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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Del mando al liderazgo
Rebeca Ramos Rella
27 de febrero de 2012
alcalorpolitico.com
En la vida llega un momento en que todas y todos hemos de enfrentarnos al mundo del trabajo, de la competencia y de las jerarquías. Arriba el tiempo de ganarnos el sustento con nuestro propio esfuerzo. Algunos, estudiando y trabajando al mismo tiempo; otros sin oportunidad de preparación, en ruta directa a responsabilidades y encomiendas; otros emprendiendo un negocio u oficio. A todas, todos se nos ha enseñado el camino de la realización y de la superación, también a través del desempeño de un trabajo, actividad para la que hemos de aprender, capacitarnos, adquirir el perfil, la habilidad y los conocimientos necesarios para desarrollarla. En casa, en la experiencia de otros, hallamos la certeza de que hay que trabajar para vivir, para ser independientes, para producir y aportar a la comunidad, al estado, al país. Nadie debe sacarle vuelta al trabajo, pues es la remuneración la que nos permite ser personas útiles, dignas, autosuficientes y libres. Buenos ciudadanos.

Desde educación en el hogar, negocio, escuela, universidad, en los centros laborales y de servicios diversos, sabemos que condiciones indispensables para el trabajo son el conocimiento, honradez, responsabilidad, respeto, eficiencia, proactividad, términos que hoy modernizan y tienden a mejorar el desempeño laboral, cualquiera que sea nuestra área. Está comprobado que a mayor capacitación de los recursos humanos, mayor productividad y competitividad; mayor calidad en la prestación de servicios y en la ejecución y solución de encomiendas; está probado que mientras el respeto a los derechos y condiciones laborales de los empleados, ascensos, prestaciones, paridad salarial, salario justo, trato digno y respetuoso, el esfuerzo y dedicación al trabajo, se incrementan y suben las utilidades y los buenos resultados.

Sin embargo nada es más efectivo en la formación de los recursos humanos, de sindicalizados o de personal de confianza, de equipos conformados por recomendados o cuates, compromisos y equilibrios con grupos distintos, nada es más sólido y aleccionador que la acumulación de experiencia, que complementa a vocación, profesión, especialización y a la permanente capacitación. Hay detalles de análisis y operación, de trato y convivencia humana, de planeación y previsión que no están en los libros ni en Google y que se van adquiriendo con el tiempo, los descalabros, los raspones; con los errores y también con los logros. Entonces cumplir no es nada más una necesidad de sustento; no es nada más un acto de obligación a cambio de un salario; cumplir se vuelve un arte de convicción y de sapiencia y cuando se imprime la aportación extra, la lealtad y la gratitud, hasta la institucionalidad, entonces estamos frente a un trabajador o trabajadora de mayor compromiso, confianza, profesionalismo y efectividad.


Hay personas que disfrutan su trabajo; otras lo detestan: el margen de diferencia es precisamente el nivel de reconocimiento y aprecio que sus jefes otorguen a su labor y por supuesto que se vea reflejado en ascensos, en mejoras salariales y de condiciones laborales y también en el ambiente de trabajo cordial, respetuoso, congruente y equitativo, que contrarreste la discriminación, la intriga, la grilla, el chisme, la envidia, el servilismo, los celos, inseguridades y egos y personalidades presentes en el factor humano que siempre subjetivizan el estricto desempeño de una labor o función.

De manera que todas, todos hemos de esmerarnos en alcanzar metas y resultados; aplicar valores y principios en el desempeño; aprender a trabajar en equipo y soslayar conductas anti-productivas o destructivas que devalúan nuestra contribución, certificación y mejoramiento. Pero ¿y los jefes o jefas? ¿Cómo aprenden a serlo? Se entiende que los que dirigen, comandan y ordenan, lo hacen porque han transitado ese sendero desde abajo y en el cúmulo de aprendizaje superado, han logrado profesionalizar su función para saber ejercer el poder y usar su jerarquía. Es posible que hayan adquirido nociones del cómo, cuándo, dónde y porqué de sus antiguos jefes o jefas y en esa transmisión generacional o escalafonaria, se haya definido su propio estilo. Estilo que se impone por la persona que tiene el mando y que no necesariamente y en casos, lamentablemente se ajusta a las máximas características que indican el mejor desempeño laboral desde la línea de mando. Usualmente el estilo, principios, conductas se van deformando en la medida que se asciende a niveles de más poder. Las personas poderosas cambian hasta tornarse irreconocibles incluso por sus más cercanos. Y es que el ejercicio del poder puede resultar en le peor de los casos, un virus que contamina valores, actos y decisiones que engendran la soberbia, la prepotencia, la corrupción, la arbitrariedad, el engreimiento, hasta la autoconcepción de sentirse indestructibles, intocables, inalcanzables, mesiánicos, iluminados.

Así, el trabajo desde el mando se vuelve una actividad personalizada y vertical y a partir de esa confusión, se hace uso y abuso del poder y de la jerarquía, con respecto y en detrimento de los subordinados, del colectivo a beneficiar y del proyecto mismo. Y es que en nuestro sistema y régimen políticos, la cultura del ejercicio del poder sobrepone y sobredimensiona al personalismo, a lo unipersonal, al autoritarismo, a la exclusión e invisibilidad de los “talacheros” o de los soldados, a cambio de la entronización exaltada del jefe o jefa, del general o generala, quienes se asumen el vértice, que ignora a la pirámide y a la base que lo o la sostiene y que le torga esa jerarquía. Olvidan que no hay jefe o jefa si no hay equipo.


Esta es una concepción torcida y viciada de una cultura de mando lineal que omite, disminuye y entierra el esfuerzo colectivo del equipo; que da más prioridad al culto a la personalidad, al vasallaje, que a la efectividad laboral; que valora más la intriga, el chisme, el chiste y la alabanza, que a la lealtad, la gratitud y la institucionalidad efectiva en hechos y resultados.

Es ingrediente del presidencialismo arcaico reproducido hasta en los rincones más remotos y modestos de conductas y espacios de trabajo, donde siempre hay un directivo que manda, ordena, hasta grita y humilla y hay un grupo de personas subalternas que deben obedecer, callar, someterse a agravios e injusticias, a incongruencias, absurdos y desplantes de personalidad, bajo la amenaza de la renuncia y del desempleo. Y los empleados y colaboradores jóvenes, personas mayores y mujeres sufrimos además, discriminación, sexismo, disparidad salarial, falta de reconocimiento, invisibilidad, desprestigio infundado, agresiones, acoso y maltrato.

Miente quien diga no haber padecido a un inmediato superior de esta especie. Y padecer por irremediable necesidad de sobrevivencia. Y recuerdo el consejo sabio de mi padre: “Busca trabajar con alguien a quien le puedas admirar y aprender”. Después de 26 años trabajando, desde mi primer jefe, un director de primaria, el del instituto de idiomas, el diplomático director general, el diputado, el senador, el dirigente nacional de partido, el delegado nacional, el secretario general de gobierno, el gobernador, el otro gobernador, la poderosa secretaria particular, el otro diputado, los candidatos, el otro gobernador, la secretaria de gabinete; las jefas amigas lideresas, los amigos jefes dirigentes y líderes, a todas, todos, les he agradecido forjarme efectiva profesional, previsora, perfeccionista, exigente, minuciosa, prospectiva, analítica, neciamente responsable y devota de mi trabajo y de mi esfuerzo adicional. Cada uno a su estilo respetable y a veces, desde la tolerancia mutua en la franqueza y lealtad, si agudo el desacuerdo, para mejorar, para crecer.
Agradecer también la sólida defensa de mi dignidad profesional, laboral y humana hasta de aquella jefa delegacional tristemente extraviada en su ambición y de aquel inmediato superior insistente en su reafirmación de ego y de autoseguridad.


Y en el análisis comparativo he descubierto que el mando, el poder y la jerarquía se ejercen siempre mejor desde el liderazgo, que sabe ordenar e instruir sin necesidad de agraviar ni de amenazar; liderazgo que sabe reprender y reorientar, guiar y generar causa común, convicción, adhesión, respeto, admiración, sin necesidad de humillar y maltratar; el liderazgo que comanda al equipo, al que reconoce, apoya, escucha y respeta, porque sin la base, no hay jefe ni líder, no hay resultados, no hay destino; el jefe o la jefa líder que procura a los suyos, a su gente y le facilita con dignidad y efectividad, las condiciones dignas e insustituibles y que marca la ley, para realizar actividades y encomiendas.

Todo el que aspire y ejerza poder, sabe y acepta que llegará y se sostendrá, si su equipo es eficiente y efectivo; si hay buen trato y si lo apoya incondicionalmente, en consecuencia; si es el equipo de los mejores, de los más adeptos y de los más aptos; el equipo como la plataforma consistente para apuntalarlo y lo será si el líder o lideresa, al mando es buen jefe o jefa, si aplica lo que promueve y predica, adentro y hacia abajo. Quizá por estas razones, interesa tanto conocer los equipos de precandidatos, de gobernantes y demás directivos. Quizá por eso, se remarca tanto en una reforma política que permita al Senado proponer y ratificar al gabinete federal.

El liderazgo en el poder, tiene la inteligencia de respetar, valorar y considerar a los suyos, pues son el reflejo del capitán en su carrera a la cima. Si el equipo falla, falla él o ella. Si el equipo es fuerte, fortaleza a la cabeza. El que coordina y dirige el esfuerzo de todas y todos no debe olvidar que las jefaturas se esfuman, son meros puestos, escritorios y membretes, que se quedan mediocres si no hay mística, proyecto, mutuo respeto y lealtad; no deben ignorar que en cambio, los liderazgos persisten a través del tiempo, crean escuela, cuadros, redes, aliados, empleados y colaboradores agradecidos y leales hasta la muerte.


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