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Columnas y artículos de opinión
El ocaso del salvador de México
Helí Herrera Hernández
8 de diciembre de 2014
alcalorpolitico.com
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Twitter: HELÍHERRERA.es
 
El “Mexican Moment”, tan publicitado por círculos empresariales y sectores financieros de dentro y fuera del país, derivado de las 10 reformas estructurales que Enrique Peña Nieto etiquetó como las –salvadoras de la economía nacional y promotoras del bienestar de los mexicanos-, a 22 meses arrastran a la nación a la peor crisis económica, política, social y humana que se tenga memoria, después de los gobiernos priístas surgidos e inspirados, todavía, de las tesis de la revolución mexicana.
 
Aprovechando el “ego” de los panistas, y la ambición económica de los perredistas, el Presidente de la República echó a andar el Pacto por México y logró las reformas energética, de competencia económica, telecomunicaciones y radiodifusión, hacendaria, financiera, educativa, electoral, la del amparo, el código de procedimientos penales y transparencia y, la laboral, con el argumento que en conjunto iban a ser los resortes que impulsarían el crecimiento económico al cuatro por ciento, trabajos bien remunerados, seguridad social, paz y reactivación del mercado interno que iba a traer, en resumen, bienestar primordialmente a los mexicanos de la clase media, pobre y miserable.

 
Todo este andamiaje fue aplaudido a rabiar, desde luego, por priístas, panistas, verdes, panalistas y perredistas internamente; pero en el extranjero primeros ministros, jefes de estado y la oligarquía financiera mundial no escatimó elogios para don Enrique, quien inclusive la revista TIME del 24 de febrero de este año brindó su portada al exgobernador del Estado de México y lo presentó, como el “salvador de México”.
 
La popularidad del orgullo de Atlacomulco se fue por las nubes, 79 de cada 100 compatriotas lo admiraban, apoyaban y le daban su confianza. Así pasó sus primeros 12 meses en una luna de miel embriagante, a pesar que los efectos de todas esas reformas en lugar de beneficiar a los mexicanos, empezaban a perjudicarlos, porque la economía no crecía, no se movía y mes tras mes empezaban los ajustes de la misma a la baja, los precios de los artículos de la canasta básica iban hacia arriba, los salarios se depauperizaban, la inseguridad social aumentaba, muy a pesar de los golpes mediáticos que el gobierno federal propalaba como el arresto de Joaquín Guzmán Loera (el chapo), o la detención, consignación y sentencia de la maestra Elba Esther Gordillo.
 
La desilusión empezó a permear a las masas sociales porque Peña Nieto no honraba la palabra empeñada de bajar los precios de los combustibles, de no aumentar impuestos, de brindar paz a los compatriotas con políticas de seguridad inteligentes y así, su popularidad empezó a descender. Su gobierno entró de lleno a una crisis política de divorcio con los grupos del poder económico que lo apoyaron, con la clase media alta que votó por él, con los obreros y campesinos que le compraron su decálogo y mes tras mes vieron esfumarse sus sueños de felicidad en su gobierno.

 
Una encuesta del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados aparecida en el mes de octubre, antes de conocerse la tragedia de Iguala, Guerrero, muestra que apenas 11 por ciento de los ciudadanos acepta tener mucha confianza a Enrique Peña Nieto; otro 21% le concedió algo de la misma; el 33 por ciento manifestó que ya era poca la confianza con el Presidente de la República y, finalmente, el 32% de plano aseguró no tenerle ninguna.
 
Después de los seis muertos y 43 desaparecidos en Iguala la desconfianza se ha convertido en repudio, porque la tragedia de Ayotzinapa tan solo viene a ser un ejemplo viviente de la anarquía que priva en México, de la impunidad que gozan grupos criminales por estar protegidos por los encargados de combatirlos en los tres niveles de gobierno, y si a eso le suma la corrupción misma del presidente, que favorece con obra pública a su testaferro Juan Armando Hinojosa, a cambio de palacetes que se los escritura a su esposa, una actriz que miente en vivo y a todo color, creyendo que los mexicanos somos estúpidos, la confianza desaparece, como lo muestran las encuestas recientes de los periódicos nacionales Reforma y El Universal, que el pasado lunes primero de diciembre dieron a conocer que el priísta Peña Nieto bajó 11 puntos de popularidad que lo ubican con el 39% de aprobación, y el 58% de repudio y rechazo (Reforma), mientras que El Universal lo ubican en 50 de reprobación contra 41 de aprobación.
 
A dos años de su mandato el repudio a Peña Nieto aumenta considerablemente y eso que aún no sentimos los efectos de la baja en los precios del petróleo (nuestra primordial mercancía de exportación), que se ha depreciado en un 40%, y un peso que se devalúa y amenaza con generar inflación, para acabarla de amolar.

 
Así pues, el hombre que se erigió como el salvador de México se ha derrumbado en tan solo 24 meses de sus 72. el “-quid-“ aquí no es si cumplirá su mandato constitucional, sino el que los mexicanos lo soporten todo ese tiempo ante la ineficacia de su gobierno, la incapacidad de encontrar políticas públicas adecuadas que logren sacar al país de la crisis a la que lo condujo, y que sus actos de corrupción no le sigan restando autoridad en el extranjero, frente a jefes de Estado de países y naciones más poderosos política y económicamente que la nuestra, que viven en la justa medianía de sus salarios presidenciales.
 
Por el momento, internamente ya el pueblo lo repudia mayoritariamente y en el extranjero, los mismos voceros de los organismos financieros neoliberales a través de sus periódicos y revistas una semana sí, y la otra también lo cuestionan con severidad.