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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Cambio de señales
Rebeca Ramos Rella
30 de abril de 2012
alcalorpolitico.com
El proceso electoral de este año, fue ampliamente esperado, analizado y proyectado en foros de discusión, en mesas de estrategia de partidos y en la mente y conducta de candidatos. La posibilidad de la alternancia abrió expectativas sociales y delineó el juego de ajedrez de partidos, gobernantes y clase política nacional, ante la gran batalla que podría librarse. Hoy, ya estamos en la arena, que en el día de la jornada, definirá un cambio.

Un nuevo rumbo para un México atascado por 12 años, en confrontación estéril entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo; un país sangrando en ciertas regiones por inseguridad, miedo, violencia y la acción ilícita de los enemigos; un trayecto distinto para una nación que clama por reformas, justicia, igualdad, paz y Estado de derecho; para millones que padecen pobreza y pobreza extrema, hambre e inseguridad alimentaria; para un Estado amenazado por el crimen organizado y globalizado, que ha envenenado estructuras institucionales y a servidores públicos de tres órdenes de gobierno; para un pueblo hastiado de discursos huecos y fantasiosos; de logros irreales, ahorcados y de mediocridades; un pueblo que demanda nuevo capitán, nueva ruta y puerto seguro.

Arribamos a cuatro semanas desde el inicio de campañas y podemos hacer un balance. Hay cuatro protagonistas; un árbitro con la ley en mano; estructuras partidarias en movilización, operando, promoviendo, jaloneándose internamente y con los de enfrente; herramientas tecnológicas alentadoras de la democracia virtual; gobiernos de tres niveles obligados a respetar y no meterse, pero que, de alguna forma apoyan a los suyos; una sociedad expectante, vigilante, participativa y un alto porcentaje de indecisos y apáticos –entre 23 y 25% según encuestadoras-, todos bombardeados de colores, siglas, sonrisas, lemas, logos, spots, propaganda contaminante de la geografía urbana y rural; candidatos que en campaña, presumen que cumplieron, que hicieron lo mejor, que son los mejores y las más atinadas opciones para dar más; hay una silla presidencial por desocuparse, 500 curules y 128 escaños y algunos gobiernos por renovarse.


Y hay también caudal inagotable de palabras y promesas; discursos, frases, propuestas, compromisos, generalizaciones, obviedades, barbarismos, ignorancias; revires, ataques, descalificaciones, comparaciones, mentiras, medias verdades, desmemorias, contradicciones; datos imprecisos, resentimientos personales y políticos, chismes, señales cruzadas; fuego amigo, traiciones, duelo de protagonismos ajenos a las campañas, silencios por ley, impuestos; operadores clandestinos y cuidadosos. Es una avalancha diaria; un caótico flujo cotidiano de información, análisis y reacción. Apasiona, sobresalta, alerta, sube adrenalina a opinadores; provee carne fresca para destazadores profesionales. Para otros, millones, les aburre, los satura, descorazona y les desinteresa; les provoca huida frenética con la pre-sentencia: “siempre prometen, dicen lo mismo, no cumplen, no les importa, sólo quieren el poder para servirse…luego ni te reciben ni resuelven…nada más se pelean entre ellos…”

La primera certeza hoy, es que nuestra cultura política, es fiel al sistema y al régimen, arcaicos que no hemos avanzado en transformar, ni desde las reformas estructurales convertidas en leyes, que no se aprobaron o que fueron cercenadas; ni tampoco desde los hábitos, proceder, reacciones y formas de la clase política nacional multicolor, que insiste en reproducir y conducirse con rasgos antiguos, casi como antes. La segunda certeza entonces, es que el cambio que esperamos debería empezar por ahí.

Sin duda, la hora del voto, será la hora de la verdad; en tanto, las horas de las campañas son eternas, intensas, guerreras. La meta es ganar, aunque sea con un voto. Es la democracia viva que a unos, llena de gloria; a otros los sume en derrota y, a millones les apertura espacio por unos minutos, para tomar la oportunidad de expresarse, de vengarse, de ratificar el beneficio de la duda o su lealtad partidaria y después, a esperar tres o seis años, para arrepentirse y lamentarse; para castigar y en el mejor de los casos, para refrendar su razón y su apoyo.


Ojalá algún día modernizáramos la forma de competir por el poder. La lucha democrática que no guerra rupestre, debería ser más honorable, civilizada, respetable entre contrincantes, con sustancia y concreción, real y posible en los ofrecimientos.

Ahí tenemos a los cuatro presidenciales, uno gobernará México. Cada uno en su estilo, arropados en sus tácticas y estrategias, permeando su mensaje, sus señales, sus discursos; amparados en las plataformas, ideario, declaraciones de principios de los partidos que los postulan; referenciándose opciones a partir de su trayectoria y experiencia; de sus logros y resultados; de los retos superados.

En el centro, en el diámetro del huracán, el PRI y el puntero con capacidad de organización, estrategia, coordinación, aparejadas con nuevas formas de promoción, muy al estilo Obama; la firmeza de la unidad pactada, la motivación de la posibilidad del triunfo se ven y se sienten. Aquí hay mensaje congruente, bien articulado, concreto -aunque en temas escabrosos: PEMEX, aborto, matrimonio entre personas del mismo sexo, queda ambiguo-. La idea de firmar compromisos, contarlos, publicarlos es rentable y da certidumbre. Hay un liderazgo con juventud, aunque en las formas a veces demasiada solemnidad y formalidad, que convendría relajar. El discurso es propositivo, constructivo, dirigido al cambio sobre lo presente y lo que aqueja. Aquí hallamos los cómo, los dónde, a quienes, los cuándo. Respuestas o vías de solución precisas. El PRI se muestra compactado y en la primera línea de fuego para contrastar; cuidan al candidato del desgaste de la provocación y de los batazos, aunque podrían soltarlo más; a los mexicanos les gusta un líder entrón, que revira y se defiende con agilidad y agudeza.


El carisma y la simpatía que genera, nubla aunque no descarta del todo, las sospechas del retorno indeseable a las formas y artes hegemónicas y arbitrarias pasadas, pese a que hay muchas caras resucitadas o muy vistas en los mismos trampolines. Los misiles constantes del discurso de la derecha y de la izquierda, pese al descrédito que pretenden, le favorecen, todos se avocan al candidato puntero; han hurgado su vida personal, lo han criticado por subjetividades, lo insultan, le buscan debilidades. Atacan porque esa es la mejor forma de tomar atención, cuando no hay ni planteamiento que impacte.

Ahora son los gastos de campaña, los priistas desprestigiados, los corruptos, los hijos, las mujeres, el copete. Ni la petulancia de la adolescente, ni el autor equivocado, ni los narcos empoderados desde la década de los 50’s, ni las siglas de un partido resurgido de las cenizas de vicios y excesos de poder, nada araña el liderazgo que arrastra y que ha re-aceitado una maquinaria experta en operar y en multiplicar fuerzas, sobretodo cuando se trata de recuperar el mando del país; la expectativa del cambio es general y es consistente.

El discurso leído, memorizado, practicado frente al espejo por horas y como debe ser, es de propuesta y no de confrontación; es civilizado y de inclusión; tiene contenido y destino. Convence y a los escépticos y agudos, hasta a los inconsolables antipriistas, los pone a dudar. Pero hay que cumplirlo a la letra; hay que sustentarlo en las acciones y en las conductas. La retórica perfecta puede resbalarse en los terrenos de la demagogia y del populismo. Sería un error. Ahora, es momento de incluirlos a todos, pero hay personajes muy dañados en la mente colectiva que valdría archivar en la historia. Valdría desmarcarse. No se puede apostar a la desmemoria ni vulnerar la confianza ganada, rodeado de viles y déspotas revividos.


El gran partido va a galope a la meta; ojalá que las campanas repiquen sólo hasta la victoria y no en la comodidad triunfalista previa. El éxito más honroso es el bien ganado y hay que pavimentar esa rectitud, legalidad, legitimidad y respetabilidad a cada paso.

En el análisis balanceado, por ahora, para el PRI no existen contendientes fuertes a vencer. No, si éstos se aferran a sus mensajes confusos, polarizadores, desfasados. Veamos.

A la candidata oficial, la primera mujer que desde el partido en el gobierno federal aspira a dirigir este país, la vimos crecer a partir de ese hecho histórico y también, desinflarse, por otro hecho histórico: su partido no la ha apoyado del todo –como suicidio político y electoral impensable-; quedó dividido y resentido pues no era la “tapada”. Ha tenido que sortear la traición, desorganización, improvisación y confusión partidaria para posicionarse. No sabemos si es el rencor de los grupos fuera de competencia o mera misoginia; pero la han dejado a la deriva; peor, la candidata poco sabe, nada, del discurso de perspectiva de género que sería su mejor activo para ganarse el apoyo femenino. Ha derrapado en sexismos y frases estereotipadas que inducen a la desigualdad de género, a la etiqueta de roles sexistas y ha errado en su lema al presentarse como “diferente” ¿De quién o de qué? ¿Del calderonismo, del panismo yunquista, del machismo, del conservadurismo, de un PAN reciclado? No nos queda clara “la diferencia con respecto a”. Su fragilidad en salud física, dislates discursivos, cifras estratosféricas de supuestos logros; un camino de piedras la obligó a reconfigurar al equipo al mes de campaña, mucho tiempo perdido. Y salen, el expresidente ranchero para decirle que sólo un milagro la hará ganar y la excandidata de Michoacán y la siempre prosaica excandidata en Hidalgo a declarar que puede “remontar”, infiriendo que va en picada o de plano que está en el suelo. Grabaciones de las grabaciones que desnudan que las tripas azules también suenan a deslealtades institucionales. El colmo. Sus cuentas públicas opacas y posible daño patrimonial bajo lupa en el Congreso. Y lo peor, cada que su partido lanza bolas de fuego al puntero, mesas de la verdad, supuestos compromisos incumplidos y en desplante callejero, le entran a la guerra de lodo, el ataque antes que la propuesta y la estrategia efectiva, no les salen; han quedado expuestos al ridículo, el gancho no ha ido al hígado, se quedó en el vacío.


En la objetividad, ha hecho propuestas interesantes sobre respaldo a la cultura, al medio ambiente, en seguridad y educación –que pudo iniciar cuando fue Secretaria del ramo-. Su discurso es triunfalista, a veces pausado, demasiada y estudiada sonrisa y más ataque que sustancia; apela a los vicios del viejo y aún en coma régimen y a su protagonista, para ganar los votos contra el fantasma de un autoritarismo que todavía deambula en los estados. Pero las encuestas le dan el segundo lugar y gracias a la debilidad que le endosa la grilla de pasto en su partido, a ratos se va al tercero. Lo lamentable aquí, es que la oportunidad histórica –insisto- que tiene al haberse posicionado como una mujer política de alto nivel, pareciera que le quedó grande. En la simpatía por género, da grima que se exhiba vulnerable, descompuesta, imprecisa, equívoca, tiesa. Que carezca del carisma del líder que los mexicanos quieren volver a tener, fieles a la cultura presidencialista, al anhelo insuperado del tlatoani.

La primera mujer en esa plataforma de combate debería dar batalla más digna, más inteligente, más sólida y organizada. Está dejando modelo erróneo y atropellado del quehacer político de las lideresas políticas talentosas y estrategas que sí existen en el país, pero que no han logrado saltar vallas machistas y discriminatorias. Es triste para el avance de las mujeres en el poder. Estas son las señales de la derecha del espectro.

En las izquierdas, escuchamos, vemos, leemos, lo mismo. El salto cuántico del odio al amor, se ha convertido en los tumbos bipolares de un mensaje beligerante, resentido, plagado de frases cómicas y folclóricas; de ataques y descalificaciones a todos. El candidato necea, leal a su naturaleza intransigente, autoritaria, impositiva desde su índice apuntando y ya prepara la cantaleta del fraude, pues su derrota es previsible desde más de 20 puntos abajo, según encuestas. Retomó el discurso de la gran conspiración nacional contra él: el complot desde el IFE, las televisoras, los diarios, los periodistas. Todos, afirma en discursos manipuladores, lo boicotean. Reincide a propósito en las connotaciones bíblicas y mesiánicas para dirigirse al electorado, que es conglomerado de fe. Tergiversa dichos y olvida los suyos. Vuelve al mensaje maniqueo donde los ricos son los malos y los pobres los buenos. Declarado juarista, va a misa y hasta comulga; habla de su autoridad moral sobre los corruptos, olvidándose de las transas grabadas de sus colaboradores y de los secretos financieros de su administración en el D.F. guardados por décadas. Denuncia excesos de gastos en las campañas, pero omite los recursos públicos que su gobierno destinaba para campañas políticas –desvíos, delito federal- para los suyos, cuando era Jefe de Gobierno.


Lo más patético es que después de 6 años en campaña permanente, aún no escuchemos propuestas concretas, sobre las soluciones a los problemas nacionales. Sus mensajes son sostenidos desde las generalidades y las obviedades –“no habrá pobreza, habrá empleos, habrá paz, menos corrupción y un cambio verdadero”- jamás precisa los cómo, por dónde, cuándo, con quién, para quienes. Revive un mensaje nacionalista, casi chauvinista, afirmando que PEMEX se privatizará si llega el PRI o el PAN. Hasta se atrevió a asegurar que Obama sacará la reforma migratoria en su país, pues él ya lo conversó con el Vicepresidente Biden, como si el Congreso de allá no tuviera mano en el asunto. En verdad que se considera iluminado, como lo desmenuza objetivamente, Krauze en aquel ensayo aún tan vigente y comprobable.

Sin embargo no hay que escatimarle liderazgo entre millones que le creen y le disculpan sus tropiezos y contradicciones; es un orador nato, sabe cómo manipular conciencias, aglomerar reclamos y decepciones; es experto en el ataque, en la burla y el lenguaje coloquial que gusta y acerca; es el exponente rijoso y el vengador de agravios desde los pedantes y pretenciosos, desde los racistas y excluyentes. Le pegó su mensaje polarizador hace 6 años, ya empezó a reciclarlo. Así como a su gabinete que pocas caras nuevas ostenta. Lo peor es que ya el líder moral que lo sigue siendo, reveló la división y pugnas internas; la importancia de recuperar al partido, casi de refundar al PRD; en plena campaña tales señalamientos no ayudan, ni promueven solidez, ni refuerzan confianza de los indecisos a los que el candidato apuesta.

Los mexicanos quieren respuestas, quieren confiar, quieren creer que podrán constatar cada compromiso que les ofrecen. No quieren más violencia, ni la verbal ni discursiva. Están hartos de observar a políticos destriparse, enlodarse en sus omisiones, errores y excesos sólo para vencer. No quieren encono, ni polarizaciones; ni continuismo ni triunfalismo sobre falsedades; no quieren regresiones arbitrarias e impositivas. No quieren más corrupción. Esperan que las leyes se respeten por quienes deben hacerlas respetar. Quieren un mejor país donde vivir con dignidad, trabajo y oportunidad. Los mensajes cuentan. Los candidatos y sus partidos inmersos en sus pleitos, no deben olvidar que la sociedad los está midiendo y sus conductas aldeanas y manipuladoras sólo engendran apatía y desconfianza ciudadana.


Hay que modificar el mensaje. Reforzarlo propositivo, constructivo, realizable y resolutivo. Viene el primer debate por la presidencial. Que el morbo del golpeteo y la esgrima filosa no enturbien el propósito: la transformación histórica de México, que nos urge, que queremos lograr. [email protected]