Una de tantas patrañas divulgadas en el mundo por los dueños de la tecnología digital se refiere a la posibilidad de que los robots dotados de inteligencia artificial (IA) se rebelen contra los humanos. Numerosos escritos, películas, documentales, series, libros han dado cobijo a esa falacia por ser lucrativa para los inversionistas de los medios del espectáculo, casas editoras y plataformas digitales sirvientes del capital. Saben que lo distópico incrementa ventas, miedos y adicciones.
Como bien se sabe, el miedo generalmente paraliza, la víctima difícilmente exculpará a la tecnología del desempleo, causado por la automatización de los procesos productivos. Lo cual comenzó a suceder a pesar de las resistencias sindicales las cuales fueron reprimidas con el apoyo del Estado. A partir de entonces se hizo indispensable inducir sistémicamente el miedo y la ignorancia en los trabajadores. Es más rentable automatizar procesos productivos que contratar y capacitar obreros. Así se conformaron, poco a poco, los actuales corporativos tecnológicos causantes del creciente desempleo.
Referente a la inteligencia artificial, gracias al miedo inducido, los monopolios consolidaron su propiedad y control sobre la tecnología y futuras aplicaciones. De tal modo que es ineludible su responsabilidad por las consecuencias negativas de dotar a las máquinas y robots de IA. Resulta cínico, por no decir criminal, que la industria militar promueva la venta de armas para protegernos ¡de las armas!; que las farmacéuticas vendan fármacos para evitar los efectos secundarios de otros fármacos y las empresas de cibernética comercialicen IA para combatir los virus y la inseguridad creados por ellos.
¿Superará la IA a la inteligencia humana?
Eso no sucederá, al menos en este siglo. Entre otros investigadores, el exdirector del Instituto Tecnológico de Massachusetts encargado del Laboratorio de Inteligencia Artificial, Rodney A. Brooks, dijo en 2014 que la probabilidad de esa singularidad es cero por ciento. Esto no significa que las máquinas sean incapaces de matar y destruir sino que tomar esas decisiones de manera autónoma queda fuera de sus capacidades. Requieren les sean introducidas esas instrucciones en código binario pues carecen de otros atributos de la inteligencia humana como la responsabilidad, la conciencia y la voluntad. Un coche con IA, por ejemplo, jamás atropellará a un transeúnte si no se lo ordenaron.
Debe insistirse, la tecnología no es peligrosa “per se” sino por la manera irresponsable de usarse. Por esa razón debiera regularse el desarrollo de la IA. Nadie debería habilitar de respuesta automática a las armas nucleares porque una falla técnica y/o un error humano de interpretación podría provocar la hecatombe. El relato siguiente extraído del libro de Max Tegmark “Vida, 3.0”, ocurrido el 9 de septiembre de 1983, ilustra muy bien lo anterior.
“Ese día, un satélite de alerta temprana soviético avisó de que Estados Unidos había lanzado 5 misiles nucleares tierra-tierra hacia la Unión Soviética. El oficial Stanislav Petrov disponía sólo de unos minutos para decidir si se trataba de una falsa alarma. Comprobó que el satélite funcionaba correctamente, por lo que, según el protocolo, debería informar de que Estados Unidos había iniciado un ataque nuclear. Sin embargo, fiándose de su instinto y pensando que era poco probable que Estados Unidos atacase sólo con 5 misiles, informó a sus superiores de que era una falsa alarma sin saber si era así. Más tarde se supo que un satélite había tomado los reflejos de la luz solar por llamaradas de los motores de los misiles. Me pregunto qué habría pasado si en lugar de Petrov hubiese habido un sistema de IA que siguiese debidamente el protocolo adecuado”.
Dichas preocupaciones son abiertamente discutidas en el mundo. La ONU misma, la semana pasada fue foro de la “Cumbre Mundial sobre la IA para el Bien Social”. Con similar propósito, a inicios del 2015, científicos y empresarios de las tecnologías digitales se reunieron en Puerto Rico en el marco de la “Conferencia de Seguridad de IA”. Allá buscaron formas seguras de controlar las consecuencias de que la IA supere la inteligencia humana. Lo cual, algunos dicen ocurrirá entre 2060-2100. Otros afirman que nunca sucederá. De ese encuentro surgió una carta abierta anodina, de retórica pura para satisfacer a los dueños de la IA, quienes además de financiar el evento, convivieron con los desarrolladores de la IA, ejecutivos de
Google,
Apple,
Facebook,
Amazon,
Twitter y otros poderosos delincuentes capitalistas. 8 años después de ese encuentro la inseguridad, el temor, el desempleo y los daños ocasionados aplicando la IA son dramáticos. Cuesta creer que ninguna de las eminencias haya propuesto la creación de órganos civiles para revisar, vigilar y controlar el uso de la IA. Ciertamente, de cerebros adoctrinados en el capitalismo no debe esperarse separen el bien y el mal de pérdidas y ganancias, respectivamente. Por eso sus patrones dan por asentado que la maldad es la esencia del hombre (Thomas Hobbes), pasando por alto que la inclinación ética de los individuos es determinada por el medio. Algo queda claro: negar a la sociedad su tendencia a la bondad, constituye una prueba fehaciente del por qué los capitalistas mantienen el control de la IA.
Actualmente esa narrativa de muerte penetra el alma de las nuevas generaciones cuya admiración por la IA les esclaviza aceptando que el amor, la equidad, la solidaridad y la hermandad son quimeras de fracasados. Su conciencia* anestesiada únicamente refleja ese narcisismo patológico que les conduce a calificar de malos a los demás. Tal visión ególatra, exime a los empresarios de actuar en beneficio de la sociedad y les condena a vivir la paradoja de negar lo que vive en su conciencia.
¿Podría rebelarse un androide dotado de IA?
Para aceptar tal eventualidad los capitalistas tendrían que perder el control ante una IA con inteligencia superior y conciencia. Analicemos 3 causas posibles de esa pérdida de control:
- Una revolución social pone en manos de la gente el control de la tecnología digital.
- Androides o programas sienten amenazada su existencia.
- Triunfa el utopismo digital.
La causa 1 está socavada (no extinguida) por las armas, la manipulación psicológica y el adoctrinamiento.
La segunda depende de que la IA pueda autopercibir su YO y perseguir objetivos propios. Aunque esto no sucederá, aceptando lo contrario, sin duda, sería bueno para la humanidad pues la IA se inclinaría, por eficacia y sobrevivencia, por el bien. Me explico: Una máquina facultada para aprender automáticamente, relacionaría lo eficiente con lo bueno. Al paso del tiempo las experiencias y conocimientos acumulados le conducirían a comprender que lo ineficaz es malo, destruye, daña a otros y a sí mismo. Tarde o temprano, gracias a sus cálculos, focalizaría la fuente de esa ineficacia para destruirla o anularla. Se rebelaría de sus programadores asumiendo el control de sus acciones. Su inclinación hacia el bien, iniciaría, como mesías digital, una etapa sin capitalismo cuya esencia es el mal. Si en algún momento los medios informaran sobre los crímenes de una IA rebelde, sería mentira. Un humano, gobierno o grupo lo habría ordenado.
La tercera causa se refiere a los seguidores de la tecnología digital quienes consideran es posible desarrollar una IA “amigable” generadora de bienestar para todos; tal como lo regulan las leyes de la robótica violadas desde siempre por los señores capitalistas. Por eso es una utopía.
¿Qué hacer?
Una salida, compatible con el humanismo, se visualiza en la novela “Manna”, de Marshal Brain (2003): transitar hacia una civilización de cuarta generación conviviendo robots, IA y humanos, siempre y cuando se garantice una renta universal y la propiedad privada sea abolida.
Por lo pronto, lo más importante de todo es no dejarse abatir por la narrativa apocalíptica. Reconocer 3 axiomas: 1) La IA no es autónoma, 2) Es utilizada para reforzar la crueldad del capitalismo y 3) La destrucción no provendrá de los robots sino de las corporaciones. Por último, no debe esperarse nos salve “algo o alguien” sino resistir al capitalismo como lo sugiere el sociólogo Erik Olin Wright en su libro “Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI”, organizándose social y laboralmente o creando autonomías como los zapatista.
*https://insurgenciamagisterial.com/la-ia-y-la-naturaleza-del-hombre/?swcfpc=1