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Iraida Noriega o la felicidad de ser

Nos hundió en la sima de sus bajas pasiones jazzeras que acabaron dejándonos en calidad de zombis de Jalapa

La felicidad de escucharte y de ser tu acólito, ¡pa lo que mandes reinota!

Henry Armstrong Xalapa, Ver. 17/04/2007

alcalorpolitico.com

El sábado 14 de abril se presentó en el café teatro Tierra Luna, la considerada mejor cantante de jazz de México: Iraida Noriega.

La noche, fresca, típicamente jalapeña, todo el lugar reservado, la banda amante del jazz, expectante, y de repente la noticia: la cantante no ha llegado porque el día anterior tuvo un toquín en La Paz, Baja California y a esa hora (ocho de la noche) se acababa de reportar desde el hotel, "voy llegando, me baño y me lanzo para allá".

Todo pintaba mal, porque ¿qué aguanta levantarse a las cinco dela mañana para coger un avión desde el norte del país, llegar a la Ciudad de México, comer algo en el aeropuerto, salir corriendo a la Tapo, sufrir los empujones, la multitud de gente que regresa a sus puntos de origen después de las vacaciones de Semana Santa (el auténtico vía crucis), tomar un camión, viajar cinco horas y media, llegar, bañarse y una hora después dar un gran concierto?. Nadie.

Pero, pues bueno, ya estamos acá, aguantemos.

A eso de las nueve y media, se apaga la luz y un trío compuesto por piano, contrabajo y batería comienza el clásico calentamiento del personal antes de la entrada del plato fuerte. Y ocurrió el milagro, una Iraida bellísima en su sencillez, ataviada con unos jeans y una blusa que dejaba al descubierto sus mordibles hombros, se arrancó con "Caracolito", y todos comenzamos a entrar en el juego que proponía con sus matices vocales, ni siquiera cuando tiró el florero que los organizadores colocaron en el escenario consiguieron romper el hechizo al que todos voluntariamente nos sometíamos religiosamente.

Luego el saludo a los feligreses que ya desde ese momento formábamos parte de su secta y su dominio escénico nos siguió cautivando, la narración de su odisea hasta su llegada a la Itaca jalapeña. "Star Eyes" de Jimmy Dorsey fue el primero de dos standards que cantó en la noche, y yo volteaba a ver a los asistentes y leía en la mirada del personal viril, el deseo, la súplica, "Iraida, mírame yo soy tus ojitos estrellados".

A continuación comenzó a entonar "En la más oscura soledad", no sin antes platicarnos que era una balada que había escrito después de un rompimiento amoroso, y nuevamente la banda masculina queriendo consolarla. Ya teniéndonos en sus manos (¿o en su voz?) nos hipnotizó con "Midnite calling" y "Ven conmigo" (¿me dices a mi, Iraida?), y llegamos a la rolota de la reina Peggy Lee "I’m going to fishing" y ya el acabose ocurrió con la versión jazzeada de "Dos gardenias", luego nos recetó "Tu risa" con dedicatoria para su pequeño Nicolás (a quien a esa hora todos pensábamos adoptar) y "Habrá valido la pena" y ya en las caras de los asistentes se leía la felicidad.

Después vino la invitación a Emiliano Marentes, (su carnal de los inicios, con quien grabó un disco "Elementos") y un palomazo con un guitarrista recomendado por su broder Marentes, con quien ejecutó "Summertime" y Gershwin se asomó feliz de escuchar la versión de su canción en los labios de "nuestra" Iraida. Y ya para terminar, y porque nobleza obliga, la arenga para que Messe Merari se suba y

juntas acaben por hundirnos en la sima de sus bajas pasiones jazzeras que acabaron dejándonos en calidad de zombis de Jalapa. Sí, Iraida y la felicidad de comunicar, de proponer nuevos caminos, nuevas emociones, la felicidad de escucharte y de ser tu acólito, ¡pa lo que mandes reinota!.