimismo, la ciencia cuestiona las cosas existentes y plantea a los seres nuevos puntos de vista; a través de la misma los escolares desenvuelven aptitudes de pensamiento independiente y técnicas de comunicación así como rutinas de trabajo cooperativo. Aunado a lo anterior, la ciencia permite poner en práctica las labores básicas de investigación. Se impone desterrar la idea equivocada de que los infantes no pueden asimilar cuestiones complejas y junto a ello tener presente que se debe propiciar en esos educandos una actitud inquisitiva que se funde sobre los criterios de relatividad y no sobre tesis dogmáticas.



Desde el jardín de niños se puede ir interesando a los futuros ciudadanos sobre los sucesos que acontecen a su alrededor, observando y analizando vegetales y animales; investigando o preguntando sobre el sol y la luna, en relación con los estados del agua; sobre la lluvia, el granizo y las tormentas. Es cuando la educadora o el profesor pueden canalizar didácticamente esas constantes preguntas de los febriles chamacos. Algunos docentes de primaria (quinto y sexto grado) se han atrevido a poner en operación talleres o laboratorios de ciencia y en tales ámbitos plantean problemas e interrogantes a sus alumnos para que ellos, en lo individual o en equipo, hallen la solución o la respuesta. Asimismo, presentan conceptos complejos pero de un modo accesible, estimulando en todo momento al grupo para que los infantes alcancen sus propias conclusiones. Hace poco me enteré de “la pedagogía del agujero”, misma que tiene su origen en una sencilla interrogante: ¿Por qué algunas hojas, maderas y conchas tienen agujeros? De ahí partía el conductor del aprendizaje para que en una actividad detectivesca, ardua y variada, los escolares encontraran al culpable de tales orificios. Al final, los empecinados investigadores lograron su propósito: un insecto desconocido era el transgresor, mismo que fue observado en el microscopio y clasificado taxonómicamente por los protagonistas.

Por otra parte, hay que seguir impulsando programas y proyectos donde a los educandos se les incentive a aprovechar la ciencia para resolver asuntos cotidianos. En el programa universitario “Sábados de la Ciencia”, a manera de ejemplo, se han utilizado principios químicos para elaborar productos como jabones y dentífricos, lo cual ha sido de singular efecto para los interesados. Es de suponerse que la física, las matemáticas, la biología, la astronomía y otras ramas del saber humano pueden ser enfocadas con sentido práctico en sesiones entretenidas para las nuevas generaciones. Un maestro, responsable del referido proyecto, expresó: “El programa nos ayuda a divulgar lo que se hace con las ciencias, a promover conciencia científica en los menores. Su participación es fundamental porque desde ese momento pueden incorporar vivencias y conocimientos significativos, para proyectarlos después en los estudios superiores…” Ni duda cabe que hay que aprovechar la curiosidad, creatividad, entusiasmo y talento infantil y juvenil.



La educación nos puede y debe sacar del atolladero. Padecemos de un analfabetismo científico en casi todo el mundo; inclusive en naciones supuestamente avanzadas en lo tecnológico prevalecen mitologías y concepciones pseudocientíficas. Ante ello urge abrir las compuertas del entendimiento y concluir que la ciencia es como una luz en la oscuridad reinante.