Ir a Menú

Ir a Contenido

Sección: Estado de Veracruz

Sursum Corda

Nos toca sanar a los demás desde las propias heridas y consolar desde nuestro propio dolor

Pbro. José Juan Sánchez Jácome 17/05/2021

alcalorpolitico.com

Nos falta mucho para llegar a ser una sociedad verdaderamente humana y fraterna. Lamentablemente asistimos a una dramática pérdida de valores que termina por instalar la indiferencia, la confrontación y el egoísmo en nuestro ambiente.

Ciertamente, a pesar de que se respira este ambiente en la sociedad, no faltan ejemplos y muestras de fraternidad, así como actos verdaderamente heroicos de apoyo y solidaridad, especialmente ante el caos y la agudización de la crisis que va dejando la pandemia.

Se están viviendo tiempos de sufrimiento generalizado que finalmente han llegado a despertar sentimientos profundos de humanidad para socorrer y hacernos presentes en la vida de los más necesitados. Nos damos cuenta que no sólo se hace el bien a nivel material sino también a nivel espiritual cuando, sobre todo, se le expresa cercanía, consuelo y esperanza a los que están abatidos por tantas pruebas que siguen enfrentando.



Vamos tomando conciencia del inmenso bien que hacemos cuando nos acercamos a consolar a los demás. Ante este panorama de miedo, incertidumbre y sufrimiento, cuánto bien hacemos cuando, en el nombre del Señor Jesús, aprendemos a consolar.

Llegamos a entender que no necesitamos estar completamente en paz y totalmente sanos para comenzar este ministerio de la consolación. También nosotros mismos tenemos que sortear una serie de dificultades que siguen generando mucho dolor, pero en medio de nuestros sufrimientos sentimos la imperiosa necesidad de ayudar y salir al encuentro de los que sufren más que nosotros.

Reconociendo que no estamos completamente fuertes y en paz, entendemos que nos toca fortalecer a los demás, desde nuestra debilidad; nos toca sanar a los demás, desde nuestras propias heridas; nos toca consolar a los demás, desde nuestro propio dolor; nos toca iluminar la vida de los demás, sacudiéndonos la propia oscuridad.



Este ministerio de la consolación, tan necesario y urgente en estos tiempos difíciles, lo podemos realizar contemplando la manera como Nuestro Señor Jesucristo trata a los apóstoles, exactamente después de la Última Cena.

En el contexto de esta cena pascual Jesús abre su corazón para externarles que uno de ellos lo va a traicionar. Es entonces cuando Jesús comienza a consolar a los apóstoles. Un hombre herido, al que le duele la lejanía, indiferencia y traición de un amigo, encuentra la fortaleza espiritual para que no se caigan los demás, para que no se desanimen ni se pierda uno más.

Entre nosotros cuando enfrentamos algunas adversidades quedamos tan desgastados, tan confundidos y sumidos en el dolor, que no tenemos fuerzas sino sólo para sostenernos a nosotros mismos. Y en el caso de Jesús, en medio de su angustia, porque sabe que va a morir, en medio de su dolor porque lo traicionó un amigo, en medio de la soledad que empieza a experimentar ante la proximidad de su muerte, encuentra la fuerza del Espíritu para animar a los demás, para consolar a los otros, aun cuando su propio corazón necesitaba el consuelo divino.



El consuelo no se ofrece únicamente con palabras. Cuando muere una persona se cumple al menos con la costumbre de dar el pésame, aunque muchas veces se convierte en pura formalidad.

El consuelo que ofrece Jesús, y que debemos practicar los cristianos, presenta tres características. Cuando nos toque consolar a alguien porque ha perdido un ser querido, porque se encuentra enfermo, porque no tiene trabajo o está pasando una adversidad difícil, además de la oración y del apoyo material, hay que ofrecer en el ministerio de la consolación: cercanía, verdad y esperanza.

No basta dar el pésame, o decir simplemente: “esto pasará”. Es necesario saber estar con los que sufren; la cercanía es fundamental. Estar con ellos en el momento que más necesitan el calor humano, el consuelo de nuestra presencia y la fe de nuestras palabras. Hay que ser solidarios y acercarnos a las personas.



En segundo lugar, hablar con la verdad. No se trata de mitigar el dolor simplemente con palabras atentas y optimistas. Hay que hablar con la verdad. Jesús habla de la muerte que viene y no evita hablar de ello, viene un sufrimiento difícil y es realista para hablar de lo que viene. Se honra más y se fortalece más a una persona cuando se le habla con la verdad. Jesús no evade temas tan difíciles, como la cruz, el sufrimiento y la muerte que le aguarda, aunque frustre las expectativas humanas de los discípulos.

En tercer lugar, generar esperanza. Saber que, como dice Jesús, Él se va al cielo para prepararnos un lugar. “Regresaré y los llevaré conmigo”. Por lo tanto, tener siempre presente que en la vida y en la muerte estamos en las manos de Dios; saber que, a pesar del sufrimiento, se hará presente la misericordia de Dios y esa cercanía la llegaremos a experimentar de tal manera que eso nos bastará. Cuando caminamos en la oscuridad nos basta la mano de Jesús para pasar ese trayecto.

Que seamos persona de una fortaleza espiritual, para que a pesar de nuestros dolores y heridas no nos neguemos a consolar a los demás, especialmente en estos tiempos de sufrimiento. No olvidemos que a veces nos toca sanar desde nuestras propias heridas y consolar desde nuestros propios dolores.