Además de la conocida vocación artística y cultural que da particular prestigio a esta Capital del Estado, la ciudad de las flores destaca por ser un sitio de importante representación histórica para el País sobre todo para el ámbito religioso, pues es Xalapa una región especial al estar vinculada muy estrechamente con la historia de Rafael Guízar y Valencia, el primer Santo latinoamericano reconocido por la Iglesia Católica.
La vida de San Rafael Guízar y Valencia comienza en 1878, día en que vino al mundo en el municipio de Cotija, Michoacán. Hijo de una numerosa familia, cuyos pilares eran Prudencio Guízar González y Natividad Valencia Vargas, matrimonio de profunda convicción religiosa que ya tenía 10 hijos.
De acuerdo con diversas fuentes que abordan la historia de este trascendental hombre de fe mexicano, entre los que destacan el libro biográfico “Rafael Guízar, a sus órdenes” de Joaquín Antonio Peñalosa, la vida del santo estuvo vinculada con la fe desde sus primeros años aunque con grandes angustias.
Y es que apenas siendo un niño, a sus 9 años, el pequeño Rafael y su familia sufrieron la pérdida de su madre.
En la última década del siglo decimonónico inició de lleno su vida entregada a la fe en la Diócesis de Zamora, donde ingresó al seminario menor y más tarde, en 1896, tras alcanzar la mayoría de edad, en el seminario mayor de la ciudad de Zamora, donde fue ordenado sacerdote 5 años después.
Por su incansable labor dedicada a divulgar el evangelio por todos los rincones cercanos a su diócesis y otras regiones del País, durante la primera década de 1900 Guízar y Valencia fue nombrado misionero apostólico y alcanzó el rango de director espiritual de su seminario.
En años de gran agitación para México, donde el conflicto bélico revolucionario fue el gran protagonista, el misionero vivió tiempos especialmente difíciles.
Es durante este periodo que la vida de Rafael Guízar y Valencia comienza a alcanzar dimensiones que inmortalizarían su nombre, pues se trata de años muy activos, riesgosos y significativos para el misionero, en un contexto de encarnizada persecución religiosa por decreto presidencial, pues bajo el ideal de que el Gobierno resultante de la Revolución Mexicana tuviera el control absoluto de la República, se veía en la institución de la iglesia una poderosa amenaza de oposición.
Para 1911 y ante los constantes embates en aquel escenario político y social, Rafael Guízar fundó un periódico religioso en la Ciudad de México para seguir difundiendo la palabra de Dios pero rápidamente fue forzado a cerrar por las autoridades civiles. El hombre de fe había sobrepasado la incomodidad del Gobierno, por lo que era cada vez más perseguido. Querían capturarle, lo que lo orilló a dejar el País a finales de 1915.
Este obligado autoexilio llevó al misionero a la región sur de Estados Unidos y más tarde a Guatemala, donde continuó sus labores religiosas y su fama de hombre entregado a Dios fue haciéndose cada vez más grande llegando hasta Cuba.
En la Cuba de 1919, la servicial vida apostólica de Guízar y Valencia atestiguó una inesperada y cruel epidemia de peste que acabó con la vida de miles de sus habitantes, por lo que sus viajes como misionero fueron gran soporte para enfermos que encontraban en sus palabras la esperanza de un mejor porvenir.
A finales de ese mismo año llegaron noticias de México, ahora desde Veracruz, pues fue elegido como Obispo de este Estado y para ello consagrado por la Iglesia Católica en La Habana. Al año siguiente, llegaría a Veracruz para tomar posesión de su diócesis.
Como Obispo veracruzano, en tiempos que la persecución religiosa parecía ser todavía más intensa, la actividad de Rafael Guízar buscaba contrarrestar toda desesperanza, donde su compromiso con el bienestar humano se intensificaba a medida que pasaba el tiempo y soportaba toda clase de persecuciones.
Es en esta etapa que las virtudes de San Rafael Guízar y Valencia, ya de por sí únicas, llegarían a su punto más alto y reconocido.
Por muy malos que fueran los tiempos, el Obispo jamás dejaba su compromiso con la divulgación de la fe y fue arduo su labor en Veracruz predicando en parroquias de diferentes regiones, poniéndose al servicio de confesionarios, bendiciendo uniones y un largo etcétera.
Entre sus labores destaca el apoyo permanente que ofreció a damnificados de un histórico terremoto acaecido en los años 20, el cual dejó como resultado un panorama generalizado de destrucción y muerte sobre todo para las clases tradicionalmente marginadas, a quienes más se dedicaba el Obispo.
Además y siguiendo su preocupación por la formación de buenos sacerdotes, en 1921 comenzó gestiones de rescate y renovación para el viejo Seminario de Xalapa, el cual había sido incautado por el Gobierno 7 años antes. Los resultados fueron satisfactorios, pero una vez renovado el edificio volvió a confiscarse inmediatamente.
Ante este nuevo golpe, Rafael Guízar decidió mudar la institución a la Ciudad de México, donde resistió de forma clandestina por 15 años y se convirtió en el único seminario abierto que no se dejó vencer por la persecución religiosa, dotando de grandeza a la figura y compromiso del Obispo.
Así, en esa época el nombre de Xalapa jugó el papel más importante para la religión católica de todo el País, por lo que la ciudad estrechó una especial conexión con él y hasta el día de hoy es reconocida como su hogar principal.
Los años pasaron y la leyenda de Rafael Guízar se fue haciendo más importante, sorprendiendo cada vez más al epicentro de la región católica. Llegado 1937, cuando el Obispo ya cerca de cumplir 60 llevaba a cabo una de sus misiones por la ciudad de Córdoba, sufrió un grave ataque cardiaco que mermó su salud.
Un año más tarde, el 6 de junio de1938, la prodigiosa y admirable vida de Rafael Guízar y Valencia llegaría a su fin, mientras se encontraba postrado en cama en la Ciudad de México. El día después de su muerte, los restos de este ejemplar religioso fueron trasladados a Xalapa.
Aquí, en la ciudad de las flores, la leyenda del Obispo trascendió de generación en generación, dedicando un espacio de la Catedral Metropolitana para honrar su legado, donde su tumba descansa dentro del recinto, en una capilla que lleva su nombre.
A finales de siglo, en enero de 1995, la Iglesia Católica encabezada por el Papa Juan Pablo II lo beatificó, inmortalizándolo como un hombre de fe que es capaz de interceder desde el reino de los cielos en los creyentes que recen a su nombre. Entre los favores más solicitados destaca la petición de futuras madres que se encomiendan a él para que sus hijos nazcan con bien; y una vez que el nacimiento se logra, el favor de interceder se agradece nombrando al niño en su honor.
Finalmente y ya en el nuevo mileno, el religioso más admirado del País ascendió a Santo, pues fue canonizado por el Vaticano en la Plaza de San Pedro el 16 de octubre del 2006, cuando el Papa Benedicto XVI encabezaba la Iglesia Católica.
San Rafael Guízar y Valencia es el primer Obispo Latinoamericano que ha alcanzado esta condición y su figura ha trascendido el paso de la Historia. Por todo lo que la vida de este especial hombre representó, siempre motivado por el único afán de “ganar almas para Dios”, se trata de uno de los mayores orgullos de Xalapa y su patrimonio religioso y cultural permanecerá siempre unido a esta cabecera estatal.
Con información de: https://rafaelguizar.org , www.vatican.va y https://es.catholic.net