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Sección: Estado de Veracruz

Las palabras de la ley

Sistema Electoral Estadounidense (3/4)

Salvador Mart?nez y Mart?nez Xalapa, Ver. 01/11/2016

alcalorpolitico.com

Abordar el tema de los partidos políticos en los Estados Unidos de América, desde México, es sorprendente, pues, en este país, los partidos políticos datan de años todavía muy próximos: ¿1968? ¿1997? Antes de esto sufrimos <<un régimen de partido político único>> que, por tanto, no fue “partido” sino el todo. De aquí que la alternancia partidista en los gobiernos para algunos sea motivo de gran esperanza y para otros una fuerte amenaza.

<<Pensándolo bien -dirá el avispado lector mexicano-, ¿A quién diablos le importan las elecciones en los Estados Unidos de Norteamérica?>>. La cuestión es comprensible en un país dentro del cual, la evocación de las garantías jurídicas de libertad no puede tener sentido alguno, al menos que se resuelvan los muy angustiosos problemas de supervivencia material.



Es en la época moderna, sin embargo, cuando confiando demasiado en las luces de su razón, el ser humano sucumbió a la tentación de confeccionar catálogos de derechos humanos. Uno de los catálogos más famosos es el contenido en la Constitución de Virginia, antigua colonia inglesa en América del Norte que data de 1776. Los derechos humanos son ideales de justicia cuya plena realización no tiene un límite definido.



No obstante, en los países de la región el meollo de la cuestión es que queremos observar los derechos humanos transformados en “conceptos históricos”, según la terminología del jesuita salvadoreño Ignacio Ellacuría. Esto es, si el estado federal norteamericano surge en la historia como un instrumento de realización de derechos humanos, los partidos políticos estadounidenses no se presentan en su origen del mismo modo sino con una visión económica.

En el proceso de aprendizaje del derecho electoral, el concepto “partido político”, como hoy se le conoce en el saber jurídico, es mucho más reciente que la existencia de su contenido. Con un sesgo negativo, atribuido a su papel de “dividir” a la sociedad y de gobernar en beneficio de unos pocos, la noción de partido fue objeto de estudio ligada a la “facción” a partir del siglo XVIII. En los grandes acontecimientos políticos de los comienzos de la modernidad, los partidos políticos fueron mirados con desconfianza y culpados de la falta de convivencia pacífica en que tales sucesos se desenvolvieron.



En la actualidad, dice algún autor, los partidos políticos son definidos en el marco del funcionamiento de los sistemas políticos. Prácticamente no existen definiciones globales de ellos, sino conceptualizaciones referidas a problemas acotados (representación, articulación de intereses, legitimidad, ideologías, etc.). Por otra parte, la variedad de los sistemas políticos dificulta los modelos y las comparaciones.

El hecho es que pensar en los partidos políticos norteamericanos solamente causa desconcierto. En efecto, se nos explica, que tienen dos partidos, pero en ambos se agitan con entera libertad una multitud de fuerzas y de grupos regionales, económicos e ideológicos. También tienen jefes de partidos. A veces son elegidos presidentes de los Estados Unidos, pero no siempre tienen asegurado el apoyo de su propio partido dentro del Congreso. Tienen programas en los que cada partido expone sus objetivos, pero que nadie, incluidos los mismos electores, toma en serio. Y lo que es aún más desconcertante, los programas de ambos partidos difieren entre ellos tan poco a los ojos de los extranjeros, como la Coca Cola de la Pepsi Cola.

Cada cuatro años los delegados del Partido se reúnen con vistas a escoger su candidato para lo que ha llamado “el cargo más temible y más solitario que existe en el mundo”: la presidencia de los Estados Unidos. Si a esto se le llama juego, es evidentemente un juego muy serio, ya que el bienestar de la nación, su seguridad, su porvenir, lo mismo que el destino de todo el mundo accidental, dependen de él (sin ignorar el poderío imperial y lo que implica la dependencia, consideramos que tal aseveración sobre el destino mundial puede ser cuestionada).



Los partidos políticos americanos parecen extremadamente descentralizados: los cincuenta comités ejecutivos de los Estados y los miles de comités locales son muchos más poderosos que el comité nacional del Partido Republicano o del Partido Demócrata. Ellos toman la mayor parte de las decisiones. Ellos designan los candidatos del partido para las elecciones presidenciales, sin tener en cuenta el comité nacional; engrosan su propia caja y, con frecuencia, anteponen sus intereses políticos particulares a los nacionales. Son “independientes” y como tales, no pueden ser controlados por el comité nacional. Ninguno de los partidos está sometido a la dirección del comité central organizado.

Quienes saben de estas cosas nos dicen que la opinión que tienen los observadores extranjeros de la estructura de partidos políticos norteamericanos es, en pocas palabras, la siguiente: carecen de cohesión y de dirigentes, están extremadamente descentralizados, son el resultado de coaliciones de intereses locales, son, con frecuencia incapaces de una acción eficaz para cumplir sus promesas y, sin embargo, parece que participan de los mismos ideales y de las mismas directivas generales.

Por lo expuesto, consideramos que la opinión de los mexicanos -y de los latinoamericanos en general- no está desencaminada cuando centran su atención en las personalidades de los candidatos Donald Trump del partido republicano y Hillary Clinton del partido demócrata. El primero representa la amenaza fascista que aún ronda por el mundo; en tanto que la segunda, alienta la esperanza de los derechos humanos como conceptos históricos y respaldada con una trayectoria vital en defensa de los migrantes, de las mujeres y de los niños.



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