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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Sociedad aprendiente

José Manuel Velasco Toro 16/03/2023

alcalorpolitico.com

La pandemia del Covid-19 nos dejó muchas experiencias negativas, pero también algunas positivas. Nos mostró la fragilidad humana ante situaciones virales desconocidas que suponíamos superadas, como también sacó a la luz la “miseria humana” del sistema político que mostró inconsistencia en su funcionamiento, actitud “narcisista” al preocuparse más por su imagen que por cumplir con la obligación social para con la población en general.

Ahora, aunque si bien no ha concluido la ola de contagios de Covid-19, podemos observar el impacto que tuvo en nuestras vidas, sea en el orden mundial como en el contexto del entorno individual. Nos puso de frente ante la descarnada realidad de la desigualdad social e inequidad económica que acentuó, con saldos negativos, el incremento de la población en situación de pobreza multidimensional, especialmente en los países con menor desarrollo. Develó la soberbia humana que cree ser una especie superior que se sitúa por encima de la naturaleza, pero nos doblegó ante el mortal efecto de un virus.

Puso al descubierto aspectos de obsolescencia en la formación educativa y su atraso con respecto al mundo laboral que se tecnologiza a grandes pasos, así como la disfunción de prácticas pedagógicas pasivas y centradas en la labor instruccional que coarta iniciativas de autonomía y creatividad de los estudiantes. Lo que, por otra parte, mostró una sociedad escolarizada cuyos parámetros han reducido la conducta social al individualismo competitivo, la escasa atención del análisis de la realidad, la precaria aplicabilidad de conocimientos a la resolución de problemas cotidianos y la actitud desinformada que nos reduce a calidad de instrumentos del sistema en plena sociedad del conocimiento.



Situación paradójica en una sociedad global cuyo principio dinámico es, precisamente, la generación de conocimiento científico fundamental y aplicado, la innovación tecnológica como factor de valor productivo, la organización de procesos mercantiles, financieros y laborales que fluyen entre el saber y el no-saber, entre el avance acelerado hacia lo desconocido como constructo futuro y el retroceso que conduce la precariedad cognitiva de amplios sectores de la población, pese a la escolarización.

En el mundo laboral la pandemia aceleró procesos que ya estaban en marcha y empujaron a aprender lo que se sabía, pero que no se ejercía como práctica generalizada. Tenemos, por ejemplo, el operar utilizando la tecnología de la comunicación bajo esquemas a distancia, asumiendo como espacio laboral el hogar o sitios con las adecuadas condiciones para tal fin, como conectividad de vía ancha a la red de internet y ambientes de confort laboral.

Realidad que aceleró reformas en aquellos países donde no se había legislado el trabajo a distancia o teletrabajo (caso de México), también llamado Home office. Para regular las condiciones de teletrabajo se establecieron normas relacionadas con la forma de contratación, monto de salario, la actividad de contacto y supervisión laboral, horarios, la obligatoriedad por parte del patrón para aportar insumos a los trabajadores, asumir costos de servicios (internet y energía eléctrica), así como capacitación para operar sistemas y programas para el teletrabajo, lo que poco se han cumplido.



Pero también se establece un conjunto de principios éticos relacionales: comunicación permanente, administración del tiempo laboral equilibrado con el tiempo personal y familiar, el respeto a las personas y su vida privada, el sentido de cuidado para con equipos e insumos, el compromiso de proteger datos y el debido respeto de las obligaciones contraídas bajo la modalidad de teletrabajo entre empleadores y empleados. Las empresas, que no eran muchas, con alguna experiencia de teletrabajo, no tuvieron problemas en adaptarse rápidamente a una situación emergente.

Pero aquellas empresas e instituciones públicas donde dicho esquema laboral ni siquiera se había imaginado, tuvieron multiplicidad de problemas para implementarlo e incurrieron en actos que violentaron a las personas al alterar la vida personal y familiar al no apoyar con insumos, no respetar horarios y, mucho menos, en no proporcionar el apoyo para pago de internet y energía eléctrica. Tal fue el caso del sector educativo donde docentes y administrativos tuvieron que invertir en equipos de cómputo para realizar su actividad, contratar servicios de internet, si es que no los tenían, habilitar un espacio en el hogar para realizar su labor educativa y erogar más en gasto de energía eléctrica, así como invertir horas en autocapacitarse para el manejo de programas educativos y atender al estudiantado para solventar sus necesidades de estudio y emocionales.

El aprendizaje de pandemia nos dejó experiencias nuevas que ya son parte del mundo laboral en muchos sectores productivos, educativos, de servicios públicos e incluso del mundo religioso. Nos obligó a reaprender lo que sabíamos para aplicarlo a una situación inédita y aprender cosas nuevas en el proceso mismo de la práctica y el ejercicio del “ensayo y el error”. Un aprendizaje acelerado que tuvo, y sigue teniendo, contrastes desiguales derivados, entre otras causales, de una escolaridad que habla de competencias para la vida pero que no enseña cómo aplicar esas competencias para resolución de problemas y la creatividad ante situaciones nuevas.



Que mantiene una práctica pedagógica de corte instruccional que poco o nada coadyuva a la autonomía de la persona para movilizar su aprendizaje bajo condiciones que exigen autoorganización cognitiva y emocional. Una educación que sigue implicando la actitud individual antes que la actitud colaborativa grupal. La pandemia no solo dejo claro lo que tiene que cambiar en el sistema educativo, sino que aceleró condiciones estructurales que empujan a transformaciones al margen de la escolaridad que están presentes en ciertos sectores del ámbito laboral. Condiciones que exigen perfiles y actitudes personales soportadas en la habilidad intelectual de aprendizaje autónomo y habilidad operativa para la resolución de problemas.

El mundo laboral del futuro inmediato se perfila hacia la constante innovación tecnológica que requiere, por obviedad, de la permanente actualización cognitiva y operativa del empleado, razón por la cual el sistema escolar tiene la obligación de brindar las habilidades para el aprendizaje autónomo y autoorganizado. De igual forma, la conectividad tecnológica conduce al necesario ejercicio de la colaboración grupal que implica saber dialogar y compartir aprendizajes, conocimientos y habilidades desarrolladas para el logro de un objetivo, aspectos que conforman una cultura de trabajo que no se cultiva en el ámbito escolar.

La agilidad intelectual es otro de los aspectos fundamentales para estar atentos y superar las perturbaciones que se derivan de la constante innovación tecnológica y cognitiva que impacta, no solo en el ámbito laboral, sino también en la cotidianeidad de la vida. Esto lo dejó muy claro la pandemia, pues aceleró la adopción digital empujando a las personas a asumir nuevas funciones y detonar habilidades bajo esquemas de aprendizaje autónomo o asistido.



El trabajo a distancia y el híbrido (presencial/virtual) que llegó para quedarse, exige de experiencias que garanticen el aprendizaje autónomo, la aplicación de conocimiento a situaciones reales, el apoyo colaborativo, la competencia técnica y operativa para uso y aplicación de programas en el campo de estudio, laboral, cultural y social. La correcta comunicabilidad escrita, oral y visual es fundamental para garantizar la clara comprensión interlocutoria.

La pandemia nos confrontó de lleno con el actual mundo donde interactúa certidumbre e incertidumbre, donde está presenta la novedad que conlleva a adaptación. Un mundo que requiere de pensar reflexivo y aprendizaje permanente, de aliento a la creatividad para generar conocimiento y habilidad para saber, de inteligencia para entretejer emociones y sensibilidad social. Un mundo donde ética de la responsabilidad, justicia, respeto y equidad en todos los aspectos de la vida, de las personas y convivialidad social, sean principio pedagógicos presentes y actuantes en la formación escolar.