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Sección: Estado de Veracruz

La ciencia desde el Macuiltépetl

Mané se enamora de la conjetura de Goldbach

Manuel Martínez Morales 10/12/2019

alcalorpolitico.com


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Ese día Mané llegó a la pulquería más temprano que de costumbre, pues estaba ansioso por compartir con sus compañebrios la historia de uno de sus primeros amores de adolescente. Melquiades, el cantinero ya le había servido su bebida favorita: un curado de piña, con un chorrito de cerveza y un submarino de ginebra. Brebaje que de inmediato lo tranquilizó.









En ese preciso momento entró en tropel la banda de borrachos esperada por Mané. Se puso de pie para saludarlos como si fueran visitantes distinguidos de aquel venerable recinto. Los invitó a sentarse y pidió una primera ronda de tragos, con cargo a su cuenta.









Extrañado, Sidronio lo cuestionó: ¿Qué te sucede, camarada de ruta? ¿Acaso ya tienes meta-síndrome de la abstinencia? Pues hace una semana dejaste de chupar de súbito y caíste en el síndrome de la abstinencia, mejor conocido como delirium tremens. Y ahora de repente le entraste de nuevo al chupe y se me hace que tienes un síndrome encimado sobre el otro. Por eso lo llamo meta-síndrome pues está más allá, por encima del primero que sufriste. Creo que tu error fue acudir al grupo de AAA (Alcohólicos Anónimos Arrepentidos) donde estafan a desesperados penitentes que buscan una solución. All they want is your money, dicen los gringos.



-Calma, mi querido Sidronio, tómate tu trago y escucha la interesante historia que quiero compartirles y a la vez abrirles una ventanita para que se asomen al fascinante mundo de la matemática, como yo tuve la fortuna de hacerlo a los 12 años de edad. Y digo fortuna pues todo se los debo a mis dos managers vitalicios: mi padre y mi tío padrino, el doctor Antonio Morales, eminente médico y reconocido investigador en ciencias biomédicas. Estos dos hombres, honestos y trabajadores me acercaron desde muy temprana edad a la ciencia, la técnica y las artes. Mi padre me enseñó a leer en casa, después de la cena, cuando yo contaba con tan sólo cuatro años de edad; y se preocupaba por que yo entendiera lo que leía y simplemente me pedía que le relatara con mis palabras lo que había leído. Él y mi tío, desde ese entonces, además de comprarme las historietas de mi preferencia, ponían en mis manos libros “hardcore” sobre ciencia, tecnología y literatura.









Antes de cumplir los diez años ya había leído Corazón, diario de un niño; varios libros de Mark Twain, como Las aventuras de Tom Swayer y Huckleberry Finn, entre otros; y un par de obras de Julio Verne, así como los relatos sobre las aventuras de Sherlock Holmes. Para los doce ya mis managers me habían prestado: Crimen y castigo, de Dostoievsky, el libro clásico de Rashevsky, Mathematical Biology; un libro de introducción a la electrónica que comenzaba exponiendo la teoría electromagnética. Libros que no entendía a detalle de los qué si captaba las ideas centrales.









Digo que fui afortunado pues en mi infantil ingenuidad yo imaginaba que así funcionaban las cosas, creyendo que mis amigos y compañeros de escuela también conocían algunas de estas obras.

Pero el libro que verdaderamente me apasionó, como adolescente enamorado, fue el libro Teoría de números, de H. Leveque, que mi tío puso en mis manos entre los 17 y 18 años, junto con otro titulado; Qué es la matemática, cuyos autores

no recuerdo.

Lo más fascinante para mí fue conocer la existencia los números primos (aquellos que solamente tienen como divisores al número 1 y a sí mismos, por ejemplo el número 7, el 13, el 29) y sus asombrosas propiedades y funciones en el conjunto de los números naturales: 1,2,3,4,5, …

Me asombró la sencilla demostración de que el conjunto de números primos es infinito. Y saber que todo número natural puede representarse como un producto único de números primos.



Luego conocí la conjetura de Goldbach, que propone que todo número par puede representarse como la suma de dos números primos; por ejemplo: 10=7+3; 22=19+3; 40=29+11 etcétera.

Una conjetura es una proposición de la que tiene que demostrarse, mediante métodos de la lógica formal, si es verdadera o es falsa. En una proposición general, como la conjetura aludida, demostrar su falsedad es tarea aparentemente sencilla: basta con encontrar un solo ejemplo donde no se cumpla la proposición. Hasta el presente, empleando los poderosos medios de cómputo de los que disponemos, no ha sido posible encontrar un solo número par que no satisfaga la conjetura. Y se han examinado todos los números pares de magnitudes cercanas al gúgol. (Un gúgol es un número, el número 10 elevado a 100, que escrito en su totalidad sería un 1 seguido de 100 ceros. Es más grande que el número de átomos que hay en el universo, el cual sólo asciende a 10 elevado a 78.)

Lo cual fortalece, en buena medida, la expectativa que la Conjetura de Goldbach sea verdadera, aunque no debe darse por hecho.



Como todo novato, de inmediato asumí el reto de buscar la demostración de la conjetura con métodos simples como la inducción matemática o la reducción al absurdo. Desde luego el asunto es más complicado, célebres matemáticos han abordado el problema con métodos matemáticos avanzados y, hasta donde conozco, el problema aún no se ha resuelto satisfactoriamente.

La conjetura quedó clavada en mi cerebro y en mi corazón, como los amores adolescentes que quedaron pendientes, así que de cuando en cuando me pica la espinita y trato de abordar nuevamente el problema de la conjetura de Goldbach.

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Así que, amigos borrachines, atiendan a sus chavitos, complementen su educación, acercándolos a la lectura extra curricular. Y si su falta de ignorancia de ignorancia lo impide, al menos búsquenles un buen padrino que sea también su tutor intelectual, como el profesor Malacates, quien recibió el merecido reconocimiento cómo el supersabio de su barrio, entregado nada menos que por el jefe de manzana, celebrando con una buena pachanga sonidera y con barra libre, para que el profe se la pasara contento disfrutando del divino néctar.









Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.