Notas frecuentes en la prensa dan cuenta de externalidades conductuales que son muy visibles, las cuales muestran cómo es que la soberbia obnubila la mente, bloquea la capacidad de autocrítica y conduce a la falsa ilusión de superioridad sobre los demás. Sobre todo, ocurre cuando se está en un cargo público que, se supone, implica responsabilidad y compromiso social, sin importar la posición en la estructura institucional. Cuando el cambio conductual ocurre y se desvía hacia la subjetiva inmoderación, es claro que el ente político no entiende qué es sobriedad, concepto que seguro no está en su léxico común. Sobriedad proviene del latín
Sobrietas que expresa la cualidad o estado de ser sobrio, voz que, a su vez, deriva de
Sobrius cuyo significado es “no ebrio” o “fuera de ebriedad”. Por su parte, la palabra ebriedad remite al estado que denota estar intoxicado con alcohol o por alguna alteración emocional que provoca una impresión o sentimiento negativo, lo cual altera las capacidades físicas y mentales que permiten razonar con claridad.
Es por esto que la palabra ebriedad también se aplica, en voz popular, para describir un estado en el que la persona pierde la perspectiva de la realidad como consecuencia de asumir una posición de poder, y así se dice “está ebrio de poder”, “el poder embriaga” o “apenas se subió a un ladrillo y se mareó”, metáforas que claramente refieren a la pérdida de empatía social que bloquea la autocrítica, destruye la humildad y aleja de la responsabilidad social que implica el ejercicio del compromiso en el servicio público. Cuando esto sucede es porque la sobriedad fue enviada al ostracismo para evitar su presencia. La conducta ebria, por su parte, se hace patente en las acciones que muestran con llana claridad la perturbación mental que distorsiona, a modo, la realidad. Por más que se quiera ocultar o matizar con dichos o consignas de orden político e ideológico, el hecho real es que nadie se las cree, pues los hechos visibles las despojan de contenido y valor. Tentados por la codicia, circunstancia que sumada a la soberbia destruye la sobriedad y rompe con el equilibrio de medianía que se debe tener en el deber público, se desliza con desenvoltura la corrupción que arrastra nepotismo, captura clientelar y secuestro institucional, tobogán que violenta ética y justicia torciendo leyes y normas a conveniencia, sin importar el deber ser de un servidor público que implica honradez, imparcialidad, legalidad, eficiencia, respeto a los derechos humanos, libertad de expresión y cuidado de la sociedad brindándole seguridad social, física y legal. Ideal que pocos cumplen hoy en día, pues el marco de referencia que se observa cotidianamente en la vida pública de políticos y personas vinculadas al poder sea gubernamental o privado, es la carencia absoluta de sobriedad.
El inventario de externalidades conductuales anti-sobriedad es variado. Van desde la actitud de prepotencia hasta la manifestación insultante de riqueza. La banalidad de ostentación de poder e influencia son de cotidiana expresión en quien carece de principios éticos sólidos, futilidad que, por otra parte, denota inseguridad personal ocasionada por disonancias infantiles que, según Freud, hacen que se tenga miedo a ser rechazada o rechazado, criticada o criticado por poseer una falsa imagen de nosotros al carecer de madurez emocional y consciencia autocrítica para enfrentar con criterio los hechos de la realidad. Por eso se señala a las o a los otros de ser los culpables de nuestros errores, se distorsiona la realidad con narrativas falsas cuya intención de desviar la atención pública hacia otros temas que alejen del problema real, se busca censurar arbitrariamente a quien reflexiona informadamente sobre un hecho o se acusa de violencia contra la o el sujeto cuando se ejerce el derecho humano y democrático de estar informado sobre los hechos de la realidad.
No es necesario describir ejemplos reales, pues estos se conocen y forman, en el subconsciente popular, un acervo de fuerza política que en su momento brotará. Conservar la mesura de las cosas no es algo que conozca quien fue tocado por la soberbia, la avaricia y la euforia embriagante del poder. Pero quien posee capacidad de autocrítica conserva madurez emocional y en ella o en él, como dice un dicho Gitano, “no tiene poder la tentación con quien persevera firme en el bien y en el deber”.