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Xoteapan, pueblo acorralado por la miseria y el dolor de sus muertos

- Sepultaron a los 11 hombres ejecutados en La Marquesa; cinco de una sola familia; pobladores piden justicia - El pueblo pide un puente, como si eso les resolviera la miseria; se murieron los hombres, quedan las mujeres

Ignacio Carvajal Garc?a San Andr?s Tuxtla, Ver. 19/09/2008

alcalorpolitico.com

El mayor lujo en la vivienda es la vivienda misma. Temblorosa ante cualquier ventisca, se yergue sobre un empinado cerro de la selva de los Tuxtlas. Hecha de rojos ladrillos pegados con cemento y láminas de cartón. En su interior hay una Virgen María estampada en la pared, huarachos regados por el suelo todo de tierra. Ni una cama. Un catre. Niños, niños, niños y más niños con moco escurriendo por la nariz y flaquísimos.

En un altar, la foto del difunto: Abraham Cinta Temix, a los 15 años de nacido, asesinado con otras 23 personas en el predio La Marquesa, Estado de México.

Abraham dejó un montón de sueños sin realizar, el más anhelado, cuenta su hermano Mario, arreglar su casa. Mario y Abraham sólo se llevaban un año de diferencia, pero el primero ya tiene un hijo. Su esposa, una adolescente, lo mira desde la puerta del hogar mientras el bebé de ambos duerme entre harapos, Abraham murió sin conocer a su sobrino.

Así es el panorama en Xoteapan, el pueblo que vio nacer a ocho de los 11 veracruzanos ejecutados en La Marquesa. Otros dos eran de un lugar conocido como Buena Vista y uno más del Polvorín, comunidades vecinas, retratadas fielmente en el estudio “Los Mapas de la Pobreza”, del Centro Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) que documenta las razones por las cuales la población —como los albañiles y mozos que migraron al EDOMEX a trabajar y regresaron en ataúdes— huye del pueblo:

De las 171 comunidades de San Andrés Tuxtla, Xoteapan, por ejemplo, registra un índice de rezago social medio, pero la mitad de sus habitantes (mil 885) no terminó la escuela; y otro 25 por ciento de los menores de 15 años, de plano, no asiste.

El 50 por ciento no cuenta con seguridad social, el 77 por ciento vive en casas de piso de tierra, 38 por ciento de las viviendas carece de excusado y casi el 80 por ciento no tiene refrigerador ni lavadora.

“HELADIO VENÍA PA’L GRITO”

Iba con su trenza echada para atrás, caminando entre charcos arcillosos y bajo la sombra de verdes y frondosos árboles de mulato. Doña Crescencia Escribano Chigo marcha con su sobrina a la plaza principal de Xoteapan a donde arribaría el cuerpo de su hijo Heladio Cinta Temix con las otras víctimas del predio La Marquesa.

Sin tecnicismos ni indicadores, Crescencia tiene su versión de lo que ocurre en Xoteapan: “Los hombres se van del pueblo porque salen a buscar el trabajo que acá no hay”.

Analfabeta, de 60 años de edad, de apariencia fuerte como una vara de cedro, cuenta que su hijo se fue a trabajar de albañil porque el empleo en San Andrés ya se había terminado. Antes de marcharse al altiplano, Heladio, el menor de siete hermanos, era un feliz y entregado jornalero.

Ganaba 800 pesos a la semana y la mayor parte lo entregaba a la madre. De sus siete hermanos solamente él terminó la primaria, pero abandonó el estudio y comenzó a trabajar a los 14, edad promedio en la cual los jóvenes, presionados por “las necesidades económicas”, se van al campo o a otras ciudades a pedir empleo, cuenta la encargada del centro de salud, doctora Patricia Maldonado Medina.

La última vez que Heladio vino al pueblo, para las fiestas de mayo, las de San Isidro, las de los festejos con charrerías y cantos al pie de la iglesia, prometió a su madre regresar en septiembre para el Grito de Independencia. Ansiosa, Crescencia esperaba la llamada por teléfono, y sí, el telefonazo llegó, pero para avisarle del deceso de su hijo junto con 10 personas más de Xoteapan.

“Mis otros muchachos ya se casaron y él era mi única ayuda. En la casa no sabemos qué hacer, hay niños pequeños y otras mujeres, parientes arrimadas conmigo y apenas estamos saliendo de los gastos del duelo de mi viejo: se murió hace un año”, dice la señora.

TRAGEDIA EN CASA

Si ocho muertos para una comunidad impactaron el ánimo de los habitantes, ­-la mayoría faltó al trabajo para esperar los cuerpos que venían en un camión de mudanza desde el estado de México- cinco cadáveres para una sola familia fue un golpe demoledor, describe Marcelino Cinta Seba, padre de Santos, Pedro y Ángel Cinta Polito, y tío de Pedro Chigo Cinta y Santos Chigo Cinta. En Xoteapan todos ellos vivían en la misma casa.

El día del entierro la familia estaba preocupada por los preparativos para tanto difunto, sobre todo el costo. Las mujeres salieron con los vecinos a pedir apoyo para ofrecer una modesta comida a los acompañantes al duelo, consistente en arroz y pollo, un rito prehispánico. Marcelino, acorralado por la pena, agarró la borrachera con licor de caña. Lleva cinco días borracho, pero no pierde la conciencia.

Recuerda muy bien a sus familiares. Desde parvulitos los enseñó a trabajar en el monte; adultos, los vio partir uno a uno a la gran ciudad en busca de empleo, desilusionados por que acá sólo hay trabajo por temporadas y pagado a 50 pesos el jornal.

“Pues ando pa’arriba y pa´ bajo, pero mi alma no puede, quiero justicia pa’ los que hicieron eso tan feo. La necesidad los obligó a salir del pueblo, yo no hubiese querido eso pa´ mis tres hijos, yo los hubiera querido pa’ la escuela”.

ACORRALADOS POR LA MISERIA

Con la muerte de la mayoría de los hombres en edad de trabajar, la familia Cinta Polito quedará conformada mayormente por mujeres, a pesar de que el trabajo de las féminas en los Tuxtlas es poco o casi nada valorado, persiste el machismo, dice la doctora Patricia Maldonado Medina.

A pesar de que Xoteapan es una comunidad cercana a los puntos urbanos más desarrollados en la zona, —Santiago Tuxtla y San Andrés—, los años solamente trascurren para incrementar la marginación y sus consecuencias.

“De 10 hombres en edad de trabajar, 6 se van fuera y dejan sola a la esposa con los hijos, y les prohíben usar anticonceptivos, pues, piensan, la infidelidad se puede dar con mayor facilidad. Otros dicen que para qué controlar los hijos, si el gobierno ahora les da dinero por tenerlos”, comenta la doctora Maldonado al evidenciar un aspecto negativo de la política social.

A pesar de que la migración a otros estados se ha arraigado en Xoteapan y pueblos aledaños, no se notan beneficios. Pocas son las casas de material, junto con una vaca, los bienes más preciados. Casi no circulan carros y lo más vendido en las tienditas son chanclas y huarachos; es escaso el recurso para zapatos.

La obra más demandada por los pobladores al gobierno, desde hace décadas, es un puente para unir a Xoteapan que, cuando llueve, queda incomunicada. “Por no contar con un puente o vado, al menos cien casas siempre quedan sin apoyos cuando los reparte el ayuntamiento; no quieren venir a dejarlos hasta acá por temor al río crecido, pero las autoridades no nos han hecho caso”, denuncia el habitante Eloy Tato Temix.

Tato Temix platica que como sus paisanos, trabaja de albañil pero en Cancún. Está en el pueblo porque se le acabó el contrato, pero dentro de poco regresará a pesar del temor que siente desde la tragedia de sus vecinos, “no podemos hacer nada ya por los muchachos, solo rezar, la gente tiene que vencer el miedo para salir a buscar trabajo porque la necesidad es muy grande”, dice con resignación y dolor reflejados en su rostro, lo mismos sentimientos que se respiran hoy en el del entierro de 11 hombres en este pueblo marginado de Xoteapan.