A propósito de la festividad del Día de Muertos o de Todos los Santos, pocas veces no ponemos a reflexionar sobre nuestras costumbres y tradiciones, caso concreto del culto a la muerte, que para los mexicanos representa la relación existente entre el mundo de los vivos y los que ya pasaron a “mejor vida”, el mundo prehispánico concebía el binomio vida-muerte, a la que se le idealizaba, recordaba, se convivía con ella, y estaba presente en todas las manifestaciones de su cultura. Actualmente es en la festividad de todos los Santos, donde su conmemoración se convierte en sitio común los días 31 de octubre 1 y 2 de noviembre, dando lugar a una de nuestras celebraciones más representativas cuyo significado mágico-religioso se pone de manifiesto en gran parte de nuestros pueblos, que sin duda, tienen cada uno una manera distinta de vivir el culto a los muertos, encontrando cada año el sincretismo como resultado de largos procesos culturales, que tiene que ver con el culto a nuestros antepasados y que viene desde la época prehispánica, la Colonia y el México Independiente, periodización que muestra como el culto a los muertos alguna vez fue parte de una cosmovisión mucho más amplia en la cual se armonizaba la convivencia social y la producción material, buscando una producción social lo más armoniosa posible de acuerdo con los conceptos prehispánicos.
La celebración de los Fieles Difuntos se ha convertido en lugar común en todo el territorio nacional hasta el grado de ser declarado patrimonio intangible de la humanidad, formando un inmenso mosaico representativo de esta celebración a lo largo y ancho de nuestro país. Octavio Paz señala en su exquisito libro El Laberinto de la Soledad (pp. 42) “El solitario mexicano ama las fiestas y la reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual”. En el caso que nos ocupa la ritualidad es el resultado de dos culturas, la europea y la prehispánica, que celebraban durante el noveno y décimo mes del calendario náhuatl la fiesta de los niños inocentes muertos y la de los adultos respectivamente, con la llegada de los españoles se introducen nuevos conceptos a acerca de la muerte y de los lugares a donde va el alma de los difuntos, introduciendo estas dos festividades al calendario cristiano que corresponden a las festividades de Todos los Santos y los Fieles Difuntos el 1 y 2 de noviembre. Las ceremonias del día de muertos en nuestras entidades adquiere mucha importancia, a las almas de los muertos se les venera y se les hacen ofrendas, quizás el mexicano es el único que “no le teme a la muerte más le teme a la vida” -tal y como lo consigna una tonadilla popular-.
En el imaginario colectivo las celebraciones anuales destinadas a los muertos, representan un momento privilegiado de encuentro no solo de los hombres con sus antepasados, sino además, de la propia comunidad, caso concreto en el municipio de Naolinco con “La Cantada” que tiene lugar el día 1 de noviembre donde mediante la entonación de cantos y alabanzas escritas por los lugareños en honor de personajes y mártires de la religión cristiana, hacen lo propio al visitar la tumba familiar durante la noche y dedicar un rosario, unos versos o alabanzas, lo mismo sucede al admirar los elaborados altares de muertos
de casa en casa, deambulando por calles y callejones entre catrinas, muertos y vivos, es que se da esta convivencia con nuestros antepasados la comunidad real y la imaginaria se unen en un solo homenaje. El festejo cultural en torno a los muertos muestra y se materializa en diversas facetas, la creatividad innata del naolinqueño se pone de manifiesto, no tan solo en la variedad de su repostería, de los vinos, panes, artículos de piel, y su gastronomía sino además, en esa arquitectura simbólica y ritual que se expresa en infinidad de manifestaciones plásticas, muchas de ellas de carácter efímero, como lo realizado por un grupo de empresarios y profesionistas naolinqueños, encabezados por Fernando Castillo Alarcón, los Hermanos Bartolomé, el pintor Mauricio Escobar, el Arquitecto Alberto Gómez Girón entre otros integrantes de “amigos del nogal” que desde 1977 han fomentado las tradiciones naolinqueñas, especialmente la festividad de los Fieles Difuntos. Quienes acorde con estas festividades realizaron en el “Teatro don Galdi”, -actor naolinqueño que junto a otros dos del mismo terruño, hace años probaron suerte con los hermanos Soler en la ciudad de México-, tal y como podemos observar en la imagen ex profeso, se observa una altar dedicado a los fieles difuntos, adornado con el clásico y esplendoroso arco de cempaxúchitl, la ofrenda culinaria ceremonial, “acto seguido” se puede admira en el teatro una parodia de las almas en el purgatorio que propios y extraños pueden disfrutar dicha “escena” donde se pone de manifiesto el humor que es parte de la muerte, fusionando la alegría y tristeza, la muerte fascina, pero también nos horroriza, lo terrorífico y macabro van ligado a la muerte, devoción y humorismo se funden en torno a un solo elemento.
La interrogante que nos hemos hecho durante años es ¿qué hay después de la muerte? ¿Nacemos? ¿Vivimos? ¿Morimos?, la Iglesia católica tiene una respuesta que depende de nuestra buenas o malas acciones, el mundo prehispánico también tenía una respuesta a esta interrogante, ¿vivir para morir? o ¿morir para vivir?, cuando morían, los hombres no perecían, comenzaban a vivir tomando formas diferentes, convirtiéndose en espíritus o dioses.
Mtro. Armando Freddy Bautista Alonso