Prácticamente desde que nacemos, la muerte se asoma en nuestra vida no sólo al constatar la fragilidad y precariedad de la existencia -que ciertamente es vitalidad y promesa-, sino al experimentar llenos de dolor la muerte de tantas personas.
Siempre vivimos con los muertos, con la tristeza, el sufrimiento y el vacío que amigos y familiares han dejado en nuestro corazón. Aunque con el tiempo baje la intensidad con la que los lloramos y los echamos de menos, esos muertos jamás dejan de vivir en nuestro corazón, en nuestras tradiciones y sobre todo en nuestra fe.
En su vida lograron tocar nuestra alma por lo que ahora que han tocado el cielo se hace todavía más luminosa su presencia. Si durante mucho tiempo su recuerdo nos entristecía al reconocer cuánta falta nos hacen, hay momentos que su recuerdo nos anima y nos impulsa a seguir luchando.
Con el paso del tiempo se purifican también nuestras miradas y se apaciguan los corazones al meditar en las historias que nos ligaron a nuestros seres queridos. Por lo que, si se llegaron a vivir momentos de confrontación que dejaron abiertas algunas heridas, llega el momento de la sanación y del perdón, de la gratitud y de la paz, de la reconciliación y la esperanza.
Si en algún momento tuvimos la pretensión de sepultar el pasado y desvincularnos de nuestros difuntos, por los acontecimientos difíciles que nos tocó vivir, llega el momento de la aceptación y del perdón, a partir de una mirada más amplia que nos da la fe, en la que además de los errores que se hayan cometido también reconocemos cómo la ira y el resentimiento nos llevaron a posturas extremas.
La tragedia que estamos viviendo este año por el Coronavirus, nos hace estar más alarmados y susceptibles ante el misterio de la muerte. El Día de Muertos lo celebramos, por lo tanto, más sensibles y afectados por las secuelas y el dolor que está dejando la muerte de tantas personas cercanas y conocidas. Contemplando este panorama de muerte celebramos el Día de Muertos en un año de tantos muertos, especialmente por la pandemia.
Estamos viendo a tantos pueblos y familias verdaderamente abatidas por la muerte de muchas personas. Pero estos días nos llega la gracia de Dios para que, en medio del sufrimiento y del desaliento, no dejemos de celebrar y honrar a nuestros difuntos. Al mismo tiempo que honramos su memoria, se produce una reflexión para valorar nuestra vida, teniendo presente que algún día seremos llamados.
En los altares de muertos plasmamos lo que fue parte de la vida de nuestros difuntos; contemplamos agradecidos lo que comían y lo que nos dieron de comer, lo que creían y lo que sembraron en nuestro corazón, lo que amaban y la huella que grabaron en nuestra alma.
Se suele hacer fiesta, en distintos momentos de la vida, para canalizar la dicha y el gozo. Pero los mexicanos, estos días celebramos a los muertos para canalizar la tristeza, para renovar y estrechar los vínculos con nuestros antepasados, para reconocer cuánto les debemos y para agradecer lo que hicieron por nosotros. Los celebramos para que en medio de las lágrimas vislumbremos la luz de la gloria que han alcanzado y a la que nosotros también aspiramos pero todavía no.
En las circunstancias tan críticas que estamos viviendo por la promoción de la confrontación de los mexicanos desde el estrado del poder, esta fiesta purifica también nuestra mirada y nos lleva a vivir con gratitud al reconocer todo lo que las generaciones precedentes le han aportado a nuestra vida. La historia no comienza con nosotros ni podemos alardear con un discurso puritano y engreído que todo lo anterior fue malo y no sirve.
La visión desencarnada de la realidad y de la historia nos hace mucho daño y compromete seriamente nuestro futuro al hacer una lectura demagógica e ideológica de nuestro pasado. Decía Gustav Mahler que: "La tradición es la transmisión del fuego y no la adoración de las cenizas".
¡Cuánto hemos recibido! No podemos creer de manera patológica que somos lo mejor y que lo determinante comienza con nosotros. El Día de Muertos damos votos a nuestros antepasados reconociendo y agradeciendo el mundo que nos contruyeron, el sentido que le dieron a nuestra vida y el camino de trascendencia que abrieron para nosotros. Chesterton lo dice con su habitual profundidad:
“Tradición significa dar votos a la más oscura de todas las clases, nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos. La tradición se niega a someterse a la oligarquía pequeña y arrogante de aquellos que simplemente andan por allí caminando".
El amor, la gratitud y la admiración a nuestros antepasados se simboliza en los altares de muertos y en las hermosas tradiciones que permiten que se exprese el alma de nuestro pueblo que no puede ser reprimida por la imposición ideológica que, por sistema, confronta a los vivos y provoca que miremos con desconfianza y desprecio la obra de nuestros antepasados.