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Columnas y artículos de opinión
In memoriam. José Luis Lobato Campos
Helí Herrera Hernández
20 de octubre de 2014
alcalorpolitico.com
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Twitter: HELÍHERRERA.es
 
Escuché de él en diciembre de 1980 cuando estaba por primera vez en el Ayuntamiento del municipio de Altotonga, cuando leí en los periódicos de aquellas fechas el secuestro del titular del Instituto de Pensiones del Estado a manos de los famosos servicios especiales de la Procuraduría de Justicia del Estado, quienes sin ninguna orden de aprehensión allanaron su domicilio para llevárselo a los separos de la policía judicial en ropa interior, acusado por el recién entrado gobernador Agustín Acosta Lagunes de fraude, cuando había sido José Luis Lobato el hombre que le dio finanzas sanas al Instituto, como nunca ha sucedido hasta la fecha.
 
El mismo día del secuestro, en el recinto del Poder Legislativo que en esos años se encontraba atrás del patio central de Palacio de Gobierno, un diputado joven del sector popular del Partido Revolucionario Institucional, contra todos los pronósticos y rompiendo reglas que en aquella época era más difícil quebrar, utiliza la tribuna de Veracruz para denunciar el delito, y no solo eso, sino exigiéndole al titular del Poder Ejecutivo la inmediata libertad del licenciado Lobato Campos. Era Miguel Ángel Yunes Linares, compadre de grado, como dijeran los católicos.

 
La libertad se logra, habrá que decirlo, porque amigos que conocían a Lobato en niveles tan altos como la Presidencia de la República hablaron con el mismísimo José López Portillo solicitándole su intervención, y horas más tarde es liberado y reinstalado en su cargo, en un episodio que me dejó marcado por el escándalo que se generó y cimbró a la clase política de esos años.
 
Es en 1986 cuando tengo el primer contacto físico con Lobato Campos. Él, priísta participando en la campaña de Fernando Gutiérrez Barrios y yo, como candidato a Diputado apoyando la de Manuel Fernández Flores, exdirigente del Sindicato Mexicano de Electricistas al gobierno de Veracruz. Nos topamos en Orizaba y grande fue mi sorpresa cuando saliendo de un hotel me abordó diciéndome así, de tajo, “usted Helí va ser un excelente legislador. Le admiro por la lucha que abraza y por no dejarse vencer en el fraude que le hicieron en las elecciones pasadas (las de presidente municipal), donde le robaron su triunfo. Soy José Luis Lobato, a sus órdenes" y como llegó, se fue.
 
Estando como diputado en la LIV Legislatura me habló por teléfono al Congreso para invitarme a desayunar este personaje. Dudé en ir porque la cita era en su domicilio y él era funcionario del gobernador en turno, pero aquel episodio vivido me animó a hacerlo y llegué a su casa en Alfaro. Me abrieron y directo me condujeron al comedor de aquella casona ofreciéndome la empleada un café, que aún no saboreaba cuando llegó don José Luis y me dijo: “qué se le apetece, una salsa de huevo con salsa seca, unas gorditas (picaditas), o unos chilehuates, dejándome perplejo porque todos los platillos eran de Altotonga. Lógicamente le pregunte por qué ese menú y allí me entera que algunos de sus ancestros eran de la congregación de las Truchas, municipio de Altotonga, que allá tenía familiares lejanísimos, pero familiares al fin, y que por eso degustaba la cocina de esa región. A partir de ese momento, por identidad y simpatía nació una amistad que duró hasta su muerte.

 
Las invitaciones a desayunar o comer se multiplicaron, siempre en su domicilio. Recuerdo en la casa que tenía en la avenida Orizaba que yo traje unas garnachas de Altotonga para recalentarlas y él hizo a un lado el menú que tenia preparado para hartarse de ese suculento antojo, y allí supe de las 3 carreras que había estudiado de manera brillante todas: Contador, abogado y maestro normalista. Más tarde, cuando me planteó su proyecto del panteón particular –Bosques del Recuerdo- yo le dije que por ideología estaba en contra de las privatizaciones de los servicios públicos, pero que si él me prometía que cuando hubiera gentes que no tuvieran un lugar para sepultarse si el se los regalaría y él me contesto, “no sólo el terreno, sino también la caja”, promesa que siempre honró, hasta la fecha, dado que nos obsequiaba 4 cajas mortuorias cada mes, para el Ayuntamiento Popular de Villa Aldama Veracruz, que se las daba a los familiares de los muertos pobres. El martes pasado nos hizo su última entrega.
 
Recuerdo que en una cena familiar en su casa de Las Ánimas, yo le comenté chuscamente que los candidatos a diputados del PRI andaban como santacloses repartiendo butacas, mesas, pizarrones, bandas de guerra y que yo, que era diputado federal tenía múltiples solicitudes de dichos enseres y no podía hacerlo, a lo que me contesto: “y cuando me las ha solicitado Helí, tráigamelas y de inmediato” (era Secretario de Educación del gobierno de Dante Delgado). A partir de ese momento doté a infinidad de escuelas primarias, secundarias y bachilleratos de esos materiales pero siempre diciendo, que era gracias a la generosidad de José Luis Lobato Campos.
 
Más tarde vino el rompimiento de este grupo de priístas con su partido, cuando los neoliberales se apoderaron de él y empezamos a construir con Armando, Rafael, Dante, Isauro, Miguel, Aniceto y muchos personajes que escapan a mi memoria en este momento, el sueño de un partido progresista, democrático, nacionalista y más, cuando el PPS había perdido su registro por el odio de Carlos Salinas de Gortari para con nosotros. Desde la cárcel surgen los planes y nos convocamos a realizar las asambleas distritales que marcaba el código Electoral, resultando que las organizadas por él y el que esto escribe fueron las más numerosas en el país, ganándome por unos cuantos miembros con la de San Andrés Tuxtla (670 aproximadamente) contra 660 de la que hicimos en Altotonga por el distrito de Perote, hoy Coatepec.

 
Tengo por razones de espacio que forzar un final, y éste lo reservo a una comida a la que me invitó mi dirigente nacional del Partido Popular Socialista en el Distrito Federal, en junio de 1987, al término de un Comité Central, y grande fue mi sorpresa cuando al llegar al restaurante nos estaba esperando Lobato Campos, que resultó ser un amigo extraordinario de él, y que creo, eso lo digo yo, era el que le comentaba al maestro Sayago sobre mi actuar en Veracruz, tanto como diputado como dirigente estatal que fui por varios años, pues me bastó esa comida (de muchas otras que hubieron entre los tres), para percatarme de la íntima relación que guardaron hasta la muerte del camarada Indalecio, a la que asistió y condolió.
 
Me quedo con una anécdota de Lobato Campos: Cuando mi hija decide con su esposo casarse pongo como condición que sea una boda civil estrictamente familiar. Nunca tuve la duda de que entre la familia debía estar don José Luis. Procedí a ir a Bosques del Recuerdo a invitarlo y cuando le dije el motivo de mi visita me enseñó unos boletos de avión que tenían como fecha de partida tres días antes del de la boda; sin dejarme decir algo me espeta: “procedo a cancelarlos para estar contigo, ya después me las arreglo con Yolis (su esposa). Allí estuvieron los dos.
 
Por todo esto me dolió la muerte de José Luis Lobato Campos y las circunstancias en que se dio el deceso. Prefiero recordarlo así, por su generosidad extraordinaria, su amistad franca e incondicional, hombre de bien, ser humano extraordinario. No necesito escribirlo porque sé, que descansa usted en paz.