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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
La última línea roja
Rebeca Ramos Rella
26 de marzo de 2012
alcalorpolitico.com
Desde el 15 de marzo pasado se cumplió un año de la cruenta rebelión popular en Siria. Como efecto dominó de la Primavera Árabe en Túnez, Egipto y Libia, los sirios decidieron que también quieren y tienen derecho, a democracia, justicia, libertades y sobre todo, al respeto a sus derechos humanos. Desde 1963 han padecido la imposición del “estado de emergencia”; es decir, se les han negado garantías a sus derechos civiles. Ha sido la mano dura y grotesca del estado policial lo que le ha permitido a Al Assad controlar, imponer y conservar el poder, bajo la consigna del horror, del autoritarismo y corrupción, del desempleo y del miedo.

Escenario que se complica con la defensa de la cultura sectarista que ha dividido a los pueblos árabes, tal como en aquellos tiempos, cuando el Teniente inglés, denominado Lawrence de Arabia, pretendió unir a clanes y tribus árabes en una sola nación, luchas que describe en su novela “The Arab Revolt” –uno de mis libros y una de mis películas favoritas-. Hoy sabemos que la aspiración de un solo Estado árabe quedó enterrada en las dunas y que las sectas del Islamismo, han sido materia de lucha intra-religiosa en aquella región y Siria no es la excepción. El heredero del dictador Hafez Al Assad, el médico Bashar y su élite política y militar pertenecen a la minoría alawí –rama del Islam chiíta- que han doblegado por casi 4 décadas a la mayoría sunní -tres cuartas partes de los sirios-, en una disputa hoy atroz y esencialmente fundada en el resentimiento acumulado por la opresión.

Tras el “Día de la Ira”, el despertar de los sirios, la violencia y persistente matanza entre opositores a la dictadura de Al Assad y fuerzas militares del gobierno, han arrojado, según la ONU, más de 9 mil muertos –entre mujeres y niños-; 2 mil bajas en el ejército, según el gobierno sirio; hay de 9 mil a 15 mil desaparecidos y 230 mil sirios desplazados dentro y refugiados en otros países, principalmente en los vecinos Turquía, Líbano y Jordania.


Siria, república islamista socialista, es uno de los aliados históricos del antiguo régimen soviético. La colaboración del gobierno sirio con la extinta URSS, sirvió de contrapeso político regional para el bloque y fue denominada como la última línea roja, durante la Guerra Fría. La actual Rusia sostiene ese vínculo geoestratégico y por interés y seguridad nacionales, debido a que en el Puerto sirio de Tartus, mantiene la única base militar en el extranjero. Además, la venta de armamento ruso se ha intensificado desde el comienzo de la rebelión.

Pese a que Siria carece de riqueza petrolera aprovechable –a diferencia de Libia-, su importancia geopolítica en el mapa de Medio Oriente, se debe a su virtud como bastión a modo, para Putin, ya que le garantiza respaldo frente a movimientos separatistas que ha tenido que contener en las repúblicas rusas “autónomas” del Cáucaso Norte, con fuerte presencia musulmana sunní y, del otro lado, tras el 9/11, Siria ha sido útil a EUA como centro adecuado para el encarcelamiento y tortura de sospechosos árabes terroristas.

Y como ha sucedido con los tumbados dictadores, ex aliados de uno u otro bando, las potencias nada reclamaron ni les criticaron antes, sobre sus métodos antidemocráticos y brutales contra sus pueblos para sostenerse al mando; sólo hasta ahora condenan al régimen y sus artes; ahora, que fueron esos mismos pueblos oprimidos por décadas y frente a sus caras, los rebelados, los ultrajados y sacrificados.


El conflicto ha escalado a los estratos abominables de crímenes contra la humanidad. Se calcula que diario mueren 100 sirios en promedio, entre civiles –mujeres y niños- y militares. El ejército leal al Presidente, según Human Rights Watch, utiliza niños como escudos humanos. Tiene órdenes de matar a manifestantes sin ninguna misericordia, como lo han revelado sobrevivientes desertores, quienes igual son ejecutados en masa, si desobedecen acabar con los civiles insurrectos, a manos de los “invitados” soldados iraníes y militares libaneses de Hezbollah, “amigos” que apoyan a Al Assad y cuya participación, seguramente preocupa, sobremanera a Washington. Irán es abiertamente hostil y Hezbollah, una organización libanesa islamista chiíta, considerada por Occidente, como terrorista y por el mundo árabe, como un movimiento de resistencia legítimo, es uno de los enemigos más letales de Israel.

Por si fuera poco, los nudos se comprimen. La población siria ya sufre una denigrante crisis humanitaria. La brutal represión, se suma a detenciones, desapariciones, violaciones masivas, cortes de servicios básicos en ciudades sitiadas, carencia de alimentos. Y aún no se ha logrado crear una zona libre de enfrentamientos para hacer llegar ayuda humanitaria.

Y uno se pregunta ¿Si la comunidad internacional ahora sí está indignada, por qué motivos EUA y Europa no le han querido entrar amparándose en resoluciones del Consejo de Seguridad y en la OTAN, como lo hicieron en Libia? ¿Por qué en este caso han optado por la presión diplomática y fina de un negociador como Kofi Annan, cuando tienen los medios para armar a opositores y derrocar al régimen sirio? ¿Por qué no cazan al déspota sirio, como a Bin Laden para finiquitar el problema? ¿Qué los detiene? Ciertamente no el derecho internacional.


Este es el panorama que les da migraña. Siria está inmersa y rodeada por intereses y de seguridad nacional, y por desencuentros sectarios y étnicos regionales; tiene fronteras con Turquía y Jordania -aliados de Occidente-; con Irak –hoy ya sometido a EUA y en plena reconstrucción-; con Líbano –con postura ambivalente y dividida por el extremismo y presión de Hezbollah- y, con Israel –el protegido de EUA y manzana de la discordia por su ocupación ilegal en Palestina-.

Más. Al Assad es el único aliado árabe del fundamentalismo en Irán y ante la posibilidad de que Ahmadineyad esté construyendo bombas nucleares, con destino certero a Israel, intervenir, ocupar Siria y tocar a su terco dictador, puede desatar una conflagración más peligrosa. Sería la mecha de una enorme explosión. Hay riesgo de desfogar una vieja e histórica batalla entre sunníes y chiítas, que podría extenderse a Irak e Irán, hasta el Cáucaso y al sur de la región. Nadie quiere ese incendio arrasador.

Por eso se insiste en una rendija de mediación. El Consejo de Seguridad ha declarado por voz de su Presidente en turno, un primer acuerdo de los 15, sin el veto testarudo y convenenciero de rusos y chinos y sin el peso político de una resolución, pero que respalda el Plan del conciliador y ex Secretario General de la ONU, Kofi Annan: cese inmediato de violencia; cese de trasgresión a derechos humanos; retirada de tropas; garantía de acceso a asistencia humanitaria; establecimiento de diálogo político entre gobierno y oposición y permitir la transición política, lo que implica la dimisión innegociable de Al Assad.


Pero la paz está lejos. Analistas militares estadunidenses previenen que aún los opositores no controlan territorios ni consolidan sólida unidad en sus posturas, aunque ya formaron un Consejo militar; las fuerzas del gobierno y su brazo mercenario, los Shabbiha, cuentan con armamento sofisticado antiaéreo, gracias a los rusos, lo que angustia al Pentágono. El triunfo no está seguro de ningún lado. Menos de la razón, el derecho y la libertad.

La solución es que Al Assad sea depuesto o se vaya voluntariamente, como lo hizo el ex Presidente de Yemen, Alí Abdullah Saleh o se someta a juicio como Hosni Mubarak en Egipto. Como la de ellos, su caída es necesaria e inminente. Pero la prospectiva es que no renunciará, peleará hasta que quizá, lo maten –como Gadafi-. Los cómo son enigmas que Washington quiere descifrar, mediante negociaciones que Annan pueda lograr estos días, en sus visitas a China y Rusia, que se oponen al uso de la fuerza militar global y que sólo avalaron la Declaración del Consejo de Seguridad, si se repartían culpas de las masacres de civiles, entre las partes confrontadas.

En suma, el problema no sólo es el empecinamiento del dictador, ni todos los muertos, ni el hambre y el dolor de un pueblo levantado; sino las condiciones que imponen los aliados poderosos de Al Assad, quienes son los verdaderos obstáculos de la paz pronta en este conflicto. Y EUA no tiene intención de alebrestar de más al oso ruso ni al dragón chino. Putin acaba de ganar la elección para volverse a encumbrar Presidente, con todo y fraude electoral; China sigue desafiando económica, comercial y monetariamente a los estadunidenses. El Presidente sirio sabe que estas circunstancias le favorecen y le ganan tiempo. Peor. Del otro lado, con Irán, se descuenta; no hay mínimo espacio de intermediación. Y este es un frente demasiado peligroso, por su posible reacción, si Occidente intenta derrocar a su aliado. Israel pagaría por ese “agravio”.


La realidad es que esta maraña de intereses políticos, étnicos, religiosos y de equilibrios estratégicos, en la última línea roja, podría constreñirse más, al grado de empujar al mundo, al filo de una guerra sin fronteras. Esperemos que se esquive ese precipicio.

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