José María Luis Mora (1794-1850) fue sacerdote, doctor en Teología, historiador y político que supo plantear, con precisión meridiana, algunos de los postulados que integran la doctrina liberal mexicana durante la primera mitad del silgo XIX. Sus escritos se encuentran publicados en diversos periódicos de la época:
El Sol,
La libertad,
El Observador y
El Indicador, principales medios de comunicación y divulgación de las ideas en los momentos posteriores a la Independencia nacional.
A través de su obra escrita analizó, desde la visión historiográfica de ese momento, la historia de México independiente que empezó a ser construida en la interacción dialéctica de las corrientes de pensamiento predominantes y conocidas provenientes de la Ilustración, pero en especial reflexionó sobre la situación social y política de la nación que nacía como República al trazar un conjunto de preceptos liberales para el futuro nacional.
En los años inmediatos a la promulgación de la Constitución de 1824, la tensión política relacionada con la conducción futura de la novel nación entró en pugna: la del progreso y la del retroceso. La primera propugnó cambios estructurales que impulsaran un cambio sustantivo en el estatus quo y en la que privó la idea de un gobierno federal, es decir, fortalecer la soberanía de los nacientes estados; mientras que en la segunda se planteó la idea de continuismo de un gobierno centralista y la conservación del estatus quo representado en los poderes del clero y la milicia, actores claros del retroceso.
Sin embargo, observó Mora, que pese a las “ocurrencias del momento” y los conflictos “entre los amigos del progreso, que hasta entonces no habían podido entenderse debido a sus antipatías personales” (¿dónde los hemos presenciado?), el llamado general era hacia la transformación de México en una nación fuerte, soberana e independiente que el progreso (tal y como se entendía en esa época) podía impulsar mediante una base económica soportada en principios liberales.
Principios que en su génesis ilustrada refieren a: Libertad y supresión de las leyes represivas de la prensa; abolición de privilegios de la milicia y el clero; superar la pobreza e ignorancia mediante la educación pública, la enseñanza de la literatura, la ciencia y la moral, pero sobre todo, “aumentar el número de propietarios territoriales, fomentar la circulación de este ramo de la riqueza pública y facilitar medios de subsistir y adelantar a las clases indigentes, sin tocar en nada el derecho de los particulares”. Propiedad privada, libre comercio, educación y libertad de prensa, han sido, desde el principio, piedras angulares del liberalismo que es la ideología (aunque muchos lo ignoren o no les guste) del capitalismo.
Mora siempre declaró su amor por la libertad de expresión y pugnó por la abolición de las leyes o políticas represivas de la prensa. En la compilación de varios de sus escritos reunidos bajo el título de
El Clero, la Educación y la Libertad (Editorial Porrúa, 1949), podemos acceder a su pensamiento liberal y reflexionar sobre aquello en lo que, convencido, propuso para el logro del progreso nacional, mucho de lo cual sigue siendo válido hoy en nuestros días. Así, resaltó que “En cuanto a las leyes represivas de la libertad de la prensa en lo político, hoy es enteramente averiguado (...), son nocivas e ineficaces.
Nocivas, porque establecen principios favoritos que se erigen en dogmas políticos, y que suelen ser (...), errores perniciosísimos (sic), porque destruyen o desvirtúan el principio elemental del sistema representativo que es la censura de los principios y de los funcionarios públicos; y porque, no pudiendo dichas leyes someterse a conceptos precisos, es necesario ocurrir a términos vagos (...)”. Fue un fervoroso propugnador de la libertad de prensa, amparo que aún hoy en día, a doscientos años de Mora, se sigue defendiendo y luchando por ella enfrentando represión, negativas amenazas del poder, bloqueo de medios de comunicación y nefastos asesinatos de periodistas.
Otro elemento de la realidad existente en esos años de la segunda y tercera década del siglo XIX fue el de privilegios del clero y de la milicia, aspecto en el segundo que parece existir un retroceso en la actualidad al volver a darles privilegios de “cuerpo” por encima de su función esencial. Tanto para Mora como para los liberales de la época, la abolición de los privilegios de “cuerpo” era “una necesidad real, ejecutiva y urgente” para poder lograr el ansiado federalismo y sentar con firmeza, las “bases del sistema representativo”, el “orden judicial y gubernativo”, la riqueza y prosperidad nacional y la “tranquilidad pública”, principios fundamentales en el logro de la democracia.
La educación fue una de sus más grandes inquietudes, pues es la base de todo ideal democrático liberal al ser elemento necesario para la prosperidad. El “uso y ejercicio de la razón”, solo se logra mediante la “educación de las masas, sin las cuales no puede haber gobierno popular”, asentó Mora con firmeza. La democracia no puede prosperar con “un pueblo ignorante”, por lo cual, en ese momento histórico y en el actual, la educación pública tiene que ser motor del conocimiento, la formación ética, el pensamiento reflexivo, base del desarrollo científico y tecnológico, pero, sobre todo, adalid de la solidaridad y cooperación social para la paz y “tranquilidad pública”.
Por eso, Mora planteó tres premisas esenciales para el logro educativo: 1) Destruir cuanto era inútil o perjudicial a la educación que en ese momento radicaba en el monopolio que el clero tenía de la educación y la carencia de una política social para el “arreglo de la educación”. 2) Establecer el hacer educativo en conformidad con el nuevo estado social, es decir, la realidad vivida en el progreso que estaba vista en las “bases de una enseñanza científica, literaria y artística” acorde con las necesidades sociales. 3) “Difundir entre las masas los medios más precisos e independientes de aprender”, en otras palabras, consideró, cual hoy se propugna, cultivar la autonomía de la persona para aprender proporcionándole los elementos cognitivos fundamentales para dicho logro.
Si reflexionamos estas tres premisas educativas de Mora, encontramos que fue un convencido de que el progreso y la construcción de la nación mexicana se lograría con un sistema educativo público incrementando “el número de los que saben leer y escribir” para acceder libremente a las “reglas en el arte de pensar, para sujetar el juicio; de lo contrario, no es posible que las reglas morales que deben servir de guía al hombre social tengan todo el buen resultado que desea” la nación.
Ayer como hoy, la educación que cultiva el pensar reflexivo, el conocimiento científico y humanístico, la habilidad de aprender con autonomía y el arte en su más amplia gama creativa, coadyuva esencialmente a la tranquilidad social, al progreso con independencia y a la libertad. Cierro este breve comentario sobre el pensamiento liberal de Mora con una larga cita que vale la pena reflexionar desde el contexto contemporáneo: “Para sacudir un yugo no se requiere más que sentir; una carga pesada agobia; pero para establecer el sistema que remplace el duro despotismo es indispensable tener conocimiento de la ciencia social; para llevar a cabo la obra de la regeneración es preciso formar un espíritu público, es preciso grabar en el corazón de cada individuo que sus leyes deben respetarse como dogmas; en una palabra, es preciso que las luces se difundan al máximo posible”.
Bien valdría a quienes hoy se autodenominan liberales, leer la obra de José María Luis Mora para que adviertan cuáles son los principios del liberalismo mexicano y asuman en la crítica y en la práctica “los medios para remediar los males” que aquejan a nuestro amado México.
Deseo una Navidad llena de tranquilidad, paz y armonía familiar, y que el Año Nuevo traiga consigo la tranquilidad social que anhelamos y exigimos.