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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
El adiós al pasado
Rebeca Ramos Rella
28 de mayo de 2012
alcalorpolitico.com
Es claro que las campañas electorales que estamos viviendo y observando son parte viva del sistema político y del régimen que tenemos. Sistema y régimen agotados, arcaicos, en viciados de lo antiguo, que no termina por desaparecer, pues aún se expresa burdo y cínico en su autoritarismo, personalismo y verticalidad, como en los mejores tiempos.

Ambos sobreviven en coma porque no hemos logrado reformarlos desde las estructuras; reciben oxígeno con respirador artificial porque medrosos o mañosos, gobernantes, líderes, partidos y legisladores, no han roto del todo con los paradigmas. Fue precisamente este proceso electoral, lo que matizó la reforma política aprobada este año, que nació mutilada, pero con virtudes y ciertos cambios remarcables, que resultaron mejor que nada y que veremos en la práctica, de la ley a la vida real, el próximo sexenio.

Sin embargo nuestros, sistema y régimen, algo se han modernizado en lo electoral, pues es donde se muestran los avances democráticos y legales innegables, que aún reclaman perfeccionamiento. Pero son las campañas políticas y la competencia entre partidos, propuestas y candidatos y la conducta de gobernantes, lo que nos demuestra también, que dentro del sistema y del régimen que prevalece, la cultura política democrática, todavía no es la constante.


Se observa un desfase entre lo que nuestra democracia electoral ha avanzado en leyes, procesos e instituciones, con respeto a la conducta, el discurso, las acciones, en la vida interna de los partidos y en su forma de contender por el poder. Este desfase se nota más durante las campañas que efervescentes, hoy tienden a la alternancia, atienden al llamado del cambio.

Objetivamente, los candidatos y sus aparatos partidistas innovan en uso de tecnologías de la información y en nuevas estrategias de marketing electoral, para convencer y vencer, pero derrapan aún en la operación, las formas y en el discurso estratégico. Veamos algunos resabios del pasado:

Analizamos el mensaje de la izquierda multitudes y contrario a la propuesta inicial de la absurda República del amor, pleno de retórica, demagogia, insultos, burlas, frases hechas, generalizaciones y obviedades, alusiones religiosas y a la vez, sembrando odio y división para enardecer multitudes, carentes de oportunidades y resentidas de lo que no se les ha cumplido. Desmenuzamos un discurso maniqueo y manipulador de conciencias y hasta de la fe y la sobredimensión del candidato, como genuino ejemplo del “iluminado”, que todo va a resolver porque sólo él sabe cómo; al no detallar sus planteamientos, infiere que de ganar, gobernaría solo y con el pueblo como su base, en una auténtica pretensión del regreso al Estado paternalista y asistencialista, tal como lo hicieron dictadores, si revisamos la historia y si recorremos al sur el continente.


La movilización a sus actos sigue tintada del arcaico acarreo; su actitud es la posicionarse como un populista que usa el metro y vuela por líneas comerciales. Dicta agenda en interminables conferencias de prensa y sus mensajes de proselitismo duran horas. Es un genuino líder clasista e intolerante, que al dar el portazo a la crítica, revela su personalidad impositiva; se presenta como el redentor que salvará a México, como el caudillo, el hiperpresidente, el patriarca del clan.
Estos son rasgos claros del hiperpresidencialismo, de eje unipersonal y populista, que tanto critica pero que abandera el candidato. Su unción fue aparentemente democrática pero sabemos que se impuso a las tribus advirtiendo el rompimiento. De manera que el sistema y el régimen empolvados aquí recobran vida.

En la derecha, la ausencia del “dedazo”, que era lo que esperaban los panistas para ungir a su “tapado” –insisto, rasgos presentes del sistema y del régimen- generó división traiciones, desorganización, incompetencia operativa, fuego amigo y expresó su misoginia. Observamos la confusión que no destraban, sobre si han de romper con el Presidente y optar por el cambio y a la vez, significar la continuidad del proyecto. Al quererse mostrar como demócratas y antipresidencialistas al viejo estilo, no han atinado a establecer nuevas formas de respaldo a la campaña de su candidata; esto se evidenció al mes de iniciada.

La candidata trae extraviado el mensaje; es a veces combativa y con firmeza, a veces maternal, sexista, errática y acelerada y también populista y simuladora, como en las glorias pretéritas que repulsa. Así, ella no encuentra el piso donde pararse, pues nuestro sistema y régimen, nunca concibieron el poder para que una mujer lo pudiera competir, menos para ejercerlo; desde esa subcultura política misógina, que excluye a la mujer del acceso al poder a ese nivel, ella padece la ignorancia que discrimina y descalifica a las mujeres como incapaces para ser poderosas; sentencias que en silencio y en el chiste perviven hipócritas.


Ella misma no ha explotado su condición de género para ganarse votos femeninos, ni ha trascendido en propuestas con perspectiva de género, como el estandarte de la igualdad sustantiva o la equidad y el respeto al libre ejercicio de nuestros derechos. Estas son raíces de los viejos sistema y régimen, que no mueren ni nadie cambia. Por eso no podemos creerle que ella sea diferente.

En el centro y ante la posibilidad casi segura del triunfo, analizamos el peso de la experiencia, la maquinaria trabajando organizada, unida, coordinada; han sabido sacar provecho de herramientas modernas para dar a conocer compromisos; hay propuestas concretas, hay proyecto detallado; hay un líder joven y carismático y discurso esperanzador de cumplimiento y resultados; mensaje conciliatorio, tolerante, abierto, accesible y seductor.

La idea populista del cambio con rumbo, se puede creer más con la solidez de un aparato que ha funcionado para gobernar y ganar elecciones en estados, pese a que los gobernadores en mayoría, actúan a la letra de una especie de suprapresidencialismo local, usando sus tentáculos habilidosos para centralizar y controlar, aunque a la usanza de los decrépitos sistema y régimen, que subsisten en las entidades y vale reiterar, de todos colores.


Sin duda hay equipo y hay movilización efectiva. Se nota la unanimidad interna que enfoca motores en torno, alabanza y apoyo del gran líder; líder que el partido hace lustros añora, ausencia que lamentó en la orfandad. Hoy recuperan la figura y al guía que congrega, que da línea, que inspira respeto y sumisión, confianza y alianza; el que representa la grata posibilidad de volver al poder y a la repartición.

Pero existe toda la loza mohosa y filosa de los vicios, mañas y artes anquilosadas que han etiquetado al gran partido, el otrora hegemónico y que siendo gobierno por décadas, es el ejemplo del desgaste en el poder y el referente de cómo pueden distorsionarse los principios y valores políticos y democráticos al ejercerlo.

Ese partido antiguo que se negó a cambiar y que engendró en su deformación política, selectos nidos de corruptos, impunes y falsos, fatuos adoradores del lujo y codiciosos, misma elite inquebrantable e insustituible, donde pocos , pero valiosos, representan lo contrario y donde las caras nuevas pueden conducirse tan prehistóricos como la vieja guardia o siendo hijos, familia o afectos, todos herederos de la cúpula revolucionaria, reproducen los esquemas reprobables que les costaron la elección presidencial en el 2000.


Esta gran costra histórica, se la endosan, para castigarlo y repudiarlo, al candidato presidencial, los contendientes frustrados, los rezagados y rijosos; también los jóvenes universitarios y quizá hasta los indecisos.

Es la culpa y las facturas que tiene que soportar por otros y por muchos que los circundan ansiosos y arrodillados. Y peor, cuando en la lógica pragmática de sumar a todos, se ha visto obligado a aguantar hasta a los más viles y odiados por los mexicanos y a los desechados por otras fuerzas políticas, en vez de depurar cuadros y equipo y presentarse como un líder libre sin mayor compromiso, que el que reitera con los mexicanos y sin mayor interés, que servirle a la Nación.

Pero es válido y conveniente tenerlos a todos a favor si se compite, si la campaña demanda el esfuerzo de todos. Preferible a que los ex poderosos abran la boca para descalificar o sentenciar, como le sucede a la candidata de la derecha.


Los militantes, cuadros y dirigentes y la nomenclatura, salvo honrosas excepciones, saben que tienen la preciosa oportunidad de montarse en el arrastre del joven líder que casi garantiza el regreso; pero quizá lo que no habían entendido hasta hace pocos días, es que esta campaña emblemática no podía operarse con las mismas reglas y formas de antes. Que ya no se gana en bloque y sin raspones; que hay un pasado que hay que superar y que hay que innovar, que hay que cambiar concepciones, mentes, códigos, hábitos añosos e inservibles, para ganar. Ganar bien, con legitimidad, legalidad y nueva actitud.

¿Y cómo lavarles el cerebro y transformarlos en demócratas progresistas, en honestos y rectos, en reales y leales servidores a la República, a unas cuantas semanas de la elección; a pocos meses de la toma de posesión?

¿Cómo construir la plataforma de un renovado presidencialismo sin la soberbia, excesos, codicia y omnipresencia consabidas, taladreadas por décadas en las normas y formas de la cultura política única que el partido fundó e impuso, como andamiaje del sistema y del régimen que todos rechazan, pero que reviven, todos los partidos, pues no hay otra manera conocida de hacer política en México? Este es el dilema.


La conclusión es que el sistema y el régimen añejos que no fallecen y que ya no gozan de ninguna salud, persisten. Que se está desarrollando la contienda democrática, sobre esos concebidos esquemas y vicios.

Son el entramado de reglas que no hemos mejorado para hacer política, gobernar y competir sin la sospecha del fraude, del complot, de la mentira colectiva y el discurso simulador y manipulador; sin la duda de triunfos limpios, sin el acarreo, el clientelismo electorero, el uso de programas y recursos públicos a discreción, sin operativos alternos de compra y coacción del voto.

Reglas que resucitan al pasado en los procesos de selección y elección de candidatos; en la persistencia de la “línea”, sin el debate interno necesario y respetuoso de las corrientes; resurgen los vicios en la cerrazón a la autocrítica interna que no se tolera en el nombre de la disciplina y la unidad; se reproducen en la forma de gobernar en los estados, donde no hay contrapeso al magno poder de los Ejecutivos y los partidos funcionan como mero despacho electoral.


La clase política nacional ha reformado ciertas reglas pero en la contienda electoral las trasgrede, para llegar o sostenerse en el mando.

Hoy nadie puede señalar a los tricolores de ostentar la exclusividad en las artes perversas pasadas. La sociedad ha comprobado que todos los partidos las practican. Hoy nadie puede hablar de baños de autoridad moral y pureza, pues si de ganar se trata, por igual recurren a las mañas antiguas, quizá con mayor cuidado, pero las mismas, no hay otras, no saben de otras, ni han querido reformarlas, no han querido elevar la cultura democrática del régimen y del sistema, a fondo.

En las filas del tricolor, ya suenan las trompetas de triunfo. Saben que pueden ganar, volver.

Los progresistas dentro, porque los hay, conocen la tripa del sistema y del régimen sobreviviente y sus riesgos; se han preguntado, si el partido volvería a ser el mismo; si habría regresión autoritaria; si habría opción de enderezar conductas añejas, modos y formas que ya debieran desplazar; si hay opción de que los mismos de siempre, rectifiquen y en un acto de responsabilidad histórica, transmuten sus viejas e inaceptables prácticas y evolucionen como lo demanda el país.

Fueron los jóvenes y su rencor y rechazo inducido y disperso, maniobrado por el eterno aspirante rabioso, quienes han obligado a comprometer al candidato puntero, a que no habrá regreso al pasado; a remarcar que no hay madrinas ni padrinos maléficos, ni defensa de corruptos y ruines; que los que pretendan hacer política y ejercer el poder como antes, no caben en el proyecto ni estarán en el gobierno; que el PRI no es cómplice ni ocultador de criminales; que ni piensen en reproducir sus ambiciones y fastuosidades a costa del dinero del pueblo. Que él no quiere fallar, ni permitirá que los suyos le fallen a los mexicanos que han vuelto a confiar, a darles el beneficio de la duda.

Los reclamos del pasado y a gritos, lo arrinconaron, lo ofendieron, lo acusaron y lejos de menguarlo, lo fortalecieron. Lograron detener un instante al aparato frenético del partido, para corregir, redireccionar estrategias, para aterrizarlos en la nueva realidad que enfrentan y que tendrán que superar y vencer, además de las elecciones. O cambian en serio o no hay destino. Los cercaron.


Entonces emergió el líder, el hombre de Estado, el político progresista y el demócrata, para garantizar las reformas estructurales que faltan y asegurar que no habrá hiperpresidencialismo metaconstitucional, ni tlatoani, ni aplanadora autoritaria ni complacencias a enviciados y necios. Les leyó nueva cartilla a sus correligionarios.

Lo acorralaron para reiterar lo que debe hacerse, lo que siempre debió hacerse desde Los Pinos, siendo priista: que se respetará la Constitución y se apegará a ella en sus actos de gobierno; que no habrá represión de libertades ni exclusiones, ni verticalidades; lo orillaron a declarar la muerte del viejo PRI y, al mismo tiempo a abrir la posibilidad de la refundación del partido; lo quisieron descalificar y lograron el nacimiento de una Presidencia Democrática, la propuesta más importante, la de un presidencialismo mexicano distinto al conocido, al confundido entre el pasado y el presente; una nueva forma de gobernar, de hacer política y de servir al país, que habremos de constatar si el partido entiende, asume, gana y cumple.

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