icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Colosio a cuatro lustros
Rebeca Ramos Rella
24 de marzo de 2014
alcalorpolitico.com
Veinte años después, Luis Donaldo Colosio, recibe el gran Homenaje que en esas décadas, pareció diluido bajo el dolor, el remordimiento y la vergüenza y apatía de los priistas. El acto se volvió, eso, una fecha en el calendario priista para cumplir, con una guardia de honor, discretísima, escasa y, una ofrenda. Quedó su nombre en la Fundación partidaria, que sigue al margen, formando cuadros, pocos que llegan; publicando ediciones que pocos leen. No más.
 
Un recuerdo terrible; una noticia inconcebible; las culpas, los verdugos, las sospechas, el juicio social implacable e incambiable, dos décadas después. Todos los de entonces, sabemos y millones vimos y lloramos cómo le dispararon a matar.
 
¿Cómo olvidar la imagen de Colosio tirado sobre su costado derecho, con la frente ensangrentada y sus ojos cerrados para siempre? ¿Cómo borrar la conmoción de un pueblo, el miedo del futuro, el escalofrío de la reedición de los asesinatos políticos que sólo conocíamos por la historia pos-revolucionaria? Fue el hoyo negro, sordo y silente. Por unos días, ningún mexicano estábamos seguros de nada. Era el limbo y el shock.
 

Y quedó el rostro inexpresivo en nuestra memoria; conocimos al pistolero asesino por las fotos, los videos. El reo que ahora, también alza el dedo y quiere decir algo; abre sus baúles y saca su propia versión clamándose inocente. En entrevista denuncia el complot y los recovecos de una intriga macabra. Si fue odiado entonces, ahora nos repulsa. Su reclusión recuerda el motivo del cautiverio y ese hecho apena, da náusea. Mató al candidato presidencial; al político carismático;  al que seguramente iba a ser Presidente de México, porque iba arriba en preferencias; ese matón despojó al país de una esperanza, de una posibilidad; nos dejó la suposición y los hubiera y, el inmenso hueco; ya nunca supimos cómo Colosio iba a gobernar.
 
Desde esa tarde en Lomas Taurinas, el PRI perdió algo más que al candidato; al amigo, al guía, al aliado; perdió al último de sus genuinos líderes sociales del siglo pasado. Desde él no hubo otro que congregara; que conciliara y convenciera a todos –dirigentes, gobernadores, grupos, legisladores-. Nadie llenó el espacio, ni siquiera el expresidente Zedillo, quien se confrontó con el alicaído Jefe Máximo desde el inicio y sepultó en el ostracismo a los “colosistas”, que nunca lo consideraron uno de los suyos y al Partido, donde nunca palpitó su convicción.
 
La muerte de Colosio dejó vacío de poder; del poder que logran sólo los que se ganan el respeto, la admiración y la simpatía. Su carisma natural fue reemplazado por la mancha vergonzosa en la vida del Partido y en la historia política del país.
 

Colosio fue el mártir de una maniobra podrida. Vimos al asesino y la mente torcida que pudo ordenar su ejecución tuvo cara y nombre; la inmediata sentencia en las calles, en los hogares, en las mentes de los mexicanos le otorgaron la autoría sin mayor evidencia y aunque hasta el día de hoy, aún no sepamos a ciencia cierta, el propósito y la sinrazón, el pueblo ya juzgó.
 
El 23 de marzo de 1994, los priistas y los no priistas, los apáticos y abstencionistas, todos, todas, donamos una lágrima, una plegaria y una muestra de tristeza por el batido en la tierra ensangrentada.
 
Colosio se convirtió así en el único priista de todos los tiempos, que desde entonces y a la fecha, nadie juzga, ni señala, ni critica; que nadie descalifica, ni acusa de nada, ni se le condena. Nadie lo odia, ni lo desprecia. De él, nadie duda. Era el bueno. Pudo serlo desde la Silla primera. La muerte lo purificó, como a los fenecidos, santifica.
 

Y por esa razón, ninguno de sus correligionarios, con una dosis de credibilidad y arrastre, en su momento; ni con las carteras y cargos a cuestas, ninguno logró agruparlos; ni llenar su ausencia, menos la expectativa que forjó en campaña y que dejó impresa en el discurso excepcional del 6 de marzo de ese año.
 
Las frases que rompían con el régimen autoritario, cínico, corrupto y falso, que después nos constaría a todos, le costaron la vida; al país, incertidumbre, inestabilidad política y económica; crisis y devaluación; al PRI, división y traiciones; las derrotas, la desconfianza, la espalda del pueblo y, años después, la alternancia que llevó al PAN a la Presidencia, con un ignorante farsante al frente.
 
Nada sorprende ya de aquellos que hace 20 años eran los protagonistas en las primera planas. Se vistieron de demócratas y reformadores después, pero sus vicios los delatan inmutables, tercos, codiciosos, hoy; optan por el mismo sendero de mentiras y dobleces de ese tiempo. Camacho y Salinas, agrios enemigos se siguen enlodando entre sí. Ráfagas de dardos reclamones, tal como se los lanzan, los devotos decepcionados que no olvidan y menos, perdonan. Hace poco, sacaron las dagas de las cavernas y se las aventaron otra vez. Son unos traidores, entre ellos y así mismos. No tienen remedio. Nadie les cree.
 

Fueron los grandes amigos de jóvenes; crearon su grupo “Compacto”. Juraron que llegarían al poder. Se repartieron el motín desde sus años mozos. Camacho Solís era el líder del grupo; brillante, estudioso, estratega; Salinas, era el junior genial educado en el exterior, con todas las conexiones por los altos cargos de su padre. El que llegue primero, deja al otro de sucesor. Fue el pacto. Y Camacho tenía todo listo. Cuando le azotó a Salinas la Regencia del DDF y se fue emberrinchado por la decisión -el dedazo presidencial- a favor de Colosio, olvidó desmantelar el búnker en Av. Tlalpan y San Antonio Abad y el de la calle Versalles. Blindados, equipadísimos con alta tecnología para rastrear todo lo que se moviera en todo el país. Tenía la campaña organizada; lo electoral articulado; comprados a los opositores y en la nómina a los grupos más radicales y de choque. Estaba en arranque y se quedó con las ganas. Salinas lo dejó creer todo el sexenio y al final, lo plantó.
 
Esto, recuerdan estos dos y sigue fluyendo bilis y dolor. Los zapatistas, opacaron la campaña y la sobredimensión de sí mismo de Camacho. Y en el cuartel de Colosio, los mensajes confusos, la súbita frialdad del Presidente, preocupaban.  Era la hora de desmarcarse y replantear un nuevo país, un nuevo comienzo; aceptar y encarar la pobreza, la marginación, la corrupción y delinear otra faz del México salinista.
 
El día que Colosio fundó el “Colosismo”, ese día selló su destino.
 

Cuatro lustros después, el Presidente Peña Nieto, resurge el recuerdo y lo honra, con todo los vítores y laureles que merece alguien que murió con la buena intención y todas las posibilidades de transformar a este país y no lo dejaron.
 
Peña resucita a Colosio y al legado Colosista, para hacer la comparativa histórica, con su época, con el “Peñismo”.
 
Inteligentemente, el Presidente ha buscado en la historia nacional un ejemplo digno y exitoso desde el cuál referenciar su gestión, sus decisiones, su estilo, sus alcances y cambios. Inició con el expresidente López Mateos; ahora actualiza con el  líder reformista, demócrata, sensible a lo social, accesible, sencillo, excelso orador; el inmaculado, el único priista santo, Luis Donaldo Colosio.
 

Se desentiende del pleito irresoluble entre salinistas y zedillistas; a todos les tocó algo en su administración, pero no piensa reeditar a ninguno de sus antecesores, ni reciclar idearios con apellidos desgastados, divisionistas y repugnantes. Peña quiere la gloria para su mandato y para el país y en Colosio encuentra el estandarte de unión y consenso.
 
Colosio no llegó a la Presidencia, pero tal vez tenga sucesor. Peña Nieto instruye un acto de aniversario luctuoso, con el nivel de la estatura del Colosio que fue y que sucumbió por las tripas putrefactas de la disputa por el poder, hace dos décadas.
 
El Presidente ha encontrado en Colosio, un pilar ideológico partidista desde el cual asentar su misión, su visión y su propio estilo; una hoja de ruta archivada para sustentar y actualizar. Halló una marca, su par en liderazgo social y político en la historia política contemporánea nacional.
 

Una estrategia brillante. Tiene paralelismo en el análisis. Dos hombres en su madurez temprana, queriendo regenerar un país atascado en la corrupción, la violencia, el descrédito de la política; a la mitad partido en pobreza y desigualdades; perdiendo toda oportunidad de avanzar por prejuicios, impunidad, ladrones, intereses y mitos. Ayer como hoy.
 
Colosio vio y quiso un México diferente, en avance, respetable, reconocido, en crecimiento; en armonía, justicia y en igualdad. Los supremos valores que los candidatos enarbolan para motivar expectativas. Los principios que se van difuminando y contaminando por causa de los equilibrios de fuerzas y decisiones de Estado y, también por la ambición, la traición y la envidia; por la deshonestidad que seduce a los poderosos en el ejercicio de su cargo.
 
Peña, retoma la causa del mártir y los ideales que lo inspiraron. Actúa, ejerce, consensa, incluye y recién, lo está logrando.
 

La justicia legal para Colosio, quedó varada en la celda del magnicida.
 
La justicia de la historia para Colosio, cuatro lustros después, tal vez apenas ha comenzado.
 
[email protected]