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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
¿Y los compromisos con las mujeres?
Rebeca Ramos Rella
14 de mayo de 2012
alcalorpolitico.com
Coincido con analistas y especialistas, que los procesos electorales presidenciales que se han dado recientemente en diversas partes del mundo –España, Francia, Italia- y en los que están por consolidarse este año en Estados Unidos y en México, los resultados arrojados dan como común denominador, la sentencia ciudadana por el cambio, por la alternancia como condición para participar y como mandato para que la situación económica y social, cambie para mejorar, tras la crisis financiera del 2008.

Han sido el desempleo, el incremento de la pobreza, la caída de poder adquisitivo de los estratos medios, las sospechas de corrupción y excesos de primeros círculos de gobierno y la violencia e inseguridad, razones suficientes para que el clamor ciudadano se unifique por el cambio.

Sin embargo, la crisis no es el origen de las desgracias de clases y partidos gobernantes derrotados; fue la cloaca que destapó rezagos y vicios de un sistema político y económico que sólo ha reproducido y expandido mayores desigualdades y que en el caso mexicano, se han acentuaron por los estragos de la crisis, aunados a la violencia desbordada en la batalla contra el crimen organizado; estas raíces oscuras sólo confirmaron que las estructuras del sistema están contaminadas por corrupción e impunidad, que existen a causa de una profunda discriminación económica y social.


De manera que el alarido por el cambio debiera ser respondido con propuestas, luego convertidas en políticas públicas y decisiones efectivas de gobierno que contrarresten ese mar de desigualdades. Los contendientes presidenciales bien podrían empezar por mejorar y reubicar sus compromisos y mensajes estratégicos dirigidos a abatirlas, lejos de generalidades y de amplios conceptos, para centrarlos en sectores sociales y productivos que las padecen.

Pero sobretodo, enfocarse más, en más de la mitad de la población, reflejada en más de la mitad del padrón electoral – que debería interesarles sobre manera conquistar-, fuerza y presencia que representan las mujeres y que en este país, somos quienes cercanamente sufrimos marginación, pobreza, carencias, discriminación, desigualdades, atropello de derechos, corrupción, impunidad, inseguridad, violencia, afectación por el fenómeno migratorio, desempleo, subempleo, inseguridad alimentaria, hambre, disparidad salarial, doble jornada, falta de apoyo, falta de reconocimiento, criminalización, inequidad en la representación política y en espacios de toma de decisiones, sexismo, estereotipos que atentan contra nuestros derechos humanos, acceso inefectivo a la salud, a la educación, a créditos, a vivienda propia, a recursos productivos; víctimas de trata y explotación laboral y sexual y, la lista crece.

Llama mi atención que en este pasado Día de las Madres, fecha comercial y sentimental en nuestro calendario popular, los cuatro aspirantes a Los Pinos hayan desaprovechado la rentabilidad electoral y su visión de Estado democrático para posicionar su propuestas concretas y posibles, para atender a reclamos y derechos ignorados de las mexicanas, que habremos de votar por alguno de ellos.


Sorprende y hasta indigna que en eventos organizados para festejar a las mamis, las rifas, las flores, la música, los globos y las porras, misma parafernalia amorosa a nuestras creadoras, se hayan circunscrito al mismo discurso de siempre, que entraña estereotipos sexistas y que ahonda los roles impuestos por la sociedad machista y misógina, que reduce y etiqueta a las mujeres, sólo al papel de madres abnegadas, preocupadas, atentas, solidarias y administradoras del gasto del hogar, donde ellas lo sacrifican todo por los demás y nada piden para ellas. ¡Qué nobles y generosos! ¡Ni cómo agradecer tanto aprecio y valoración a las mujeres!

Sobresalta que en esa melcocha que enaltece hasta la santidad a las madres, nadie, ninguno haya delineado sus 10 o 20 compromisos a favor de la igualdad sustantiva que es el arma contra los agravios de desigualdades y discriminación, que en todas formas y ámbitos, las mujeres, madres o no, solas o bien o mal acompañadas, niñas, jóvenes, maduras y ancianas, padecemos para ser productivas, participativas, respetadas, para ser consideradas y tratadas como ciudadanas de primera.

Todo mundo admira a las mujeres, más a las Jefas de hogar, pero nadie se atreve a dar el salto cuántico y a ofrecer y garantizar el cambio que pregonan, hasta el fondo donde el subdesarrollo cultiva la desigualdad y hasta allá, donde los cimientos de la democracia efectiva, obligan a reconocer, incluir y a proyectar el avance efectivo y real de las mujeres.


Ni esperarlo de la única mujer candidata que reduce su planteamiento a promover la paternidad responsable, pero que ambigua no define si está a favor de que las mujeres ejerzan su libre derecho a decidir sobre su vida sexual y reproductiva.

El puntero reitera garantía de pensiones para ancianas de 65 años, aunque no hayan cotizado; reconoce en lo general, que “la igualdad entre mujeres y hombres no debe ser sólo un derecho, sino una realidad cotidiana” y promete generar “condiciones para que la equidad de género sea parte de la cultura del mexicano del siglo XXI” y se compromete sin abundar más, a impulsar un seguro de vida para las Jefas de familia.

El mesiánico izquierdoso sólo atina a sumar su voz a las de las madres de desaparecidos por la guerra anticrimen y el candidato de la Maestra sólo propone apoyar a mujeres víctimas de violencia. Hasta ahí.


Ninguno se echó el clavado, por ejemplo, para comprometerse a impulsar políticas y acciones de gobierno para mejorar con igualdad, la grave situación de las mujeres en el medio rural y acabar con hambre y pobreza, como lo propone la ONU para este año; entorno donde padecen desigualdad para accesar “a servicios públicos, protección social, a oportunidades de empleo y a mercados e instituciones locales y nacionales, a causa de normas culturales, inseguridad y falta de documentos de identidad”. Ninguno de sus asesores les sugirió revisar las recomendaciones urgentes de la ONU, para a hacer realidad la igualdad de género y el empoderamiento y aprovechar el potencial femenino rural, del que, está comprobado, dependen el desarrollo y el crecimiento de los países.

Pudieron pero no lo hicieron, plantear el apuntalamiento de políticas eficaces para mejorar el acceso de mujeres a recursos y servicios; ampliar sus oportunidades para diversificar su producción; aumentar su productividad y facilitar su acceso a mercados de productos de alto valor; para garantizar presupuestos con perspectiva de género para el desarrollo; para implementación, monitoreo y evaluación del desarrollo rural; para políticas y programas agrícolas; para creación de infraestructuras y suministro de servicios, que prioricen cuestiones de género. Ninguno habló sobre dar prioridad a mujeres y niñas rurales, en programas de “desarrollo rural y en políticas y programas agrícolas; en planes nacionales de desarrollo y en estrategias de reducción de pobreza a fin de alcanzar su acceso equitativo a recursos productivos, servicios básicos, oportunidades de empleo y a tecnologías que economizan la mano de obra”. Tampoco para abolir leyes y cambiar políticas que discriminan a mujeres y niñas rurales, que las siguen limitando en sus derechos a la tierra, a la propiedad y herencia o que restringen sus capacidades jurídicas. No consideraron ahondar en la igualdad de género como una inversión prioritaria contra hambre y pobreza en el agro mexicano.

Obviaron hablar de la situación de las mujeres trabajadoras. Cómo sufrimos discriminación en contrataciones, promoción y despidos; ya no digamos del acoso laboral; olvidaron dar soluciones ante la imposición de roles tradicionalistas sobre las responsabilidades familiares, que por falta de apoyo del Estado, nos transforman en súper mujeres, que además de cuidar a nuestras familias, hemos de cumplir con horarios, ser productivas y someternos a injusticias, ante la amenaza de perder nuestros empleos, única forma de subsistencia.


A ninguno se le ocurrió comprometerse con políticas públicas de “conciliación con corresponsabilidad social” por parte del Estado, para reforzar la transformación del mercado de trabajo, en expansión gracias a mayor número de mujeres trabajadoras, con reformas estructurales en la organización familiar y social y equilibrarlas con igualdad de género: protección de maternidad; proyectar acceso universal a espacios y servicios para el cuidado de hijos, familiares ancianos y discapacitados, en horario laboral; fortalecer la política social y la seguridad social para apoyar a mujeres productivas y dadas por sentadas en su gran fortaleza, en sus innumerables responsabilidades.

Tampoco profundizaron sobre la tipificación del feminicidio en los estados donde no se han reformado los Códigos Civil y Penal; nadie aseguró administración y procuración de justicia efectivas y con perspectiva de género para erradicar y sancionar la violencia contra las mujeres; menos sobre la violencia obstétrica; ni aclararon dónde está la congruencia entre no criminalizar a las mujeres que abortan y la defensa del derecho a la vida. Ninguno quiso definirse por el respeto irrestricto al ejercicio libre de los derechos de las mujeres sobre su vida sexual y reproductiva.

Lo he insistido y lo reitero. Miles de votos más hubieran amarrado y todo el reconocimiento femenino, si alguno de los presidenciales se hubiera atrevido a garantizar la paridad salarial en México, donde las mujeres ganamos por ahí del 40% menos que los hombres, por desempeñar mismas encomiendas, en mismos puestos.


Es lamentable haber dejado pasar la oportunidad de reivindicarse con las mujeres en su causa; es decepcionante saber que la perspectiva de género no está en incluida en sus proyectos de gobierno, pues nos dejan en lo implícito de posicionamientos generales para hacernos creer que ahí nos tocarán por rebote, los beneficios. No hay compromiso definido hacia la igualdad y la equidad de género. No hay agenda con las mujeres. Tampoco existe la visión de estadista del candidato Obama que en campaña, se atreve y salta vallas al pronunciarse a favor de los matrimonios entre personas del mismo sexo, estremeciendo a sus adversarios, derribando muros conservadores y doble moral. No hay esa convicción y valor para romper paradigmas, prejuicios e injusticias y generar un cambio desde estructuras institucionales y culturales que siguen arrinconando a las mujeres, a su rol tradicional y sometido, en una esquina de la masa electoral, que quieren convencer.

Les quedan algo más de 4 semanas de campaña. Ojalá rectificaran; ojalá repararan en que el cambio que México reclama a gritos, pasa por reconocer, hacer respetar y garantizar efectivos, en la realidad cotidiana, los derechos fundamentales de las mujeres que queremos soluciones consistentes contra nuestro arduo entorno discriminatorio, desigual y eminentemente antidemocrático.

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