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Sección: V?a Correo Electr?nico

100 millones de pruebas (estandarizadas)

Manuel Mart?nez Morales 07/03/2013

alcalorpolitico.com

El examen no es más que el bautismo burocrático del saber
Carlos Marx

Desde su creación, en 1994, el Centro Nacional para la Evaluación de la Educación Superior A.C. (CENEVAL), ha aplicado millones de pruebas estandarizadas pretendiendo -con la simple aplicación y calificación de las mismas- que con ello se “evalúan” rasgos de estudiantes del nivel educativo superior. Dichas pruebas se aplican para la selección de alumnos de nuevo ingreso a las universidades públicas (EXANI), y para la titulación de estos estudiantes (EGEL), así como para la medición de una multitud de otros rasgos específicos: EGAL-PRIM, ACREDITA-SEC, EGAL-EIN, etcétera. El engaño del CENEVAL -y sus promotores y patrocinadores- consiste en hacer pasar una simple medición (la aplicación de una prueba) por una evaluación educativa.

No creo que los especialistas que trabajan para esa institución privada no conozcan la diferencia entre uno y otro concepto. Más lo peor del asunto es que hay indicios de que dichas pruebas de opción múltiple no cumplen con los estrictos parámetros de confiabilidad y validez que debe tener toda prueba de este tipo. Esto es, es muy posible que estas pruebas sean técnicamente deficientes y, por tanto, CENEVAL no cumple lo que promete y muchos creen de buena fe, por ejemplo, que sus exámenes de ingreso a las universidades seleccionan a los “mejores” alumnos. ¿Por qué no se quiere admitir la posibilidad de que CENEVAL esté dando gato por liebre?

Después del CENEVAL se han creado otros órganos evaluadores, como el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) -para la evaluación de la educación básica- dando fuerza al mito de que aplicando pruebas estandarizadas (mediciones) se está llevando a cabo una evaluación (de los alumnos, de los maestros) de la cual se derivará -mágicamente tal vez- una mejora en algo que se ha llamado “calidad educativa” y que nadie define con claridad, a no ser que se entienda como la habilidad para responder con éxito a estas mismas pruebas.

Entre CENEVAL, INEE y alguna otra institución “evaluadora” que ande por ahí, se han aplicado en los últimos veinte años -según estiman investigadores de la UAM- más de 100 millones de pruebas, sin que se aprecie una mejora en la educación de niños y jóvenes. Con el detallito de que, por ejemplo, CENEVAL cobra en promedio unos 400 por prueba. Si suponemos, conservadoramente, que esta institución privada aplicó la mitad de esas pruebas (50 millones) en este lapso, el negocio es claro, pues le reportó un ingreso de alrededor de 20 mil millones pesos. Tal vez eso explique el gran interés que muchos tienen en que el negocito siga adelante.

Ahora bien, la creación del CENEVAL se inserta en un proceso iniciado en un momento de nuestra historia reciente en que México, al igual que otros países de la región, caen en una crisis económica derivada sobre todo de la deuda externa y que -además de amenazar con convertirse en una crisis de gran impacto- colocó al país en una posición de extrema subordinación frente al capital financiero transnacional: “Puesto que nos prestaron dinero vamos a tener que estar permanentemente sometidos a su vigilancia (…), eso nos obliga a vivir bajo su escrutinio”, dijo en alguna ocasión Miguel de la Madrid, presidente de México de 1982 a 1988.

Esa vigilancia y escrutinio fueron más allá del área económica, extendiéndose a los otros sectores de la vida nacional, como el de la política y el de la educación, puesto que “quienes prestaban los recursos para facilitar nuevos acuerdos con los banqueros y/o avalaban la seriedad de un gobierno para recibir inversión extranjera -es decir, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Banco Mundial (BM)- debían asumir una posición mucho más activa y vigilante en referencia al uso de los recursos y a la marcha de las reformas económicas -y de la educación- a que éstos estaban destinados. En consecuencia, se volvía imperativa la existencia de mecanismos e instrumentos específicos que verificaran con la mayor exactitud posible el uso eficiente y los resultados concretos de los montos que otorgaban los bancos”. (H. Aboites: La medida de una nación. Los primeros años de la evaluación en México. Historia de poder y resistencia (1982-2012). UAM, CLACSO, ITACA ED. 2012)

En esa época, organismos como el BM estaban haciendo análisis y recomendaciones para elevar la eficiencia de la educación superior y prácticamente todas ellas llevaban al terreno de la evaluación. Al respecto, es muy relevante un documento del BM que en esos años hace una primera evaluación de la eficiencia en la universidad latinoamericana: Educación superior en América Latina. Temas de eficiencia y equidad. Documento en que se identifica lo que se considera son los principales problemas del funcionamiento de la universidad en la región y propone la evaluación como parte importante de la solución.

¿Por qué este interés de los organismos financieros internacionales en la educación? ¿Por qué el BM debe prestar atención a la evaluación educativa? Porque -responden los especialistas- “en el competitivo contexto internacional no escoger a la élite puede tener un serio efecto en los resultados económicos.

Se estima que los países en desarrollo pueden mejorar su PIB per capita en 5% si permiten que el liderazgo se ejerza a partir del mérito” (S. Heyneman , I. Fagerlind: “University Examinations and Standardized Testing”; World Bank Technical Report, num. 78)

Entonces, no fue a partir de necesidades y problemas concretos del sistema educativo mexicano que se crearon las instancias evaluadoras de la educación, sino que por recomendación del BM fue que el gobierno mexicano creó instituciones como el CENEVAL, decisión asociada a un proyecto para llevar a cabo una reforma educativa que favoreciera la educación sólo para “los mejores” y -concomitante y consecuentemente- empujar hacia la privatización de la educación pública. Todo para complacer y favorecer al capital financiero transnacional.

Claro que de esto no se habla cuando someten a los jóvenes a los exámenes CENEVAL de ingreso a las universidades, sino que se les engaña diciéndoles que quienes no “pasan” el examen no merecen ingresar a la universidad, pues no están preparados para ello, causando en muchos la consiguiente frustración; sólo los mejores (¿“Pasar” el examen CENEVAL define a los “mejores”?) ingresan a la universidad, cuando diversos estudios han proporcionado elementos para dudar de la validez de estos exámenes.

No debe perderse de vista que las universidades privadas y un buen número de universidades públicas -entre ellas la UNAM y la UAM- no aplican los exámenes de CENEVAL.

Así pues, por las razones brevemente expuestas, desde los años 90 en México se implantó un aparato de evaluación sustentado en el discurso de “la calidad” y “la excelencia”. Decenas de millones de niños y jóvenes fueron medidos con pruebas estandarizadas, cientos de miles de maestros (Carrera Magisterial) y académicos universitarios (SNI, PROMEP, etcétera) fueron sujetos a evaluación para merecer un pago adicional y decenas de miles de escuelas, programas y universidades colocadas bajo un escrutinio permanente. Esta moderna “evaluación” (frecuentemente basada en la aplicación de pruebas de opción múltiple, ¡ja, ja!) tuvo éxito en crear un enorme aparato de vigilancia dedicado -por decirlo con palabras usadas por el profesor Aboites- a medir a la nación una y otra vez, pero fue incapaz de generar una dinámica de mejoramiento de la educación y más bien contribuyó a degradarla.

La creación del CENEVAL estuvo estrechamente ligada a los compromisos adquiridos por el gobierno mexicano tras la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC). Esto fue así dada la creciente importancia del conocimiento y de quienes son capaces de generarlo y aplicarlo, que a su vez responde a una transformación de la producción mundial. Y el TLC no tiene que ver solamente con el flujo de mercancías sino también con el flujo de conocimientos y de quienes lo generan y aplican, los cuales (mercancías, profesionistas, científicos) tienen que estar debidamente certificados, “evaluados”, para garantizar su calidad en el mercado abierto por ese tratado.

Me pregunto por qué razón muchas universidades insisten en mantener su relación con CENEVAL, aceptando y aplicando sin el menor asomo de análisis o crítica los resultados de sus cuestionables mediciones, además de contribuir a mantener funcionando el redituable negocito.

¡Ah! Y no se olvide que medir (aplicar pruebas estandarizadas) no equivale a evaluar. No se deje engañar.