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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Oración por la paz

José Manuel Velasco Toro 08/08/2019

alcalorpolitico.com

La Primera Guerra Mundial, también conocida como la Gran Guerra, ocurrió entre julio de 1914 y noviembre de 1918. En ésta combatieron más de setenta millones de soldados pertenecientes, en su gran mayoría, a los países europeos. El conflicto, que ya se venía gestando por el control del creciente mercado impulsado por la dinámica industrial, hizo eclosión por un hecho diplomático: el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, en Serbia, a manos de un nacionalista serbio el 28 de junio de 1914.

Un mes después, las naciones europeas ya estaban enfrascadas en el conflicto bélico en el que murieron casi diez millones de combatientes y casi ocho millones de civiles. Se calcula que, ese momento, representó el 1% de la población mundial. Muchas fueron las derivaciones políticas de esa Gran Guerra: la creación de la Sociedad de Naciones que pretendió evitar cualquier conflicto de esta magnitud, antecedente de la Organización de Naciones Unidas (ONU) creada después de la Segunda Guerra Mundial, conflicto bélico que inició en 1939 y culminó en 1945; la emergencia de movimientos nacionalistas que desembocaron en el nazismo, en el caso alemán e italiano; el imperio Turco se desmembró y el Austro-Húngaro se separó; y fue el inicio de las guerras de liberación nacional de los países africanos sometidos al control colonial de Francia, España, Portugal y Gran Bretaña, así como de la India. También aceleró contradicciones sociales, económicas y políticas que hicieron posible la Revolución Rusa, en 1917, que terminó con el imperio zarista de la dinastía Romanov, lo que condujo al nacimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922 hasta su disolución como tal en 1991.

El horror vivido por los habitantes de Europa, tanto de occidente como de oriente, propició un estado de angustia existencial que se manifestó de diversa manera y forma espiritual. Si bien, al inicio el sentimiento nacionalista exaltó la guerra como la defensa de la identidad, las tradiciones y costumbres de cada país envuelto en la vorágine de la maquinaria bélica, el avance de la destrucción material, la enorme pérdida de vidas, el hambre y pandemias como la provocada por la influenza conocida como “gripe española” que causó más muertes que las balas, pues se calcula murieron entre veinte y treinta millones de personas entre 1918 y 1919 (aún después de concluida la Gran Guerra), hicieron que pronto emergiera una actitud antibelicista que empezó a oponer resistencia a la crueldad e inútil destrucción de un conflicto que estaba ahogando a Europa, pero que era alentado por una cultura de masas oficialista la que, a través de carteles y escritos, alentaba la beligerancia nacionalista. Contrario a la guerra, surgió una cultura pacifista que, al inicio se manifestó tímida, pero a medida que el conflicto hacía sentir la crueldad de esta, fue creciendo de manera contundente. Ahí está la novela del francés Henri Barbusse, Le Feu (El Fuego) publicada en 1916 en la que narra, con gran descripción, la angustiante experiencia de un combatiente o la posterior de Humphrey Cobb, Senderos de Gloria (1934) en la que relata el horror vivido en el frente de batalla, novela que fue llevada al cine por Stanley Kubrick bajo el mismo título en 1957, obra cinematográfica que en países como Francia se conoció hasta 1975 y en España, el régimen de Francisco Franco, prohibió su exhibición al considerarla “no adecuada”. Pero también está la pintura al óleo de Christopher Wynne Nevinson (1917) que, con el mismo nombre de "Senderos de Gloria", plasmó la inutilidad de la muerte en la Gran Guerra.

Sin embargo, el mensaje antibélico y de paz más profundo y espiritual, es la “Oración por la paz” que se le conoce como la “Oración de San Francisco”. De ella nos cuenta Leonardo Boff, en su libro que lleva el mismo título (2000), que apareció publicada en una revista local de Normandía, Francia, cuando los vientos bélicos ya se sentían en los cielos de Europa, esto fue en 1913. No se conoce el autor ni hay rastro de ella en archivos históricos, por lo cual se considera que su difusión fue de boca en boca hasta su publicación oficial en L´Osservatore Romano, el 20 de enero de 1916 y ocho días después la reprodujo el diario francés La Croix. Tiempo en que la guerra ya había mostrado su rostro descarnado de violencia y ambición destructiva que conducía a la miseria humana. Nada más lejano a la eufórica exaltación nacionalista que, al inicio de la guerra, prometió gloria y supremacía cultural. La oración es sencilla y como todo lo sencillo, bellamente profunda y espiritualmente representó una respuesta a la súplica de paz de ese tiempo, una necesidad que hoy, los mexicanos, tenemos ante la creciente violencia que desquebraja el tejido social y la inutilidad política de acciones bélicas que, en el fondo, ocultan un nacionalismo peligrosamente rampante.

La oración nos muestra que la paz tiene que ser cultivada en el servicio, no en el poder; en el conocimiento de nosotros mismos y lo que podemos hacer para lograrla, no en dejarla en manos de quienes fomentan conductas fundamentalistas; alentar el cuidado social como elemento intrínseco y no en la mera búsqueda de protección violenta; trabajar social y comunitariamente para crear una nueva paz soportada en la responsabilidad del orden y pleno cumplimiento de la ley, no en el puro sometimiento de las amas por las armas; en la educación para la vida y por la vida para recuperar la convivialidad y diálogo humano; no en la ideologización retrógrada de idealismos pasados.

La paz tiene que estar en nuestro propio ser para fomentar el respeto y la responsabilidad, que son sustento de la paz social. Pero mejor dejemos que la propia oración dialogue con nosotros para invitarnos a la reflexión y a la acción: Señor/Haz de mí un instrumento de tu paz./Que donde haya odio, lleve amor:/Que donde haya ofensa, lleve yo perdón;/ Que donde haya discordia, lleve yo unión;/Que en donde haya duda lleve yo fe;/Que donde haya error, lleve yo verdad;/Que donde haya desesperación, lleve yo esperanza;/Que donde haya tristeza; lleve yo alegría;/Que en donde haya tinieblas, lleve yo la luz./Oh Maestro,/Haz que busque más consolar que ser consolado;/Comprender, que ser comprendido;/Amar, que ser amado./Pues es dando como se recibe,/Es perdonando como somos perdonados,/Y es muriendo como se vive para la vida eterna.