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Sección: Estado de Veracruz

Libertas

Cuando nuestra conducta se vuelve contra nosotros

José Manuel Velasco Toro 28/05/2020

alcalorpolitico.com

Cuando la sociedad humana estaba más ligada a los procesos y ciclos de la naturaleza, existía una mezcla de temor y respeto, interacción emocional que propició el desarrollado de una cultura que aprendió a vivir en armonía, real y simbólica, con el entorno que se habitaba. Las sociedades buscaban el logro de un equilibrio dinámico que les permitiera aprovechar los recursos naturales para vivir sin destruirlos. Sin embargo, a partir de la Revolución Industrial, esto es desde el siglo XVII hacia nuestros días y en la medida en que el desarrollo tecnológico permitió el incremento multiplicador de la producción de bienes materiales, se dio la creciente demanda de materias primas para abastecer la progresiva industria. Ello trajo aparejada la creencia de que la naturaleza era un objeto del que se podía extraer todo lo que poseía y, entones, la humanidad entró en un frenesí destructor que ha alterado las condiciones de equilibrio dinámico del clima que habíamos conocido y disfrutado. Gracias al avance de la ciencia, todo ello lo sabemos muy claramente, como sabemos qué se debe hacer para establecer un nuevo equilibrio que permita recuperar condiciones aptas para la vida humana. Empero, ¿qué se hace? Lo contrario, pues se anteponen intereses materiales e imponen falsas creencias argumentadas bajo tautologías ideológicas que tratan de conservar situaciones de explotación que son insostenibles, ahora y en corto plazo, pese a que atentan contra el interés común por la vida. Los hechos reales son múltiples y sabidos. La información está ahí soportada por la realidad. El conocimiento que se tiene del impacto de la actividad humana en la naturaleza y dinámica terráquea, es detallado y profundo. No hay más que observar para comprender lo que sucede y actuar en consecuencia. Pero, claro, cada ser humano quiere imponer su actitud a partir de la idea que se deriva de su posición, cuando el mundo es el mismo para todos. El mundo es, en palabras de Hanna Arendt, a pesar de todas las percepciones disímbolas, el mismo ante todos, porque, “tanto tú como yo somos humanos” que habitamos en él; sobrevivimos porque somos resultado de su propia evolución y no a la inversa. Pero gracias a la egoísta estupidez, ¿qué hacemos? La mayoría calla, la minoría domina y quien levanta la voz es asesinado sin piedad. Así, por ejemplo, se continúa con la destrucción de bosques que ya llegó al borde del precipicio al poner en peligro de extinción a especies de animales, plantas y, desde luego, a la civilización humana. Con actitud desdeñable hacemos caso omiso de que la tala indiscriminada degrada los suelos hasta convertirlos en desiertos, de que esa conducta elimina un preciado manto que retiene el agua de lluvia, captura dióxido de carbono (CO2) y evita que su alta concentración sea asfixiante pero, sobre todo, libera oxígeno que es vital para nuestra existencia, pues somos seres oxigenófilos. Los bosques son vida que la estupidez humana destruye por mero afán material.

El hecho histórico es que la sociedad industrial, en la medida en que fue creciendo, fue expandiendo su actitud anti-natural por lo redondo del orbe; conducta que, en su inicio se creyó muy racional pero que hoy, sabemos a ciencia cierta, no puede sostenerse por más tiempo pues se ha vuelto contra la propia civilización humana que la alentó. Pero claro, eso no importa, pues seguimos extrayendo minerales sin guardar las debidas medidas de sustentabilidad ecológica y, con ello, se contaminan fuentes de agua para consumo humano y riego, se altera el entorno y se atenta contra la salud. Sin embargo, más que la razón humana, ha sido la propia naturaleza la que nos puso frente al espejo al mostrar nuestra constitución biológica. Somos seres derivados de la evolución de la naturaleza que requerimos de ésta para sobrevivir como especie. Pero también nos ha demostrado, con hechos tajantes, que no somos esos seres superiores que nos hemos creído, sino que somos simples sistemas moleculares que están expuestos a los organismos que están en la Tierra desde que nació y evolucionó la vida: virus y bacterias. Así de simple.

La pandemia del COVID-19 nos puso cara a cara con nuestra historia total, a diferencia de la llamada “Gripe Española” de 1918 cuya letalidad sumó 40 millones de personas en todo el mundo pero cuyo momento no reflejaba con intensidad las contradicciones del sistema como lo son hoy (gripe, que, dicho sea de paso, no surgió en España, sino en una base militar norteamericana durante la Primera Guerra Mundial). El efecto letal del virus es global. No distingue clase social, posición política o creencia religiosa. Para el virus una célula humana, que es universal, representa el nicho ideal para sobrevivir, reproducirse y multiplicarse creando nuevos viriones que infectan a más y más células provocando severas reacciones que conducen, en muchos casos, a la muerte de la persona infectada. Su letalidad nos ha confrontado en todo sentido: con la historia de la vida que incluye la propia evolución de la especie humana y con la historia social que culturalmente creamos en el orden universal del orbe. Nos mostró que no somos la especie en la cima de la evolución, pues un virus nos pone de rodillas. Como también nos demostró lo que la ciencia viene señalando desde hace décadas pero se soslaya o minimiza, que el impacto irracional de la actividad humana ha alterado, en muchos aspectos irreversiblemente, el equilibrio de las condiciones que permitían un ciclo climático en condiciones óptimas para la vida planetaria y, en especial humana, pues al replegarse el turismo, cesar la febril actividad industrial y la movilidad de muchedumbres, por ejemplo, disminuyó la emanación de gases de efecto invernadero mejorando la calidad del aire, las aguas de las playas se limpiaron o se redujo el tráfico ilegal de especies en peligro de extinción. Pruebas de que el estilo de vida humano dejó, desde hace tiempo, de estar en equilibrio dinámico con la naturaleza nutricia de cuya evolución es parte. Y, en la historia social, nos mostró descarnadamente la condición humana de la explotación y el control del poder acentuado por un sistema económico degradante de la humanidad, excluyente, inequitativo y fuertemente tendente a la dictadura, sea de la ideología que sea. La fractura social, política y cultural derivada del abuso del poder, ha sido mejor expuesta por el COVID-19 pero a la vez ha confirmado lo que se ha dicho en miles de artículos, ensayos y obras en las que se analiza, reflexiona y se proponen alternativas para un cambio de rumbo en el sistema económico-político porque, en el terreno de la realidad, confrontó vida y muerte, sistema económico y regímenes políticos, precariedad cultural y conocimiento científico, pobreza multidimensional y concentración de riqueza, desequilibrios de la vanidad del presente anclado en un pasado que se creyó profético pero que ahora obliga a imaginar un futuro diferente como reconversión de la historia humana en equilibrio dinámico con la naturaleza y con auténtica justicia social en libertad, equidad y pluralidad cultural. ¿Seremos capaces de desplazar, como dice Byung-Chul Han, nuestro Ser al Yo del mundo?