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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Paz y desobediencia

José Manuel Velasco Toro 30/10/2025

alcalorpolitico.com

Cuando estaba en segundo o tercer año de Secundaria, no recuerdo exactamente, descubrí en la biblioteca de nuestra casa el libro de Erich Fromm, El Miedo a la Libertad (Paidós, 1961). El título me cautivó, lo tomé, abrí y hojeé decidido a leerlo. Recuerdo que en ese momento no comprendí mucho de lo explicado por Fromm por desconocimiento de conceptos y contextualización teórica.
Sin embargo, hay un conjunto de ideas que me impactaron e influyeron en mi manera de pensar por mi carácter introvertido y autónomo.
Como, ejemplo, que la lucha por la libertad se ha dirigido a combatir formas de autoridad que la limitan, que la libertad debe ser capaz de permitir la realización plena de las personas en su propio yo individual, que el egoísmo es idéntico al amor a sí mismo y que amar a los otros es una virtud que nace de la libertad, que la relación entre cosas es destructiva mientras que la relación entre personas acrecienta la autoestima.
Pero creo, porque he releído ese párrafo, que en ese momento me impactó y me hizo reflexionar en la convicción de que me interesaba estudiar Historia, pues refiere al hecho de que la historia de la humanidad es la constante lucha por la libertad y que, en cada tiempo, en cada momento, surgen formas de restricción que son enemigas de la libertad y obstruyen la realización plena de la personalidad.

Desde entonces, desde esa ya lejana década de los sesenta, he leído otras de las obras de Erich Fromm cuyo percepción y explicación de lo humano tiene base en el Psicoanálisis freudiano y el pensamiento filosófico de Carlos Marx.
Es, como dijera Martin Heidegger, habitar en la esencia de su pensamiento para agitar la construcción de las ideas en un mundo convulso donde la libertad está secuestrada por los detractores de la paz y tiranos del bienestar común. Y de eso habla en su libro Sobre la desobediencia (Paidós, 2011), en especial en el capítulo IX “Contribución a la teoría y estrategia de la paz”.
Nos recuerda, al inicio de esta obra, que “la historia humana comenzó con un acto de desobediencia, y no es improbable que termine por un acto de obediencia”. Y pone, de ejemplo inmediato, el mito hebreo de Adán y Eva, y el mito griego de Prometeo.
El acto de desobediencia de Eva fue un acto de libertad que abrió los ojos, o más bien la mente, al conocimiento y, sobre todo, a reconocerse el uno en el otro como extraños del mundo exterior dando origen a la otredad. Prometeo da origen a la civilización humana en un acto de desobediencia al robar a los dioses y entregar al ser humano el fuego.
En ambos mitos la divinidad creadora castiga, reprime y trata de amordazar los pensamientos, pero lo que logra, en cambio, es fundar la desobediencia como motor esencial de la lucha por la libertad que en la constante de la Historia posee profunda fuerza que busca la paz. La amenaza y la agresividad que se ejerce desde la racionalidad del poder, en acción abierta u oculta entre tinieblas ideológicas, nunca pervive por siempre como la historia lo demuestra una y otra vez. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el ser humano posee el espíritu de la libertad que da dinamismo a las ideas libertarias de igualdad, equidad y paz en el seno del cuerpo social.

La agresividad organizacional sea que provenga del Estado, de consorcios de poder económico, de partidos políticos, de organizaciones criminales o instituciones religiosas, destruyen el orden porque buscan imponerse sobre la base de la construcción de relaciones de violencia para atemorizar, neutralizar cualquier reacción de justicia, reprimir física y mentalmente con el único objetivo de controlar la vida de la sociedad. Y esa situación, cuando es vivida en sociedades como la nuestra donde hay poblaciones enteras sometidas al terror, constituye un acto de guerra social porque detrás de ello existe crueldad y placer por destruir.
La desobediencia contra la situación de supuesto orden impuesto conllevará, sin duda alguna, al grito de libertad y paz social, voz populi que reclama y toma forma en la exigencia de justicia ante la creciente criminalidad, en la movilización de madres que buscan a sus hijos desaparecidos, protestas por la desatención civil, en la organización de grupos de autodefensa, en las manifestaciones públicas de campesinos y ciudadanos que reclaman la debida atención del gobierno, en la demanda de castigo a quienes ejercen actos de corrupción en el seno gubernamental, y demás males que nos afectan social, familiar y personalmente.
Por todo es menester, señala Fromm, acabar con la creación de ídolos que esclavizan la mente y someten la voluntad, pues mientras el ser humano “reverencie ídolos, no estará en situación de pensar y actuar como un hombre libre (en el sentido de humano), que responde afirmativamente a su propia vida y a la de los demás”. Es decir, se requiere derribar imágenes de quienes engañan, enajenan, manipulan y violentan a la sociedad, llámese gobernantes, líderes, administradores, jefes, influencer, políticos arribistas o como quieran llamar (la imaginación está abierta) a quienes actúan en contra de la libertad de expresión y la libertad de ser, que violentan los derechos humanos que deben ser inquebrantables, que no luchan por el bienestar común que es base de la justicia y que obstruyen la paz social que es garante de progreso humano.



La “destructividad sádica y cruel”, que ya estamos padeciendo, es conducta que daña profundamente a toda sociedad porque la somete al tormento y la tortura física, mental, psicológica y espiritual. Destructividad que no solo acaba con la vida de personas, sino también con el deseo de creatividad porque frustra los esfuerzos para lograr una vida digna, de ahí su sadismo.
Destructividad que, en quienes experimentan plenitud de poder, los vuelve locos y adoptan conductas insanas que nacen de su debilidad emocional y sentimiento de impotencia que, supuestamente, quieren trascender. Destructividad, exalta Fromm, que es necrófila porque posee una cruel atracción por lo muerto, pues quita vidas sin el menor cargo de conciencia, priva de la libertad que mata psicológica y espiritualmente, daña hasta lo más hondo la vida de familias, desarticula la actividad económica que desmorona hasta la desesperación a la sociedad, corroe el tejido social al exaltar el poder de las armas, manipula la justicia sin escrúpulos, ejercita la fuerza bruta, la crueldad como instrumento de intimidación y la violencia que es ruina.
Ídolos que son cantados en corridos, alabados por acarreados en asambleas y festejos, ídolos que son representados con símbolos del imaginario necro sádico. “La guerra -en palabras de don José, personaje de Waslala de Gioconda Belli- es lo contrario al pensamiento, a la palabra, al diálogo. Nadie habla en la guerra, todos disparan”.

Por eso es urgente buscar la paz desenmascarando, señalando y superando la necrofilia que corroe hasta los cimientos de la sociedad, mediante la exaltación de biofília, es decir, el rescate del amor por y a la vida creando condiciones nuevas que exalten la empatía social, la cooperación creativa, la solidaridad constructiva y la cultura que unifique afecto, pensamiento y diálogo.
Ya no hay mucho tiempo, por lo que la voluntad para lograr una nueva paz debe prevalecer por sobre todo sentimiento de impotencia. La movilización social a favor de la paz debe ser creciente, sólida y permanente para poder lograrla. La presión sobre la opinión pública que exalte la paz y la libertad tiene que imponerse contra la violencia sádica y cruel, superando el aberrante recuento de muertos y desaparecidos que es símbolo de lo que no debe ser. Se requiere de un humanismo que apele al ser humano total cuyo espíritu promueva el renacer de una nueva sociedad que sea abierta a la libertad, defensora de la justicia social, respetuosa de la otredad, garante de la equidad y cultivadora del tejido social para alcanzar una paz duradera fundada en la democracia.
Ante el autoritarismo que campea en el ambiente y la ineptitud que se enmascara de soberbia para ocultarse, se impone, de nueva cuenta en la historia, la desobediencia para, en palabras de Fromm, construir una sociedad digna del ser humano total que soporte la paz y aliente principios de libertad contrarios a la guerra.